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El Dumbo de Tim Burton

La versión del clásico del director estadounidense llega a la cartelera esta semana.

El cartel de la nueva película de Tim Burton. / Gtres

Rosa Belmonte
Rosa Belmonte

Tim Burton siempre es una fiesta. Ahora toca ‘Dumbo’, adaptación en acción real del cuarto largometraje de Disney. 1941. Qué tiempos. Cuando estaban bien vistos los circos con animales. Hasta que vuela, Dumbo es el hazmerreír del circo por sus enormes orejas. Acoso al diferente. Lo de siempre. Colin Farrell (cuida los elefantes con sus hijos), Eva Green (trapecista), Danny de Vito (amable regente del circo) y Michael Keaton (el malo que compra el circo para explotar a personas y animales por igual).

El increíble vestuario es de Colleen Atwood. A Michael Keaton, Tim Burton le había dicho que era una película sobre la familia. La de Colin Farrell y sus hijos, a la que se une Dumbo. La trama era brevísima (tanto la del libro de Helen Aberson ilustrado por Harold Pearl como la de la película). Burton y Ehren Kruger la han alargado. La música es de Danny Elfman. Pero, al contrario de lo que pasó con ‘El retorno de Mary Poppins’, oiremos ‘Baby Mine’ y ‘When I See an Elephant'.

Una novela al revés

Portada del libro de Christopher Homm. / d.r.

Cuando Martin Amis escribió ‘La flecha del tiempo’ hacía mucho tiempo que C.H. Sisson, nacido en Bristol en 1914, había publicado ‘Christopher Homm’ (1965). La edita Alba en su colección Rara Avis. El poeta Sisson escribió dos novelas y una es esta rareza. La vida de un hombre al revés. De su muerte a su nacimiento. Consigue que haya suspense.

¿Qué habrá pasado? Los efectos antes que las causas, lo no cumplido o no reparado a través de la rutina. Un prodigio de narrativa y un prodigio de maldad. Esta novela al revés es una vuelta a la ruindad, a la vulgaridad, a los pecados de juventud (veniales), a la poco edificante clase media británica, a un matrimonio de tortura mutua y a la irrelevancia de un hombre desde su infancia. Un desconocido mirando a ese niño “no habría podido decir si lo que veía era un feto o un viejo dando un paseo”. La historia de un bobo. La historia de cualquiera de nosotros.

Steve Buscemi es Dios

Daniel Radcliffe y Steve Buscemi en su nueva serie, 'Miracle Workers'. / D.R.

Lo mejor de ‘Miracle Workers’ (TNT) es que Steve Buscemi sea Dios (podría haber sido William H. Macy si no estuviera en ‘Shameless’). Y que el cielo sea una burocracia como cualquier burocracia. Que esté gobernado por tarugos como los de todos sitios. Que sea una oficina. Hay departamentos para los copos de nieve o para el olor corporal y Dios se pasa el día bebiendo cerveza, sobrepasado por la basura que es su creación. Está pensando en un Apocalipsis.

Para evitarlo, Craig (Daniel Radcliffe) y Eliza tienen que conseguir que los humanos Laura y Sam se enamoren. Por un lado, la serie es muy bruta, con frases demoledoras; por otro lado, muy cursi y superficial. Ni siquiera se dan razones de por qué no deberíamos extinguirnos como en ‘Capítulo 0’ (entre las razones a favor de la extinción estaba ‘Son de amores’, de Andy y Lucas). Pero es divertida. Lo segundo mejor de ‘Miracle Workers’ es que sirve de excusa para recomendar ‘The Good Place’ (Netflix), también del mismo negociado divino.

La pasión del señorito Brodie

Portada del libro de William Boyd, ' El amor es ciego'.

Siempre es mejor leer sobre el siglo XIX a autores del siglo XIX. Dickens y Tolstoi por encima de cualquier otra cosa. Ya que te vas a leer un tochazo, coge uno bueno. Pero hay que reconocer a William Boyd (1963) que sabe conectar con el lector de novelas actual (¿con la lectora?). ‘El amor es ciego’ (Alfaguara) es una historia entre el XIX y el XX.

Brodie Moncour es un joven músico de Edimburgo que recibe una oferta de trabajo en París. Veremos el encuentro con un famoso pianista y la obsesión por una soprano rusa a la que sigue por Europa. Pasión y venganza, como en una buena telenovela. El esfuerzo artístico y el paso de un siglo a otro. Ficción y realidad. Un ritmo literario, una habilidad para enganchar y unas dotes para describir que hacen de William Boyd un caramelo al que cualquier editorial querría echar el guante. Puro entretenimiento sin pensar que estás perdiendo el tiempo.

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