Nuestros padres y abuelos tienen, generalmente, más recuerdos de familias numerosas y mesas llenas de hermanos y primos de lo que tenemos nosotros. Hace 50 años nacían más niños porque ‘la crianza’ se hacía por parte de las mujeres que no trabajaban fuera de casa y se daba por supuesto que tendrían más de un hijo y que se dedicarían de por vida a la gestión de los quehaceres del hogar. Esta labor aun no se ha profesionalizado, cuantificando las horas y valorándolas económicamente en el ámbito familiar, pero, desde mi punto de vista, se debería hacer. Sacar adelante la organización de una familia no es tarea fácil y de eso dan fe las mujeres que nos precedieron.
Pero a pocos les interesa reparar en ello, en parte porque siempre se ha dado por hecho que "hay que hacerlo", sin dar más importancia. También, porque aquellas mujeres lo hacían asumiéndolo como parte de su responsabilidad, sin rechistar. Por supuesto, también hay que decirlo, muchas han ejercido satisfechas de hacer bien su cometido en infinidad de ocasiones. Pero eso ha quedado atrás, porque la mujer, pilar esencial de nuestra sociedad , ha tomado su espacio profesional en el mercado laboral. Ha llegado el momento, de medio siglo a esta parte, de tomar otras riendas muy distintas, además de las de la familia.
Ahora, además de ganar un sueldo, ser efectivas en su trabajo, intentar demostrar que pueden con todo y organizar logísticamente su hogar, entre otras muchas cosas, se aventuran a criar unos hijos que desea tener y a los que atiende, educa y mantiene, ahogándose entre responsabilidades y roles que le fueron adjudicados, por defecto, hace miles de años.
Pero, un momento. Si queremos que nuestra población crezca, que nazcan más niños y el sistema de pensiones se mantenga o que la población no envejezca, tendremos que detenernos a pensar qué estamos haciendo mal en la conciliación laboral de los padres y madres. Se debe considerar a la familia como algo prioritario para el bienestar social de los ciudadanos y de su felicidad. No quiero decir con esto, lógicamente, que el que no tenga hijos no viva feliz, sino que el que desee ser padre o madre pueda hacerlo con un poco de apoyo, reconocimiento y facilidades.
¿Se podría conseguir esto? Y voy a ir más allá, porque quizá nos hemos obsesionado todos demasiado en conseguir objetivos que nos alejan de ese bienestar y satisfacción esencial que no nos deja apreciar el valor de lo que queremos en esta vida. Hay que priorizar y saber que todo no se puede, eso es cierto. Así que, va siendo hora de ponernos retos menos ambiciosos y saber que quien algo quiere, algo le cuesta.
Me gusta referirme aquí a todo tipo de padres y madres. Familias tradicionales, monoparentales, padres solteros o madres deseosas de más hijos o más oportunidades, sean las que sean. Todos por igual son en sí ejemplos de ciudadanos que quieren ser la mejor versión de sí mismos y que quieren un futuro mejor en sus vidas. Las pensiones que deberíamos disfrutar en nuestra jubilación se ven borrosas en el horizonte y los niños que nacen hoy en Europa vivirán 100 años.
Los antiguos modelos de financiación de pensiones no nos alcanzarán si la población no crece y se rejuvenece. Y lo más importante, la ilusión de muchos ciudadanos de tener una familia se desvanece por una acuciante incompatibilidad de obligaciones.
Nuestra madres y abuelas no pudieron elegir en la mayoría de los casos y hoy nos miran resignadas cuando les contamos que no llegamos a todo y que sentimos que pasamos poco tiempo con nuestros hijos. Es cierto que es una cuestión de elección, pero también hace falta algo de ayuda que empuje a que todo sea más llevadero para las familias que anhelan serlo.
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