Inmersos como estamos en una vorágine saturada de titulares en los que prima la inmediatez, me llama la atención el poco interés que le dedicamos a lo que a mí me parece una noticia preocupante.
Este ha sido el año más cálido de nuestra historia. Las lluvias no terminan de llegar de manera regular. Ha caído menos de la tercera parte de la lluvia habitual y los embalses están a menos del 37 % de su caudal. Estamos en un país seco que mira al cielo y que, mal acostumbrado, derrocha agua sin pensar en los meses venideros. Mientras la Tierra se calienta y lanza bramidos de aviso en forma de terremotos, huracanes, tormentas y demás fenómenos meteorológicos –que siempre hubo, pero que ahora llegan de manera extrema, para alertarnos de su malestar–, nosotros hablamos del cambio climático como un mal sueño de futuro que "alguien debería solucionar".
Miramos atónitos cómo la política internacional hace amagos de dar un puñetazo encima de la mesa para que los países menos comprometidos cumplan un tratado violado. Escuchamos como Merkel o Macron mueven ficha sin terminar de afianzar ningún frente europeo ante la ridícula posición ante el mundo de Trump y sus asesores. Dejamos que el asunto cope conversaciones que se bajan a tierra resumiéndolo a cómo ha cambiado el tiempo o que no termina de llover. El agua es un bien valioso que debemos conservar y gestionar bien.
Lo que ahorremos ahora, es lo que tendremos para utilizar mientras no llueva. Y aunque ahora llueva –que lo hace, como peligrosa trampa que nos despista–, deberá llover mucho para llegar a cubrir necesidades. Las cuencas de nuestros ríos, como el Duero y Júcar, sufren. Y nos son los únicos. La planificación para garantizar el agua para las reservas es fundamental, y todo empieza por nosotros. Los embalses, que en los años 40 se construyeron a raíz de otra de las sequías históricas en nuestro país y que nuestros mayores recuerdan bien, se vacían. Nos estamos quedando sin agua. Pero no está todo perdido. Estamos a tiempo de tomar conciencia y no derrochar el mejor bien que tenemos. También estamos a tiempo de dar ejemplo en algo que tiene que ver con la solución inmediata, la del día a día y más cercana. A tiempo de hacer gestos que demuestren que, a nosotros sí, nos importa y predicar con el ejemplo.
Somos responsables de lo que sucede y también de lo que 'nos' sucede. Para bien y para mal. De lo que ocurre cerca, en nuestro país, con la sequía o el cuidado de nuestro entorno, pero también somos responsables y mucho de lo que sucede más allá. No lo olvidemos. Los países llamados desarrollados somos los causantes de grandes catástrofes ambientales que dejan sin agua, sin alimento y sin vida a una gran parte del mundo.
Atención a esto. No miremos a otro lado ni, tampoco, al cielo confiando en que llueva. Es cierto que lo necesitamos, pero pensemos también en lo que podemos hacer desde ya. Y que influya en un futuro en el que nuestra Madre Tierra pueda sobrevivir. Porque igual que un hijo no puede soportar quedarse sin madre siendo un niño, a una madre le duele no poder salvar de un final de sinrazón a su propio hijo.
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