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Presidente del Consejo de Vigilancia del Grupo Clarins, una firma de belleza muy comprometida, tanto con la infancia como con la preservación de la biodiversidad.
Y es que mucho antes de que el tema del medio ambiente fuera una cuestión de actualidad, tuvieron claro que querían hacer de su compañía una empresa sensible con este asunto, a través del apoyo a distintas asociaciones y la puesta en marcha de diferentes acciones.
Corazón ¿Cómo surgió ese interés? Christian Courtin-Clarins Nuestros primeros productos ya eran 100% naturales. Mi padre creó esa filosofía de cuidarnos mediante las plantas. En primer lugar, porque son muy eficaces. Pero es que, además, gracias a la historia, sabemos cuáles son sus efectos secundarios, a diferencia de los productos químicos que, 'a priori', parece que funcionan muy bien y, 50 años después, vemos que nos han hecho un agujero en la piel. Yo recuerdo que iba con mi padre al Museo de Ciencias Naturales a encontrarme con botánicos que me contaban historias sobre pociones que, para mí, eran como de brujería. Aquello me apasionó. En los años 80, llegó una palabra: 'biodiversidad'. Ahí nos dimos cuenta de todos los errores que habíamos cometido, a veces pensando que lo estábamos haciendo bien. Por ejemplo, los monocultivos, poniendo árboles de la misma especie, todos juntos. Eso es algo catastrófico, porque los árboles necesitan armonía, intercambios… El monocultivo intensivo ha destruido los árboles… Y sin árboles, no hay tierra, porque los árboles crean hongos que los gusanos comen… Eso es biodiversidad. En 1985 nació mi primera hija y me dije: "¿Qué va a comer ella?, ¿va a poder nadar en el mar, sin estar rodeada de bolsas de plástico?"… Me planteé muchas cuestiones e hice dos cosas como padre, presté mucha atención a la alimentación y a la educación de mis hijos y como empresario me dije: "Debo preservar la naturaleza, así protegemos el futuro".
C. Tienen proyectos en Honduras, Vietnam, Burkina Faso… ¿Alguno del que se sienta más orgulloso? C.C.C. Me siento satisfecho con todo lo que hemos hecho, porque no nos hemos equivocado. La filosofía nunca ha sido dar dinero a personas necesitadas, sino ayudarles para que ellos trabajen y ganen dinero. Cada vez que compro materias primas, construyo un colegio en esos países en vías de desarrollo, porque el único medio de reducir el exceso de población mundial es que vayan los niños al colegio. La escuela nos da educación para entender el problema de la superpoblación, por ejemplo, en la India. Para que los padres quieran traer a los niños al colegio, hay que darles de comer y para ello, pedí que comprásemos arroz, maíz, lo que ellos coman, a campesinos locales, para promover la agricultura local, así fomentamos la creación de trabajo entre esos campesinos. Eso hace un círculo virtuoso. Por eso estoy contento porque hemos aprendido mucho y creado un sistema muy saludable, ya sea en Burkina, Vietnam o China.
C. Pero lo que hoy le trae aquí es ese otro tema con el que también se sienten comprometidos. Me refiero a la infancia y concretamente, a su colaboración con Aldeas Infantiles, una unión que nació hace 20 años... C.C.C. Aldeas Infantiles es una asociación extraordinaria, compuesta por mujeres voluntarias ante las que me quito el sombrero, porque tienen pasión, amor, paciencia y se entregan totalmente a niños que no son sus hijos. Son mujeres muy enriquecedoras. Cuando protegemos la naturaleza, protegemos el futuro. Y, ¿quiénes son el futuro? Los niños. Para mí colaborar con Aldeas Infantiles es una forma de dar las gracias a estas mujeres que se vuelcan en los niños.
C. El Premio Clarins a la Mujer Dinamizante recompensa a mujeres que se comprometen con la infancia y se entrega en 18 países. Mujeres excepcionales que están al lado de los niños más desfavorecidos, enfermos, maltratados, que sufren... C.C.C. Un día, hace 24 años, en Francia, vino a vernos una doctora, que nos dijo: «Estoy preparando una expedición, quiero subir a la cima del Everest y necesito dinero. Quiero aprovechar para hacer pruebas con sus productos». Ella sabía que nos gustaba experimentar nuestras cremas en ambientes extremos y situaciones difíciles y nos propuso coger los productos y testarlos. No consiguió coronar el Everest, pero hizo estudios a miles de metros de altitud. Más tarde, nos propuso otro reto: atravesar Groenlandia con esquís de fondo. Allí podría llevar más productos para probar y nos confesó que la única manera de lavarse era utilizando su agua dinamizante de Clarins. Logró atravesar Groenlandia. Al volver, mi padre se reunió con ella y le dijo que era formidable lo que había hecho. Contestó que no lo hacía por ella, sino por los niños que sufren de cáncer. Así fue cómo nació el premio a la mujer dinamizante, para premiar a las mujeres extraordinarias, excepcionales... Que dan su corazón, su pasión, su tiempo, incluso su dinero a veces, para ocuparse de niños desfavorecidos.
C. En marzo de 2012, el Ministerio de Ecología, Desarrollo Sostenible, Transporte y Vivienda de Francia le otorga la distinción de Caballero de la Legión de Honor por haber hecho perenne y por haber renovado la ética. C.C.C. Fue una ministra del gobierno de Sarkozy, quien había oído hablar de mí. Era época de elecciones y me dijo que no podría estar presente. Me preguntó si yo conocía a alguien que pudiera hacerme entrega de esta distinción. Yo había trabajado mucho con Bertrand Piccard, el creador del primer avión que dio la vuelta al mundo con energía solar, así que le llamé y me dijo que vendría encantado. Por cierto, cuando la ministra supo que vendría Bertrand, se quedó para salir en la foto, así que, finalmente, tuve a los dos (risas).
C. Es importante que la solidaridad no se limite a una acción puntual, sino que se prolongue en el tiempo. C.C.C. En una empresa familiar siempre estamos pensando a largo plazo. Yo ya estoy pensando en lo que harán mis hijos y tengo uno de siete años. Cuando ayudamos a una mujer dinamizante, soy fiel, prefiero seguir ayudando a mis mujeres dinamizantes, porque sabemos la dificultad que tienen las asociaciones para conseguir dinero. Mientras vaya bien Clarins, a ellas no les faltará nuestra aportación. El mayor piropo que me han dicho fue el de una clienta, el otro día: "Adoro sus cremas, pero es que, además, sé que cuando compro uno de sus productos, hay una pequeña parte de mi dinero que sirve para proteger la naturaleza y otra parte a ayudar a los niños. Eso me hace sentir muy orgullosa".
C. Y, ¿le parece importante contarlo? Muchas firmas prefieren ser discretas a la hora de dar visibilidad a su vertiente solidaria, pero cuando alguien compra un producto, es importante que sepa a dónde va su dinero... C.C.C. Estoy de acuerdo, y me debo organizar para que mostremos mejor lo que hacemos. Hemos entregado 20 millones de comidas en los coles, pero es que todavía hay 50 millones de niños que no tienen una comida al día. Hemos plantado cinco o seis millones de árboles, pero es que se destruyen cinco o seis millones al día. Por eso hay que ser modesto, porque sabemos que lo que hacemos no es más que una gota de agua, pero es importante. Por cierto, ¿conoces la historia del colibrí? Es una historia africana, que dice que un día hubo un incendio en un bosque de África, que hizo que todos los animales salieran huyendo. Un colibrí llegó al río, cogió una gotita de agua en su pico y de camino al bosque se encontró a un león que le dijo: "¿Qué haces?". "Voy a apagar el fuego con el agua", contestó el colibrí. "Pero eso no sirve para nada", objetó el león. El colibrí le contestó: "Al menos yo estoy participando". Esa es la clave, si todos participásemos con una gotita, las cosas serían muy diferentes.
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