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Tras años de ausencias, huidas y caras largas, por fin la hemos visto reírse y disfrutar. El milagro sucedió en el Gran Premio de Mónaco, cuando subió al podio junto a su marido, el príncipe Alberto, y otros miembros de la familia real del principado. Les tocaba, como manda la tradición, entregar los trofeos a los vencedores y entonces ocurrió.
Daniel Ricciardo, ganador de la carrera de Fórmula 1, cogió la gran botella de champán, regó con ella al público, se la ofreció al príncipe para que bebiera y luego, se la pasó a Charlene. La princesa, tras dudar unos segundos, parece que sí, que se animó y le dio un trago entre las carcajadas de todos. ¿O quizá no llegó a beber y tapó con el pulgar la boca de la botella? Busquen el vídeo en internet y saquen ustedes sus propias conclusiones.
Lo importante, en cualquier caso, no es tanto eso como el buen rollo generalizado que presidió la escena. A ello contribuyó sin duda el vestido estampado y sin mangas de la princesa y, sobre todo, su actitud risueña y alegre, muy distintas a la que ha mostrado en muchos otros actos oficiales.
Tan contenta se la vio, casi, como en aquellas famosas y polémicas imágenes de principios de 2014. "Las fotos del escándalo", tituló Bunte, la revista alemana que las publicó. En ellas, la princesa aparecía muy cariñosa junto a dos hombres, de vacaciones en la isla de San Bartolomé mientras su marido asistía a los Juegos Olímpicos de Invierno. Los rumores de divorcio o de que la pareja hacía vidas separadas volvieron a la palestra.
Y es que, la relación con Alberto siempre ha sido muy cuestionada. Quizá por el pasado de él, todas las relaciones que tuvo antes de ella o lo mucho que le costó sentar la cabeza y casarse. O por los dos hijos que concibió fuera del matrimonio: Jazmin, de 26 años y que cada vez tiene más presencia en el principado, y Alexandre, de 14.
Cuentan que pocos días antes de la boda, corrió el rumor de que había otros dos hijos ilegítimos y que ella intentó huir y volverse a su Sudáfrica natal. Aunque al final lograron convencerla para que no dejara a Alberto plantado en el altar. Charlene, sin embargo, calificó estas noticias como "mentiras categóricas". Lo que no pudo desmentir fueron sus lágrimas en la boda, que ella justificó con estas palabras: "Todo fue tan abrumador y había tantas emociones encontradas a causa de los rumores que me puse a llorar". También se confirmó un hecho aún más extraño e inquietante: los recién casados pasaron la luna de miel en dos hoteles distintos que se encontraban a 16 kilómetros el uno del otro. "Fue por razones prácticas", dijo el príncipe.
La tensión, o al menos la presión mediática, se alivió a finales de 2014 con el nacimiento de los herederos al trono, los mellizos Jaime y Gabriela. Un acontecimiento ante el que la princesa aseguró sentirse " feliz, aliviada, orgullosa y muy emocionada".
Lástima que poco después surgieran nuevos rumores y esta vez no tenían nada que ver con su matrimonio, sino con la mala relación que mantiene con su cuñada Carolina. Ambas mujeres, según cuentan, no se pueden ver, así que evitan coincidir en actos oficiales, lo que justificaría muchas de las ausencias de Charlene.
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