Si Georgina no fuera Georgina , ahora mismo tendría organizado un gabinete de crisis en su mansión de Turín, su casoplón de Madrid o su jet privado, probablemente el lugar donde Georgina se siente más Georgina de todo el planeta. Su reality, docureality, serie documental o como quiera que se llame Soy Georgina ha espantado, y cómo, a la crítica, desfondada ante el envasado al vacío que se vive en la burbuja del lujo.
A quién le importa ya la crítica, pensará Georgina, y pensará bien. Pero esta crisis no ha sido producida por la crítica, sino por el público, el desprestigiado público de realities de famosos , probablemente el más despreciado y vilipendiado de la televisión. Una audiencia que pide poco, lo mínimo, casi nada. Pues bien. Georgina no nos ha lanzado ni esas migajas. Se nos ha presentado con la nada. Vestida a todo trapo, eso sí. Pero, de lo que importa, nada.
Soy Georgina no se molesta en disimular que ha copiado de cabeza a pies los argumentos y estructuras de Keeping Up with the Kardashians: nueva decoración en la mansión, paseo en yet, reunión en yate, visita al atelier, backstage de la alfombra roja, cena con amigos… El sopor. Está claro que los ideólogos del programa vendieron a la diva que la posicionarían como la respuesta europea a las influencers virales de Calabasas.
Pero quienes intentaron copiar la fórmula lo único que vieron en el reality de Kim y todas sus hermanas Kardashian-Jenner es un escaparate de cuerpos, casas, coches y yates imposibles, que van desfilando sin solución de continuidad. Una especie de perfil de Instagram en movimiento, sin más espectáculo que el llamado 'glamour labour': el pesadísimo, aburridísimo y endemoniadamente repetitivo trabajo de ser guapas. Esta es, claro, una visión muy masculina de los realities protagonizados por ricas y famosas: basta que ellas se limiten a posar para que la audiencia, tontísima, caiga hipnotizada.
Pero se equivocan. Y la señora de Ronaldo ha caído en la misma trampa que ya le tendieron a Tamara Falcó hace unos años, cuando MTV quiso replicar el éxito de Alaska y Mario con la futura marquesa como protagonista: fue un desastre del que Falcó ha tardado años en recuperarse.
Alguien (probablemente señores que no aman nada a las mujeres), convenció a Georgina y a Tamara de que basta un guión y un derroche de lujo para enganchar en televisión. Al fin y al cabo, es lo que hacen las Kardashians, las mujeres ricas de Beverly Hills, Miami y Salt Lake City o Mario y Alaska, ¿no es así? Georgina parece convencida de que su mera presencia basta, de ahí que, en cuatro horas de grabación, apenas veamos un par de expresiones en su cara. El mismo gesto de concentración en la nada le sirve para comer jamón en su jet, hablar con la decoradora o celebrar que su hermana va a tener una niña.
Hay que tener la autoestima muy alta para pensar que una puede medirse con las Kardashians, y no solo en términos de puro y duro lifestyle. Junto al guión y al montaje, con la manipulación y el branded content, Kim y compañía han servido a su audiencia momentos inenarrables, peleas, borracheras, operaciones, ¡partos!, y una brutal entrega emocional que, esto sí, explica el éxito planetario de su reality.
Algo parecido ocurrió con Alaska y Mario, dos personajes que compensaron con desparpajo (Mario) y riqueza mental y cultural (Alaska y un carrusel de amigos) la exposición emocional que requieren los realities. Por muy guapa y lujosa que se presente, es imposible pasar cinco horas con una Georgina imperturbable que repite sin parar titulares huecos de revista de moda que se nota que están marcados por el guion todo el tiempo.
«Me gusta comprar, me gusta tener cosas bonitas en el vestidor y me gusta ir guapa». «Me encanta Hermès, me encanta Gucci, me encanta Prada, me encanta Louis Vuitton, me encanta el grupo Inditex, me encanta Decathlon, me encanta Nike, me encanta Mayoral». «Soy una trendsetter». Georgina habla y se mueve como una replicante; parece que no está viviendo su vida, sino otra que ha visto en las revistas. ¿Hemos dicho ya que figura en los créditos del programa como directora de su propio contenido? De vez en cuando, un glitch la saca del personaje aprendido y la posee su antiguo yo, el de la dependienta de Gucci que se movía en autobús y se colaba en fiestas con famosos. Cuando se plantea revender su mobiliario gigante en Wallapop. O cuando quiere regalarle unos ibéricos de la nevera de su avión a Jean Paul Gaultier. Y es entonces cuando la cosa podría empezar a ponerse interesante. Pero son momentos que se pierden como lágrimas en la lluvia.
20 de enero-18 de febrero
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