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El supuesto romance entre Albert Rivera, candidato de Ciudadanos, y la cantante Malú ha sido la comidilla del país la última semana. Creo que es la primera vez que un político llega a todo el pueblo de verdad. Ni mítines, ni debates políticos. Rivera tuvo un impacto mediático mayor que cuando se presentó por primera vez ante la ciudadanía desnudo para captar la atención de los votantes.
Eran otros tiempos, y ahora tiene más competencia, sin ir más lejos, la irrupción de Vox y su polémico candidato, Santiago Abascal. Me cuentan compañeros que cubren política que, en el pleno del pasado miércoles, solo se hablaba del romance de su señoría Rivera.
Entonces, ¿por qué ese complejo de los jefes de campaña a utilizar la vida privada de sus candidatos si en el fondo a los españoles que somos cotillas por naturaleza nos interesa igual o más que su programa político? En Estados Unidos o Europa nos llevan ventaja con esto. Allí los Trump tienen hasta serie propia. Pero aquí caen en una contradiccón.
Les gusta llevar a sus parejas a los mítines o actos de relevancia social para hacer ver que son como el resto. Todo programado para que la foto sea perfecta. Pues no señores políticos, deberían hacernos partícipes de su vida privada, no digo que nos hagan un ‘Sálvame diario’, pero si están enamorados, si rompen una relación, deberían habla de ello con naturalidad. Porque se empeñan en parecer perfectos y producen el efecto contrario, se alejan y no nos los creemos. Escuchar a Carlos Herrera en COPE preguntar a Rivera con tanta elegancia sobre su nuevo estado sentimental fue un gustazo. Una pena que Albert no estuviera a la altura en la respuesta. La España rosa también vota y son muchos. Deberían reflexionar sobre ello.
El amor no se regala