Una imagen de un código binario. / D.R.

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Algoritmos

La reflexión semanal de la presentadora.

Son ellos, los algoritmos, tan hábiles que rápidamente deducen mis necesidades para que la empresa de venta por Internet de turno me proponga algún producto que añadir a mi cesta de la compra. Son hábiles digo, porque conocen bien su cometido: concluir aquellos productos que puedan interesarme dependiendo de mis últimos pedidos y consultas.

Si compro un libro con determinada temática como el Coaching, Mindfulness o tan interesante como filosofía Sufí, por decir un ejemplo, no tardan en ofrecerme referencias parecidas del mismo autor o incluso cuencos tibetanos con cierto aire místico. Me inquieta tanta anticipación a mis necesidades. Primero porque lógicamente, me siento bastante observada en mis movimientos y después porque estas ofertas dejan poco espacio a la sorpresa y el descubrimiento individual de lo que nos gusta y deseamos. Me resisto a pensar que porque alguien hizo algo de una determinada manera, lo seguirá haciendo siempre así y debamos esperar que lo siga haciendo. Me gusta pensar que salimos de esos compartimentos en los que hay poco espacio para la improvisación y la experimentación no solo en el ocio, el vestir o el leer, sino en la elección de los artículos que vamos a comprar. Sí, es cierto que nos acerca productos que están muy relacionados con aquello que nos interesan y que hay que agradecerlo, pero sin caer en la ‘necesidad fundada’ de lo que se nos propone comprar en nuestras pantallas como objeto de deseo.

Esos números poco saben del porqué hago esa compra

Porque al fin y al cabo muchos de esos algoritmos siguen unos patrones predeterminados para llegar a una conclusión que también se pierde detalles importantes. No todo es tan lógico y menos en un proceso de compra , sea por Internet o física en punto de venta. Me explico: hay clics que son predecibles porque son ‘procesos naturales’ de selección de compra. Por ejemplo, quien adquiere pienso para su mascota, seguramente necesitará una caseta o un cepillo. De eso se sirven los sabios de la venta por Internet, una vez estudiados nuestros patrones de conducta a la hora de pulsar el ‘Añadir a la cesta’ a una referencia.

Tengo un amigo que incluso me asegura que a estas empresas de venta on line les compensa más tener un producto que prevén que vamos a pedir, listo en stock para ser servido, que devolverlo en caso de que esto no suceda. Y cuando me lo contó, me entró la risa pensado en lo locos que se deben volver esos cálculos numéricos cuando un día pido unos calcetines para correr y otro día unos filtros para la aspiradora. Pues sí, aunque parezca de locos, algo tan sencillo como eso también está contemplado en sus variables numéricas.

Pero me queda la pequeña revancha en forma de rebeldía de que esos números poco saben del porqué he comprado un sobre de semillas de girasol, por ejemplo. Y que, aunque también me ofrezcan tiestos o libros sobre jardinería, no podrán ofrecerme la satisfacción de meter la mano en la tierra y ver feliz la sonrisa de mis hijos al sembrar las semillas. Dicho sea de paso, estas empresas tampoco lo necesitan.

Esos algoritmos me ayudarán en el camino a conseguir cosas que quizá necesite, y hagan mi vida más fácil. Pero no me ayudarán a lograr el objetivo final de mi compra, sea meramente práctica o algo menos urgente pero absolutamente importante y necesario. Eso solo depende de nosotros.

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