Reciente imagen que Anne ha colgado en Twitter junto a Santiago Segura. / d.r.

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La posverdad

Anne Igartiburu nos cuenta su modo de ver la información en los medios.

No me extraña que Twitter haya optado por ampliar su número de caracteres para los usuarios que sienten que se quedan cortos al contar su historia con cada publicación. Vale que lo bueno, si breve, dos veces bueno, pero, en la mayoría de los casos, lo condensado no tiene por qué ser sinónimo de calidad ni de verdad.

Y estoy convencida de que, con 280 letras, aun algún que otro navegante de las redes, deseoso de explicarse, se queda corto. Porque hay asuntos que requieren de algo más de desarrollo y matización. Así que dejemos que las buenas costumbres y algo más extensas en la tradición escrita, para según qué temas, tomen su protagonismo y espacio. En una era en la que prima la cultura del titular, nos estamos mal acostumbrando.

Y eso tiene un terrible peligro: el de caer en la desgana de no indagar algo más sobre cualquier información y devorar conceptos que, quizá, no son del todo sanos para nuestra capacidad deductiva. Corremos el riesgo de asimilar conclusiones hechas por otros, dando por sentado y aceptando afirmaciones que, seguro, necesitan más de un matiz para llagar a ellas.

Esos fake news son los nuevos ‘bulos’ de los mentideros de la corte moderna que ya no sabe qué y a quién creer. Porque todo es relativo. Y porque debemos distinguir una voz más alta, una expresión de impacto, de lo esencial, de lo que sucede realmente.

Sería mejor reconocer que ignoramos algo en toda su extensión en vez satisfacer nuestra necesidad de posicionarnos ante lo que sucede a nuestro alrededor y lo atractivo de ser el punto de mira social. Lo vemos en declaraciones de políticos y periodistas –o no– dispuestos a debatir la actualidad en televisión o en cualquier ámbito más cotidiano.

Si dispusiéramos del tiempo o la entrega suficientes para analizarlo, tal vez llegaríamos a otro lugar que no es precisamente el tomado gracias a ese atajo para intelecto. Atentos a lo que nos dan ‘mascado’ y prefabricado, cual comida rápida para salir del apuro en un día con mucho trabajo y poco sosiego.

Una vez, puede estar bien, pero sin abusar. A poder ser, ‘cocinemos’ nosotros mismos nuestras opiniones a fuego lento, con ingredientes lo más ecológicos y sanos posibles y que podamos digerir de manera sencilla, por el bien de nuestra salud en general.

Hay pocas cosas para las que el ‘todo vale’ se puede aplicar y, desde luego, la gestión de la información tratada con criterio y objetivamente, no es una de ellas. Porque de ello depende nuestro buen hacer y ‘bien pensar’ para después bien decidir y obrar.

No se llega al fondo del mensaje y tampoco se dedica el interés suficiente para entender el hecho, se devoran titulares cuanto más impactantes mejor y se atrae la atención del interlocutor con opiniones personales subjetivas que ahora llaman ‘posverdad’.

Comprobamos lo fácil que se arroja un titular al circo de las redes y cómo se expande, cual fractal ágil y capaz de multiplicarse sin dar tregua a la objetividad y sin marcha atrás. Se prende la mecha y, para cuando nos damos cuenta, estalla cualquier bomba que daña reputaciones y bienes intangibles que tanto cuesta construir. Llegó la hora para quien sepa preservar este valor. El de la credibilidad.

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