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Últimamente me encuentro con seres como llegados del cielo que me regalan piropos en forma de sonrisa generosa y palabras de energía, tan buena, que me alegran el día.
Me pregunto dónde estarán estas personas cuando las necesito y no las encuentro. Y también dudo de si serán siempre así. Me ha llevado poco tiempo darme cuenta de algo muy importante: que no son ellos, sino yo y el cómo recibo esas palabras, lo que marca la diferencia. Es lo que se suele llamar el ‘estado vital’ en el que te encuentras, lo que hace que un acontecimiento se traduzca en un hecho que te aporte o te reste la energía necesaria para continuar adelante con entusiasmo.
Estos días he estado formándome con todo un maestro de la programación neurolinguistica, PNL para los más entendidos en el ámbito del coaching. Este señor se llama John Grinder y puedo decir que es una delicia escucharle hablar y entregarse en cada jornada que nos ha dedicado a los alumnos.
Precisamente, Grinder hace mucho hincapié en la posibilidad que tenemos de elegir el estado desde el que queremos operar y crear, a su vez, opciones con las que afrontar un conflicto. Algo que puede parecer complicado, toma sentido cuando descubrimos que las cosas llegan a nosotros en momentos distintos a nivel emocional, y que depende de nosotros cuál de los estados queramos accionar para llevar el asunto a buen puerto.
Según él, podemos identificar la actitud que queremos tener para gestionar aquello que nos acontece, siempre y cuando la hayamos ubicado en nuestro cuerpo, que es el que nos habla desde su fisiología. La posición corporal, la respiración, y muchos aspectos más de nuestro físico, hablan y dicen mucho. Todo ello nos da mucha más información de la que pensamos.
Si somos capaces de hacer ‘una foto’ de cómo estamos física y anímicamente en momentos de fortaleza y energía vital, podremos representarlo más adelante, cuando necesitemos de ese recurso. Sería ‘modelar’ el estado al que se aspira mediante un entrenamiento, e integrarlo de manera más consciente, acompañándonos, a ser posible, por un coach que nos ayude en el proceso. Pero esto da para mucho más.
Solo añadir que, entre otras muchas cosas, me ha atrapado la idea de observar el asunto a tratar desde una tercera posición. Es decir, no desde el yo aquí y ahora en el estado puntual, ni ‘el otro’ –segunda posición–, sino desde una tercera, alejada de uno mismo. Esta posición nos permite observar el asunto en cuestión desde una actitud curiosa y de aprendizaje. Sin juicio ni prejuicio.
Requiere alejarse mucho, física y emocionalmente. Y se consigue con un trabajo exhaustivo y entrenamiento. Y aporta grandes beneficios para poder calibrar cuál puede ser el estado deseado y llegar a él de una manera más efectiva y con objetividad. Es un ejercicio físico, pero también con la conciencia plena puesta en el alejamiento del ‘yo’ para salir del mismo.
Así, empleamos tiempo y entrega para que ese distanciamiento ocurra. Es un ejercicio interesante, como otros muchos, para mirar las cosas desde otro prisma. Observemos pues, qué sentimos al afrontar cualquier decisión o recibir una noticia, por ejemplo. Y seamos curiosos con nuestras reacciones para aprender más sobre nosotros mismos.
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