La reflexión de Anne Igartiburu a partir de su última visita al dentista. / gtres.

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Juicio sano

Una semana más, Anne Igartiburu nos ofrece su reflexión.

"No te va a doler", ha dicho mi dentista. Y yo creo a Gonzalo, que lleva años en esto de arreglar la boca al personal. Es amigo de hace años. "¡Además, tú eres una chica fuerte, y vasca!", añade socarrón. Ya nos conocemos. Y sabe que me gusta poner un poco de cercanía a todo.

Me acaban de sacar la muela del juicio. Tengo la anestesia recorriendo mi boca boba y me siento ligera como una pluma, sinceramente. Debe ser que la muela era grande. O que el peso de ese juicio era, también, importante. Un peso del que me he desprendido y con el que llevo luchando desde hace tiempo. Sí, porque hace tiempo que decidí dejar el juicio a un lado para aceptar lo que veía como algo interesante. Sin más. Sin juzgar.

Llegué a la conclusión de que juzgar me desgastaba mucho

Porque llegué a la conclusión de que juzgar me desgastaba mucho. En cuanto descubrí que no necesitaba calibrar nada, las cosas comenzaron a fluir de forma distinta. No necesitabas controlar todo. Y, mucho menos, ejercer un juicio sobre lo que tenía ante mí. Solo debía dejar que las cosas 'fueran'. Así que, con este nuevo gesto, mi querido dentista ha introducido en una bolsita transparente, y profilácticamente cerrada, el poco de ese juicio que aún podía tener ahí rondando en mi ser. Me gusta el gesto.

La similitud que se hace con esta muela del juicio también tiene que ver con la idea de ser juicioso y cabal. Tiene algo de trascendental del que, he de reconocer, me cuesta desprenderme. Así somos muchos. Hacemos lo que creemos que debemos hacer y, además, lo hacemos bien. Imponiendo cierto aire de seriedad y consecuencia a nuestros actos y decisiones. No digo que esté mal, pero también se ha ido un poco del 'tengo que' en ese saquito de plástico, a la basura.

Que nadie se asuste, que luego pasa lo que pasa. Y cuando uno se arranca, hace lo opuesto a lo que ha hecho toda la vida por mera rebeldía, metiéndose en jardines de los que luego es muy complicado salir. Pero con la ligereza que da una muela menos, algunos años más, buenos amigos y muchas experiencias, uno encuentra también el camino para dejar que las cosas sucedan y poner menos atención al juicio innecesario que ejercemos sobre las cosas.

Lo hacemos como mecanismo de defensa, en muchos casos. Y, en la mayoría de ellos, no necesitamos defendernos de nada. Y mucho menos posicionarnos, por mucho que las redes nos inviten a ello como gesto cool, para beneficio de algunos. Una cosa es tener criterio y utilizar las plataformas para reivindicar causas que lo necesitan y otra estar continuamente dando nuestra opinión sobre asuntos que no van más allá.

Precisamente, alguien que me quiere bien, me ha propuesto, ahora que he sacado algo de juicio de mi cuerpo, incorporar un poco más de improvisación a la vida. Y ya puestos, dejar fluir las cosas. Soltar cabos que nos lastran y añadir divertimento. Como ejercicio, no lo veo nada mal. Yo he añadido agradecimiento y celebración a esta declaración de intenciones. Y, cómo no, un abrazo infinito sin apretar demasiado, por eso del boquete que está reciente en mi mandíbula. Me lo puedo permitir... Veamos cómo avanzamos sin ese molar número 38 y ligeros de juicio. Las cosas pasan por algo...

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