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Muchas veces me he sorprendido ofuscada por desear que alguien comparta –y por supuesto apruebe–mi parecer sobre algún tema para mi fundamental. Y con el tiempo he aprendido que la clave de no ofuscarse es avanzar sin tener ni crear expectativas, para poder así apreciar lo que sucede en cada momento.
Pero en cada momento de verdad, mirando con atención lo que te ofrece el instante y teniendo los cinco sentidos puestos plenamente en ello. Así es casi seguro que después el resto de los sentidos, emocionales e intuitivos, te lleven a una conclusión ligera, sin densidad peso.
Es tan ‘simple’ como agradecer lo que es y no lo que intuías o esperabas. Llevo aplicándome en este camino un tiempo y tengo la intuición de que nunca dejaré de hacerlo. No es tarea fácil. Reconozco que los hábitos adquiridos durante muchos años, a menudo ganan la batalla al camino más lógico pero menos utilizado. Pero me ha ocurrido algo en este paseo por la presencia que quiero compartir.
Conduciendo en mi coche escuchando grandes éxitos de los ochenta, me he sorprendido cantando canciones que aprendí de memoria en inglés en mi adolescencia y que nunca supe a ciencia cierta lo que decían hasta que aprendí el idioma, con algunos de esos temas musicales y un diccionario en la mano.
Al principio, tiraba de la discoteca de mis padres, que además de la música clásica, tenían unos cuantos discos que hoy son reliquias, con temas de los Beatles o Bob Dylan y Joan Báez. Después, de los que me prestaban amigos algo mayores que yo, y ahí entraba Led Zeppelin o Eric Clapton e incluso Blue Velvet Underground.
Y después pasé a ahorrar para aprender de Michael Jackson o hasta la última etapa de Neil Young. Escuchaba música como una posesa pero no siempre entendía todo lo que decían. En esa época los vinilos traían las letras de las canciones en una separata o como forro del disco que poníamos en dirección opuesta a la abertura del cartón para que el grafito no se escapara ni rompiera.
Los cuidábamos y pasábamos un cepillo cual pieza única que eran. Y volviendo a esas letras complicadas de entender, algunas pasaban de largo. Eurythmics era tarareado a ritmo sin detenerme en lo que decía y la voz de Sally Olfield era ya suficiente para escuchar Family Man... Después aprendí el idioma del rock y viajé por todo el mundo. Así, ahora vuelvo a escuchar aquellos temas que suenan en mi radio, después de quizá tres décadas, para entender lo que cantan y apreciar lo que cuentan.
Y me digo a mí misma que "cada persona tiene su momento para entender las cosas". Puede que te empeñes en que alguien entienda lo que sientes, incluso puede que te empeñes tú mismo en entender algo que ‘no te cabe en la cabeza’. Pero lo cierto es que no es el momento. No estamos preparados para ello. Porque nos falta hacer el camino intermedio del aprendizaje. Y diré algo más: probablemente aunque creas que en su momento entendiste algo, quizá hoy lo interpretes de una manera distinta, porque el contexto ha cambiado y las vivencias también.
Qué importante es darnos la oportunidad de tomar conciencia de ello para ofuscarnos menos. Y decirnos a nosotros mismos, como una vez me dijo un maestro, que a veces, uno está "en su camino" y lleva su ritmo. Permitir a los demás que nos muestren su manera de entender un asunto, sin poner ‘nuestro mapa’, hará que incorporemos al ‘territorio’ una orografía distinta.
Es cuestión de empezar a tararear, aunque no entendamos la letra, para que nos sorprenda la poesía que hay detrás. De lo abstracto a lo concreto para volver a abrir las posibilidades. Un ejercicio sano y recomendable para el alma.
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