Las dos caras de Emine Erdogan

Apenas se deja ver. Y cuando lo hace, como en la última cumbre de la OTAN, actúa con tal discreción que suele pasar totalmente desapercibida. Pero eso no quiere decir que Emine Erdogan (63) no sea una de las primeras damas más influyentes del mundo. Casada desde 1978 con Recep Tayyip Erdogan (64), ella y el presidente de Turquía siempre han formado un tándem perfecto, sobre todo en campaña electoral. El del político ambicioso y populista y la mujer tradicional y discreta volcada en el trabajo social.

Aunque es cierto que Erdogan ha liderado campañas para abolir el matrimonio infantil o la costumbre de algunas familias de no dejar que sus hijas vayan al colegio, la primera dama turca tampoco es una revolucionaria. Siempre ha desempeñado su papel institucional ateniéndose a la rigurosa imagen de la mujer tradicional musulmana, que lleva una vida ‘modesta y humilde’ y, eminentemente, doméstica.

De hecho, ha contado que pasa gran parte de su tiempo en la cocina de su residencia, donde se dedica a fermentar manzanas para hacer vinagre. Sin embargo, el extravagante tren de vida de los Erdogan dista mucho de esa frugalidad. Definida como una adicta al shopping por la prensa turca, cuando hace unos años visitó Varsovia, en un viaje oficial junto a su marido, se gastó 45.000 euros en antigüedades, una de sus grandes pasiones.

Y en 2015, durante un viaje a Bruselas, hizo cerrar al público un centro comercial para poder comprar a solas. De hecho, la primera dama turca es propietaria de un Birkin, el bolso más deseado y caro del mundo. Pero el símbolo de la opulencia de los Erdogan —cuya fortuna personal es un misterio— es el palacio presidencial de Ankara, que el líder turco mandó construir y que se inauguró en 2014 en medio de una gran polémica. Con más de mil habitaciones, y una factura final de más 600 millones de euros, es una de las residencias más grandes y ostentosas del mundo.

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