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"Estaba sobre la cama, en pantalones cortos. Tenía las piernas desnudas y delgadas como los brazos, dobladas como si fueran las de un saltamontes (…) Antes de despedirme, fui al baño y me rocié con colonia. Al regresar a su habitación, se estaba levantando. Cuando nos abrazamos, podía sentir sus vértebras y las costillas".
Lisa ya se dirigía a la salida y Steve Jobs reclamó su atención: "Hueles como un váter", le dijo. Fue una de las últimas veces que Lisa Brennan-Jobs, la hija mayor del fundador de Apple, vio a su padre antes de que muriera víctima de un cáncer de páncreas, en octubre de 2011. Es uno de tantos recuerdos amargos con los que ha hilado unas memorias que convierten al mito en un hombre detestable. Sin embargo, la autobiografía, que acaba de publicarse en EE.UU. bajo el título Small Fry, no es un juicio ni un acto postrero de despecho, asegura su autora, sino un ejercicio de perdón y reconciliación.
Al lector le costará creerlo. Es cierto que cada desplante, cada desprecio que Lisa recibió desde niña del gran Jobs es justificado por ella como los daños colaterales de una personalidad torpe en las relaciones, pero de una honestidad insultante. A esto atribuye que le reprochara su mal olor aquel día en que ya se sentía moribundo: "Me dijo la verdad", explica Lisa, reconociendo que el perfume estaba caducado. Pero esos mismos argumentos hacen inexplicable que Jobs abandonara a su madre, la artista Chrisann Brennan, al saber que estaba embarazada. Chrisann y Steve mantuvieron una relación desde el instituto hasta la universidad. Cuando Lisa nació (1978), él ya había iniciado su aventura con Apple. Asistió al parto, pero solo para decir a todos que él no tenía nada que ver con eso.
"Hasta que cumplí dos años, mi madre completaba lo que recibía de prestaciones sociales con trabajos de limpieza o de camarera. Mi padre no ayudaba –relata en el libro–. En 1980, el fiscal de distrito del condado de San Mateo, en California, demandó a mi padre para que pagara una pensión alimenticia. Él negó la paternidad, declaró bajo juramento que era estéril y dio el nombre de otro hombre que, según él, era mi padre". Sin embargo, el temor al escándalo por un juicio público cuando su compañía estaba en plena expansión hizo que aceptara pasarle una manutención que sus abogados consiguieron reducir en lo posible. Poco después, Apple salía a bolsa y la fortuna de Jobs crecía hasta los 200 millones de dólares. Aún así, rechazó aumentar los 500 dólares mensuales que había pactado con Chrisann.
A pesar de sus reticencias, con el tiempo Jobs fue admitiendo a Lisa en su vida, en especial desde que se casó con Laurene Powell hoy su viuda. Ella le hizo comprender que la niña debía formar parte de la familia. Y así lo aceptó, aunque con un retorcido sentido de la paternidad. Al principio, se quedaba a pasar un día por semana en casa de su padre. "Esas noches cenábamos, estábamos en la piscina, veíamos películas viejas. Durante el camino [de vuelta a casa] no hablaba", recuerda.
Era una relación distante que, sin embargo, hizo más profunda la admiración que Lisa ya sentía por él: "Es famoso. Inventó el ordenador personal. Vive en una mansión y conduce un Porsche descapotable. Compra uno nuevo cada vez que se lo arañan", presumía en el instituto. En una ocasión, le preguntó si podía quedarse con uno de sus coches cuando ya no lo quisiera. "Por supuesto que no", respondió cortante. "Entendí que a lo mejor no era verdad lo que había oído de los arañazos. Para entonces, ya sabía que no era generoso con el dinero, la comida o las palabras, aunque lo de los Porsche podía ser una maravillosa excepción". Al llegar a la casa, Jobs paró el motor, se giró y gritó: "No recibirás nada. ¿Entiendes? Nada. ¡No recibirás nada!".
La personalidad contradictoria de Jobs y la influencia de Laurene explican que, siendo Lisa ya una adolescente, le propusieran vivir con ellos y sus tres hermanastros. Aceptó creyendo que disfrutaría de todo lo que había carecido en su infancia, pero su padre sumó al desapego su afán controlador y un particular método de enseñanza. Durante meses impidió que Lisa tuviera contacto con su madre para reafirmar su autoridad. Le quitaba la calefacción del dormitorio para "trasmitirle valores".
Incluso, la obligó a contemplar cómo él y su mujer se besaban y manoseaban en un arrebato supuestamente pasional porque, según le dijo, era importante que formara parte de ese momento familiar. Apenas recibió muestras de cariño. Hasta el punto de que llegó a pedir a su padre que al menos alguien le diera las buenas noches antes de irse a dormir. Le contestó que no pidiera lo que no le podían dar.
Cuando Lisa entró en la universidad, la relación volvió a distanciarse hasta que Jobs cayó enfermo. " El último año lo visité un fin de semana en meses alternos. Me había quitado la idea de una gran reconciliación, esa que ocurre en las películas, pero seguí yendo de todas formas", se lee en la autobiografía.
Al menos, prosigue, logró que le pidiera perdón por no haber pasado más tiempo con ella. "Hoy veo a mi esposo cómo es con nuestro hijo, pendiente y sensible, como le hubiera gustado ser a mi padre. Pero fue incapaz".
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