El fenómeno no es nuevo, pero por fin lo hemos bautizado y hace un poco de claridad sobre la nueva manera de ver televisión, con dos pantallas. El smartphone se ha convertido en extensión de nuestro propio cuerpo y, también, en altavoz de los comentarios que antes se quedaban en el salón de casa. Si existe una nueva razón para apagar el streaming y encender la televisión, además de ver grandes acontecimientos como las Campanadas de Nochevieja, es poder comentar cada detalle en nuestras redes sociales. No tiene pérdida: los hashtag que se refieren a este tipo de eventos se convierten en trending topic gracias a millones de apreciaciones que, muchas veces, hacen sangre. Mucha. De hecho, cuanta más sangre más likes, más retuits y más visibilidad. Mecano dio en el clavo cuando describió la fiesta nacional: «Cuanto más cerca estás, más emoción. Cuanta más sangre cae, más ovación. Hoy el publico pide diversión». Digamos que, en la fiesta de las Campanadas, Cristina Pedroche sería el toro.
Hemos pasado de ver la tele a comentar la tele no en el bar, sino en tiempo real. Y como los comentarios más ingeniosos, divertidos y populares suelen ser negativos, pasamos de ver lo que nos gusta a ver lo que nos disgusta. A veces, hasta tendemos a que todo nos disguste por un puñado de likes. Es el hate watching: ver para odiar. Un fenómeno que, seguramente, lleva años sucediendo en la aparición de Cristina Pedroche en las Campanadas, un momento en el que la ocurrencia suele desembocar muchas veces en apostilla hiriente, una banderilla que se clava, año tras año, en el lomo desnudo de Pedroche. La presentadora, colaboradora y casi culturista debe tener ya la piel bastante curtida, de tanto que se le achaca cada vez que llegan estas fechas. De hecho, su desnudo por las calles de Madrid parece un rito de afirmación con el que se desembaraza del estatus de víctima. Una magia que, de paso, le sirve para promocionar aún más su estrellato anual.
Este fenómeno del hate watching, este gusto por odiar las series o los programas, ha calado tanto en el negocio, que ya existen películas que se ruedan pensando directamente en reclamar el odio de la audiencia (por ejemplo, Sharknado). De hecho, suele ocurrir que un filme sea tan rematadamente malo, que se convierta el bueno: es el mérito de alcanzar las cimas más ridículas o bajunas. O que haya tantísimgenteodiando un show, que se convierta en una posición de distinción apoyarlo (ojalá le suceda esto a las Campanadas de Cristina Pedroche). Los estudiosos de este fenómenos hacen, sin embargo, apreciaciones interesantes.
Justin Owen Rawlins, profesor de la Universidad de Tulsa, advierte de que «los géneros televisivos feminizados, como los reality shows o los shows protagonizados por mujeres, tienen muchas más probabilidades de ser objeto de odio». Elizabeth Cohen, profesora en la Universidad de Virginia, sostiene que odiar nos hace sentirnos más inteligentes. «Para odiar algo, la audiencia ha de adoptar una actitud crítica con respecto a la experiencia del entretenimiento. Los haters no dan nada por supuesto: lo cuestionan, lo interrogan y buscan activamente defectos en los guiones o en la producción. Para odiar lo que ves necesitas cierto grado de sabiduría mediática».