La historia de Leila Trabelsi, la peluquera que llegó a primera dama y se fugó de Túnez con una tonelada de oro

Leila Trabelsi nació en la medina más humilde de Túnez, trabajó de peluquera pero consiguió convertirse en la primera dama más poderosa del mundo árabe y, sin duda, la más escandalosa.

Uno de los pocos retratos que quedan de Leila Ben Alí, la peluquera que fue la primera dama más influyente y corrupta de Túnez. / getty images

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Como en una versión mucho más oscura del idilio de Noor y Hussein , el de Rania y Abdalá o la relación de la Begum Salimah y el Aga Khan el destino de Leila Trabelsi se selló cuando conoció a un militar llamado Zine el Abidine Ben Alí. El encuentro se produjo a finales de los años 80, ella estaba divorciada, él continuaba casado con su primera mujer, pero se convirtieron en amantes y juntos sellaron su destino. Un golpe de estado y una boda después, Leila Trabelsi se convirtió por arte de magia en Leila Ben Alí, «Leila Gin» para sus detractores que le echaban en cara su gusto por el look occidental y la ginebra. La mujer más poderosa del mundo árabe durante 23 años y posiblemente la más odiada, escandalosa, corrupta y rica: aún hoy, 10 años después de su precipitada huída de Túnez se calcula que maneja una fortuna de 5.000 millones de euros.

Los orígenes de Leila Trabelsi, la peluquera destinada a expoliar Túnez

Leila Trabelsi era hija de peluqueros y se formó como peluquera a pesar de que tras el ascenso al poder de su amante en 1987 su currículum académico se maquillara de la forma más burda (se le asignaron hasta 2000 títulos que habría estudiado por correspondencia, según ella, incluido un título en Derecho y otro en Literatura Contemporánea). Sus padres, Saïda y Mohamed Trabelsi criaron a sus once hijos en uno de los barrios más humildes de la medina de Túnez y solo los varones pudieron acceder a una educación primaria reglada. Pero lo que a Leila le faltaba en años de universidad y escuela lo suplió con creces con su propia astucia y ambición.

Igual que hay que desconfiar de su currículum académico hay que coger con pinzas toda la información que se maneja sobre su vida anterior a su unión al dictador tunecino. Se sabe a ciencia cierta que tenía su propio salón de belleza, que antes de unirse a Ben Alí había estado casada durante tres años y que se divorció para unirse (como amante) a un empresario llamado Farid Mokhtar. Fue el primero de una lista de amoríos con hombres mucho mejor posicionados que ella hasta que encontró al amante definitivo: Zine El Abidine Ben Alí un militar formado en el extranjero, 21 años mayor que ella, casado, con hijos y a punto de convertirse en abuelo.

Leila y Bel Alí: los amantes que se conocieron en la cárcel

La historia no oficial del primer encuentro de la pareja describe a una Leila veinteañera arrestada y encarcelada en un calabozo por intentar llevar de forma ilegal productos cosméticos y artículos de lujo de París a Túnez. Lejos de dejarse intimidar por la situación la joven Leila insistió en la revisión de su caso hasta conseguir que llegara a las más altas esferas policiales: al despacho de Ben Alí.

De aquel encuentro surgió una relación como amantes entre el futuro dictador y «la peluquera» (como la llamaban despectivamente sus enemigos) que dio rápidamente sus frutos: sorprendentemente (y al contrario que con sus otros amantes) Leila quedó embarazada y la primera hija de la pareja, Nesrine, nació en 1986, un año antes del golpe de Estado que convirtiría a Ben Alí en Presidente de Túnez y dos antes de que se divorciara de su primera mujer. La boda entre Ben Alí y su amante se hizo esperar hasta 1992, pero para entonces los planes de Leila Trabelsi ya iban viento en popa.

Leila Ben Alí, la primera dama que vació el banco nacional de su país

Con la llegada de Leila a las altas esferas del poder y el respaldo que le proporcionaba su matrimonio, la peluquera ascendida a primera dama introdujo a su familia en esos círculos y expoliaron la riqueza del país durante los 23 años de Ben Alí en el poder. Tanto es así que todo el mundo en Túnez les apodaba «la familia» en clara alusión a la mafia.

De no tener nada Leila Ben Alí pasó a amasar una fortuna de 5000 millones de euros. Se calcula que ella sola controlaba el 40% de la economía del país a partir de sobornos y su participación obligatoria en las empresas más fructíferas (desde medios de comunicación a bancos y empresas de inversiones), así como la apropiación de los recursos del país. Después, depilfarraba el dinero en detalles extravagantes, como su obsesión por el mármol más caro o su afición a los hoteles parisiono de lujo de 23.000 euros la noche.

Por supuesto el clan Trabelsi formado por los diez hermanos de la primera dama también se vieron beneficiados de estos negocios. Distintos servicios secretos europeos llegaron a acusar al clan de orquestar incluso atracos y amenazas cuando los negocios no salían bien.

El chollo se terminó en 2011, cuando el país se rebeló contra el dictador y Leila tuvo que huir precipitadamente de Túnez. Pero antes de la huída a Leila le quedaban dos partidas que jugar. Afirman los dirigentes de los servicios de seguridad tunecinos de la época que en un acto de desesperación por conservar el poder, y pensando que si se libraba de su mujer y la familia de esta el pueblo se contentaría, Ben Alí le pidió el divorcio. La respuesta de ella le dejó helado: amenazó con asesinar al hijo que tenían en común si lo hacía.

A continuación, Leila se encaminó hasta el banco nacional de Túnez y pidió que se abriera la bóveda donde se guarda el oro: retiró 1500 kilos, casi 45 millones de euros y huyó en un avión con destino a Arabia Saudí, un país sin acuerdo de extradición con Túnez. Tanto ella como su marido fueron juzgados In absentia y condenados a penas de cárcel y grandes multas. También se congelaron sus cuentas suizas.

Pero todo fue en balde: la peluquera vive en Jeddah, a orillas del Mar Rojo junto a su hijo adolescente y con las visitas frecuentes de sus dos hijas, se paea cuando quiere por Dubai, Kuwait y Qatar, ha escrito sus memorias, ha anunciando de forma confusa una nueva boda con un príncipe suadí (enviudó en 2019) y se consuela del exilio abrazando a sus nietos tan tranquila. Los propios tunecinos reconocen que nunca la verán pisar una cárcel y los propios jefes de la Interpol que seguramente mucha de su fortuna esté escondida de tal manera que nadie la encuentre jamás.