Anne Igartiburu aboga por cuidar el planeta. / agencias

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La revolución ejemplar

La reflexión de Anne Igartiburu.

Esto no viene de ahora. Los más jóvenes nos vuelven a dar un ejemplo del compromiso que nosotros no estamos teniendo. Ellos llevan tiempo alertándonos de que nos estamos cargando el planeta y nosotros nos limitamos a reciclar y ahorrar energía o viajar en medios menos contaminantes, que no está mal. Pero ellos levantan la voz por algo más que remueva las conciencias de los mandatarios mundiales con una respuesta vergonzosa por su parte. No hay más que ver el poco caso que se les hizo en su última visita al congreso europeo en Estrasburgo. Se volvieron a casa con la sensación de ser ninguneados por los eurodiputados que entraban y salían del Parlamento, donde había más sillas vacías que ocupadas. ¿Y qué hay de esa llamada de atención por la alerta del cambio climático? ¿Qué hay de esa alerta por un mundo que heredan ya y que no podrán dejar ni siquiera en un estado de disfrute para generaciones venideras? Lo que aprendimos de nuestros padres, el amor por la naturaleza, por nuestra madre tierra, animales plantas, mar, aire... se lo inculcamos a su vez a esta marea de jóvenes que, en su día, fueron nuestros niños. Pero se ha convertido en una vergonzosa caricatura de algo que hoy se desdibuja. Son ellos, chavales y chavalas estudiantes, universitarios o adolescentes de institutos, los que nos hacen ver que este asunto es algo más que unas cifras para convertirse en una auténtica crisis mundial.

Sonrojan a los gobernantes 'intermedios' y ven cómo los lideres de las mayores potencias mundiales les ignoran y cuestionan lo que es un clamor al mundo.

No quiero que el efecto Greta Thunberg —una de las abanderadas de este movimiento— se quede en una mera nota de prensa. No quiero que mis hijos recuerden que no hicimos lo suficiente cuando no tengan nada sano que comer. No quiero irme de este mundo pensando que somos ciudadanos a los que se nos ignora cuando reivindicamos un compromiso para cuidar nuestro planeta agónico y seco. No quiero tener tanta prisa como para no pararme a pensar y hacer algo por impedir los efectos devastadores de esta epidemia global.

No quiero que mis hijos piensen que no hicimos lo suficiente

Este movimiento que ha surgido de manera espontánea es la lección que nos muestran los más jóvenes. Los espejos a veces nos reflejan de manera cruda una realidad que debemos aceptar. No hay nada más duro que mostrarle un espejo a una sociedad que reconoce sus errores. Y ellos, valientes y entusiastas de la vida, nos lo muestran, para que no se nos olvide que está en nuestras manos. Más allá de un año en el calendario de los objetivos. ¿Les vamos a escuchar por una vez? Ya que ellos han escuchado y acatado en tantas ocasiones. Dejemos que nos expliquen cómo creen ellos que podríamos hacerlo. Y de paso, démosles voz hasta las altas instancias. Abramos nuestras puertas, para que ellos abran las de los despachos de tantos responsables y de paso, sintamos que estamos haciendo las cosas bien.

Pillemos la ola de este movimiento para contagiarnos de un sentido común para que, de una vez por todas, tenga su repercusión en algo que puede ser nuestra salvación y la de los que nos empujan. Como dice Greta “no hay tiempo”, señores y señoras.

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