Dulceida junto a su mujer. / redes

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Confidencias: vendedoras influyentes

Las 'influencers' son vendedores, un concepto de 'marketing'.

Esta semana estuve como invitada en el curso 'Intelligence Influencers: Fashion & Beauty' que imparte la Universidad Autónoma de Madrid. Una idea pionera de mi amigo Manel Torrents, que algo tuvo que ver con el éxito de 'Gran Hermano' o la puesta en marcha de la Miami Fashion Week. Ya le advertí que mi postura hacia la inmensa plaga de 'influencers' expertas en 'lifestyle', 'travelers', etc. era crítica. El concepto que nació como herramienta de 'marketing' se ha desvirtuado y, ahora, no hay quien lo frene ni quien lo regule, bueno si el sector publicitario y los medios de comunicación. Lo que más les duele a los 'influencers', o aspirantes a ello, es que les llames vendedores. No entiendo muy bien el motivo, si lo son. Vendedores 'on line', lo dicen todos los expertos en mercadotecnia.

Existe un 'top ten' como en todo, pero si te paras a analizarlo, los vídeos que suben se asemejan más a un 'reality' barato que a una televenta. Por ejemplo: 35 millones de reproducciones (más que habitantes de este país) tiene el vídeo en el que la reina del gremio, conocida como Dulceida, y su mujer juegan a chuparse partes del cuerpo con los ojos tapados para adivinar qué parte es, o se lamen los labios para descubrir con qué alimento se los han frotado.

Otra del 'ranking', María Pombo presume de que su aspiración en la vida era ser madre y, ahora que es influencer, quiere devolver al mundo todo lo que este le ha dado, pero no sabe cómo. O Andrea Mirela, que ha conseguido medio millón de repoducciones experimentando lo que se siente comiendo con un euro al día. No queda claro si lo propone como dieta, porque al final dice que no está tan mal, o como experimento sociológico. Es digno de ver cómo desayuna un vaso de agua sin quejarse ni denunciar que no es saludable. Luego pasan casos como el de la joven Celia Fuentes que se suicidó víctima de su personaje de ficción como 'instagramer'.

La figura está en peligro de extinción, les guste o no, por eso cada vez son más los que se afanan en desenmascararles. Los últimos, una cadena americana de calzado, Payless, que para la inauguración de su nueva tienda en Santa Mónica se inventó una marca de zapatos de lujo: Palessi. Llenaron las estanterías con su propio calzado y montaron una fiesta de apertura a la que invitaron a todos los 'influencers' de la zona. Les vendieron zapatos de 20 dólares por 640. Nadie descubrió el engaño. Como era un experimento que han publicado, les devolvieron el dinero. Un 'influencer' tiene que ser experto o dominar algo, además de tener un carisma especial.

No todo vale y menos cuando puedes comprar seguidores. Qué curioso que la gente más influyente de la moda (Anne Wintour no tiene Instagram) o mujeres que agotan todo lo que se ponen, como Paula Echevarría o Katte Middleton, no vayan de ‘influencers’ ni de nada que se le parezca. Igual el fallo es que el término se les queda grande a los que pretenden influir desde una realidad fabulada y pequeño para los que su vida, su profesión, sus conocimientos... realmente nos influyen.

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