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A estas alturas de inicio de año, ya debemos de estar poniendo en práctica los nuevos propósitos que nos hicimos al despedir el anterior. Quien más y quien menos lo ha hecho, incluso, como una declaración de intenciones dibujadas en el horizonte, aun sabiendo que será algo difícil de cumplir de la noche a la mañana.
Ahí la clave está en marcarse retos alcanzables y que te acerquen a ese estado en el que uno se siente feliz, por sencillo que sea, y dé sentido a esta aventura en la que estamos enrolados que se llama vida.
Puestos a elegir objetivos, me he decidido a hacer un ejercicio que no es precisamente físico y que me supone menos desplazamiento y más presencia y observación. Es algo en lo que no había reparado más que lo justo hasta ahora y en lo que quisiera ahondar: la de situaciones en las que hacemos gestos y comentarios que tienen que ver con lo que he llamado la 'herencia de la desigualdad'.
Porque, si hay que buscar el motivo del por qué no cumplimos nuestro propósito, en el caso de la 'ceguera' de esas actitudes discriminatorias, detrás de todas ellas está la educación y la consciencia.
No es miedo al cambio ni falta de voluntad en este caso, así que va a requerir atención y análisis. Hablamos de juicios y prejuicios. Por cierto, mientras escribo esto, algunas damas veteranas salen ahora a la luz oponiéndose al movimiento antiacoso y discriminación creado estos días, apostando todo al negro en la última gala de los Globos de Oro.
Sugieren e invitan a los hombres a poder rozar sus rodillas, por ejemplo, o "cortejarlas" si así lo desean. Poco tiene eso que ver con lo que se trata, señoras. Por supuesto que halaga una cortesía y un gesto de afecto. A nosotras y a ellos. ¡A todos! Pero si me permiten, estamos hablando de algo más serio. Abusivo y violento en algunos casos, corrupto en otras y sutil, pero incómodo y con graves consecuencias, en otros.
¡Creo que se nos acumulan los propósitos para esta nueva era! Mucho que hacer. Insisto, es recomendable ir despacio. Más despacio de lo que creemos, pero firmes. Yendo, directamente, al origen de nuestras actitudes y complejos más elementales. Y voy sacando pequeñas conclusiones. Voy entendiendo por qué la mujer ha sido durante siglos ninguneada: porque se la temía. Porque era muy capaz y muy sabia.
Porque daba vida y era más fuerte desde lo emocional que desde lo físico. Porque desde sus inicios es intuición o, lo que es lo mismo, experiencia, emoción e inteligencia juntas. Era demasiado. En cuanto algunos hombres vieron atacada su supremacía, optaron por acorralarla más y más. Y eso quedó en el ADN de la humanidad hasta hacer a la mujer sentirse culpable si destacaba en algo.
De eso ya no se acuerdan los actuales abusadores. Solo se sienten impotentes ante el desconcierto de no saber cómo actuar, porque están desorientados, perdidos y, por qué no decirlo, asustados. Y cargados de miedo, pero también de fuerza o sibilino poder infecto, actúan en consecuencia a lo que han heredado.
Sin ánimo de disculpar a nadie, por supuesto, ahí dejo el fruto de mi primer propósito alcanzable, como decía al inicio. Del primordial y que este 2108 nos lo sirve en bandeja: la reflexión sobre quiénes hemos llegado a ser y por qué. La educación y el cuestionar todo o casi es parte –o gran parte– de ello. Feliz era nueva.
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