No es casualidad que, todavía a 21 de diciembre, diez días antes de su show anual con vestido desnudo de las Campanadas 2021, Cristina Pedroche lance un vídeo en el que se quita toda la ropa mientras camina por la calle Alcalá en dirección Puerta del Sol. Cristina Pedroche ya se ha desnudado otros años. Efectivamente: la presentadora de Zapeando calienta motores. Tiene que hacerlo, pues cada vez pesa menos el efecto sorpresa de su vestido (o de su desnudo) y más la presión en Atresmedia para que logre la máxima audiencia.
Disfrazar la publicidad de su microespectáculo en una campaña contra haters subraya la enorme responsabilidad que recae sobre los hombros de Cristina Pedroche en este momento: el miedo a que los espectadores prefieran pinchar las Campanadas de Mediaset para odiar en directo a Paz Padilla en lugar de a ella es enorme. Este vídeo contra sus haters es, en realidad, una invitación y un recordatorio para que sus odiadores no se olviden de ella. Pedroche necesita más que nunca a sus haters. A todos.
El debate sobre el vestido desnudo de Cristina Pedroche en las Campanadas de Atresmedia se ha ido apagando, eso hay que reconocerlo, al perder el valor simbólico que podía tener para una discusión sobre la cosificación y sexualización de las mujeres en televisión. A estas alturas del siglo XXI, con Instagram y TikTok empaquetando cuerpos fit desde la más tierna adolescencia, la polémica ha quedado totalmente superada.
A la chavalada (y no tan chavalada) de hoy en día no solo no le molesta ser cosificada, sino que esperan e incluso exigen una evaluación positiva de los atributos físicos, arduamente trabajados con dieta, gimnasio y todo tipo de procedimientos cosméticos. Hay que subrayar lo de trabajados: conseguir un cuerpo a la altura del canon de belleza es un trabajo y, como tal, merece reconocimiento. No siempre, cuidado, en términos de deseo sexual.
Ese es otro aspecto que se ha quedado antiguo en la vieja polémica sobre el desnudo vestido o el vestido desnudo de Cristina Pedroche en las Campanadas. Con las gafas feministas del siglo XX, tras la cosificación venía la sexualización y, por tanto, cada centímetro de piel de la presentadora pasaba automáticamente al negociado de lo sexual. En otras palabras: se sintonizaba a Cristina Pedroche en las Campanadas como se miraban los míticos desnudos en la portada de Interviú o la señora en topless que aparecía en los periódicos deportivos. Como a una (a otra) tía buena.
Esa mirada, sin duda aún viva en gran parte de la audiencia, también va cambiando con las nuevas generaciones. Hoy, al admirar un cuerpo fit más o menos desnudo puede dispararse, por supuesto, el deseo, pero también la admiración por la constancia del entrenamiento, el reconocimiento al sacrificio y una inevitable tendencia a la comparación de estilos de vida. Ya no estamos en el terreno puramente sexual, sino en el aspiracional.
En realidad, utilizar el sexo como gancho se ha convertido en una cosa muy, muy antigua. Algo que en moda se ha castigado en los últimos tiempos con cierres clamorosos, como el de la marca de lencería Victoria's Secret, o el descrédito de los fotógrafos empeñados en convertir cada catálogo o editorial de moda en un ejemplo de porno soft. Como contrapartida, el cuerpo se destapa más que nunca, pues se ha convertido en un símbolo de estatus más poderoso que las propias marcas.
De alguna manera, estos tiempos de obsesión por abdominales y oblicuos nos llevan al territorio de los culturistas, tan embelesados por admirar su propia efigie en los espejos como obsesionados por controlar la de los demás. El crítico de moda Eugene Rabkin señala que a esta descafeinada encarnación de lo sexy le falta el impulso erótico: «El mantra es: Mira, pero no toques. Se reemplaza lo sexual con una especie de exhibicionismo empoderado. Es algo que responde a un nuevo clima cultural en el que nos libramos del sexo, pero retenemos el placer de mirar».