La reputación de Brigitte Macron

Su aterrizaje en el Elíseo no fue, precisamente, un camino de rosas. Su relación con Emmanuel Macron –ella era su profesora; él su alumno de 15 años cuando se conocieron– fue la comidilla en Francia durante meses. Después, el intento de dotar de un estatuto propio –y del consiguiente presupuesto– a la figura de la primera dama se estrelló contra una petición popular que logró recoger 300.000 firmas.

Y cuando se supo que la partida anual de su gabinete costaba más de 450.000 euros al erario público, las tintas volvieron a cargarse contra ella. Y pese a todo, en los últimos meses, Brigitte Macron ha conseguido lo imposible: ganarse el respeto y el cariño de los franceses. De hecho, su popularidad no deja de crecer. Recibe entre 150 y 200 cartas al día –a Carla Bruni solo le llegaban la mitad–, las revistas venden más ejemplares cuando ella ocupa sus portadas y, en este tiempo, ha sabido convertirse en la mejor embajadora de la moda francesa.

Además, ha cultivado fama de ser auténtica, natural, cordial y discreta. De hecho, su agenda mensual solo se conoce 'a posteriori' y, pese a aquellos primeros baches, ha logrado mantenerse al margen de grandes polémicas y de controversias políticas. Sabe dosificar su presencia pública –apenas concede entrevistas y no tiene cuentas en las redes sociales– y hasta ha demostrado sentido del humor riéndose de la abultada diferencia de edad entre su marido y ella. Pero parece que alguien está tratando de dañar su imagen...

Hace unos días, el gabinete de la primera dama ponía en manos de la justicia gala un presunto delito de usurpación de la identidad después de que hoteles, tiendas y restaurantes de lujo de todo el mundo recibieran e-mails falsos enviados desde una cuenta que simulaba ser la de su oficina.

Exigían pequeños servicios y favores para los familiares directos de Macron, como una buena mesa en un famoso restaurante de París o unas entradas para asistir a un premio de Fórmula 1 en Australia. Desde la oficina de Brigitte han explicado que no creen que se trate de una broma, sino más bien de una estrategia para dañar la (saneada) reputación de la primera dama francesa.

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