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La excesiva duración de las galas de entrega de premios se ha cobrado la más inesperada de las víctimas: el presentador. Tras las polémica protagonizadas por la elección de los candidatos, Hollywood decidió cortar por lo sano. Con esta medida se evitaba la excesiva personalización de la gala (que por otra parte le daba encanto en los años de Bob Hope, Billy Crystal, Whoopi Goldberg o Ellen DeGeneres, por poner algunos ejemplos), se aligera el contenido al suprimir el monólogo inicial (ahora sustituido por un espectáculo musical o similar) y permite que las sucesivas parejas entregadoras tengan más lucimiento.
Así ocurrió en los Oscar y es probable que así suceda en los Emmy, porque la Academia de las Artes y las Ciencias de Televisión de Estados Unidos se apunta a esta moda: el próximo 22 de septiembre, la FOX retransmitirá el evento con más premios que nunca. El morbo del récord de nominaciones de ‘Juego de tronos’, la despedida a ‘The Big Bang Theory’, el homenaje a la mítica ‘Seinfeld’ por su 30º aniversario son alicientes más que suficientes para la audiencia. Los anfitriones dejan el protagonismo para dárselo a las series y a sus repartos, los rostros que realmente esperamos ver en estas galas. Mientras, en España, seguiremos con Buenafuente… Seguramente.
Al parecer, algunos consideran que quienes trabajan en televisión están condenados a salir eternamente en la pantalla. Y que, de no hacerlo, se trataría de un fracaso personal y profesional imperdonable. Estos días se ha publicado que Marina Jade (concursante de ‘OT 2017’) trabajaba en una conocida tienda de golosinas. Twitter comenzó la típica campaña de burla, acoso y derribo, como si ese trabajo fuera indigno, como si fuera un pecado tener que buscarse la vida en un país con uno de los índices de paro más altos de Europa. De todas formas, Marina lo ha negado. Perfecto.
Pero aunque la noticia fuera cierta, ¿qué más da? Sigo sin entender el desprecio con el que se trata a quien busca salidas complementarias a su carrera. Como Mar Regueras, de la que dicen: “De actriz y presentadora, a agente inmobiliaria”. Pues bien que hace. Como dicen en ‘Paquita Salas’, una actriz es una superviviente. Y no hay nada más digno que trabajar y demostrar que se puede compaginar el trabajo que uno desea con el que uno necesita. No se le deben caer los anillos. Ahora bien, a quienes se mofan de esa realidad se les debería caer la cara de vergüenza.
La verdad, uno habría preferido llegar a septiembre sin tener que remover el agua turbia de algunos charcos. Pero llega ‘ferragosto’ y se acaban las noticias, así que nos vemos obligados a sacar un tema que, por otra parte, nos pone un poco de mal humor a quienes lamentamos que tengamos una tele que antepone el ‘frikismo’ a la profesionalidad. Pero es lo que hay, la tele que nos ha tocado en este país: uno puede estrenar un disco maravilloso y no encontrar programa alguno para presentarlo mientras engendros como ‘La salchipapa’ protagonizan vídeos y noticias en magazines de mañana y tarde. Es la dolorosa realidad: en España es mejor hacer una mierda que una obra de arte, al menos si uno quiere salir en televisión.
Y Rafa Mora quiere salir. Y mucho. Pero el chico es libre de dejarse llevar por sus delirios de estrella mediática. Lo que no tiene nombre es que alguien le haga una oferta para presentar ‘Cazamariposas’ cuando los presentadores en paro son multitud. Salvo que fuera un regalo envenenado, una excusa para verle hacer el ridículo y que el desastre alimente una nueva trama de ‘Sálvame’ y del propio programa que presentó… O lo que fuera. Qué triste es generar contenido basado en la humillación y la burla cuando se podría apostar por valorar el talento, que hay mucho. Resignación. Algún día se acabará este modelo de entretenimiento. O no.
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