Desde hace unos días, toda la prensa del corazón está con el alma en vilo. Las fechas dicen que el 'baby Sussex', como se ha bautizado al primogénito del príncipe Harry y Meghan Markle, está al nacer, pero la pareja ha blindado tanto el acontecimiento, que resulta complicado conocer el más mínimo detalle sobre cuándo nacerá realmente el niño.

Hasta el punto que la prensa británica llegó a informar sobre la posibilidad de que el niño hubiese nacido hace un par de semanas. Unos rumores que tuvieron que ser cortados de raíz por la propia casa real inglesa, que emitió unas líneas para desmentir que el bebé hubiese llegado al mundo ya.

El aterrizaje de la madre de ella en Londres provocaba que los medios empezasen con ese baile de especulaciones. Y como no parece haber ni el más mínimo resquicio que deje a la luz una pista para saber cuándo llegará el niño, su única esperanza es seguir todos y cada uno de los pasos del príncipe Harry. Al fin y al cabo, el padre de la criatura no se va a perder ese momento.

Pero, ¿qué es lo que pretenden dotando de este secretismo extremo al parto? Al parecer, Meghan no quiere que se forme un espectáculo a las puertas del hospital como cuando vinieron al mundo cada uno de los tres hijos de los duques de Cambridge. Considera que esta experiencia con la maternidad es algo muy íntimo y, como tal, pretende dotarle de esa privacidad necesaria para disfrutarlo con su pareja.

Tanto se ha querido desmarcar de las tradiciones, que ha buscado otros ginecólogos, además de los médicos personales de la reina Isabel II para que traigan al mundo al niño. "Cuando se trata de dar a luz, cada mujer tiene que decidir qué es lo mejor para ella y qué es lo mejor para su bebé. El equipo de la reina estará involucrado, pero aún no se ha decidido cuánto", manifestaba hace poco uno de esos doctores que tienen el privilegio de ser de los pocos que conocen los pormenores de un parto que la madre del bebé no quiere que se convierta en una cuestión de estado.

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