Retrrato de Mabel Willebrandt en su juventud. / D.R.

Mabel Willebrandt, 'la primera dama de la ley' que llevó a Al Capone a juicio y se atrevió con trabajos que los hombres temían

Durante los años 20 y 30 del siglo pasado, esta mente brillante para el derecho desafió las barreras de género, hizo cumplir la ley y arrasó a su paso por la justicia, cambiando el paradigma de las mafias para siempre.

Mabel Willebrandt fue una abogada que se ganó un puesto muy reconocido en la justicia estadounidense gracias a sus firmes convicciones y sua actuación implacable para hacer cumplir la ley. Como Asistente de Fiscal General del Gobierno Estadounidense durante los años 20, se convirtió en la segunda mujer en ostentar el puesto; y luchó fervientemente contra el contrabando de bebidas alcohólicas para hacer cumplir la Ley seca (o Voldstad). Una tarea desagradable que rechazaban sus compañeros masculinos. Pero también aportó su granito de arena en la reinserción social de criminales y abogó por perseguir a grandes evasores de impuestos como Al Capone. Quien se enfrentó a su juicio final a instancias de Willebrandt, a pesar de que, por aquel entonces, ella ya no seguía en el puesto. Por algo fue apodada 'la primera dama de la ley'

Como hija de padres inmigrantes –de procedencia alemana– Mabel se crió sorteando el racismo por el sur de Estados Unidos, entre Missouri, Oklahoma y Michigan. En el último se estableció definitivamente, aunque no por mucho tiempo, tras aprobar un examen para ser profesora de colegio, con el mérito de conseguirlo sin tener un título universitario. Durante los años 10 y mientras ejercía como maestra, se enamoró del director del colegio, Arthur Willebrandt y se casó.

Al poco tiempo, se mudaron a Arizona, pensando que su clima seco favorecería la tuberculosis que Arthur sufrió en el momento. Allí, terminó su grado universitario de educación, sorteando los problemas que su sordera parcial le acarreaba. Un año después se trasladaron a Los Ángeles, y Mabel consiguió compaginar la docencia con la obtención de un grado universitario en Derecho, por la Universidad de California, asistiendo a clases nocturnas. Por aquel entonces su matrimonio con Arthur ya era historia: pues él declinó apoyarla con sus clases y sus estudios mientras ella lo había hecho por él en el pasado, por lo que Mabel terminó la relación.

Nunca tuvieron hijos, dado el aborto involuntario que dejó a Willebrandt imposibilitada para siempre. La recién estrenada abogada se dedicó por completo a la que fue su pasión durante el resto de su vida: las leyes. Empezó como defensora de un tribunal de policía, para después convertirse en la primera mujer que llevaría la defensa pública del condado de Los Ángeles.

Entonces se especializó en la defensa de prostitutas, defendiendo que quienes debían ser juzgados en cualquier caso relacionado eran los hombres, por violación de derechos. En ningún caso las mujeres. Y llegó a ganar más de 2000 casos. Pero su destino apuntaba mucho más alto: en 1921 el presidente de Estados Unidos en aquel momento, el republicano –como ella– Warren Harding, la escogió como Asistente de Fiscal General, convirtiéndose en la segunda mujer en llegar al puesto de la historia. Lo consiguió gracias a las influencias de su profesor y mentor universitario, Frank Doherthy, que la recomendó al senador californiano Hiram Johnson, muy cercano al presidente.

A pesar del bajo salario –pues era similar al que obtenía como maestra– Mabel tuvo el honor de convertirse en la mujer estadounidense con rango más alto dentro del gobierno en los años 20. Y no lo hizo en vano, pues su paso por la justicia del país dejó huella en diversas materias: desde la prostitución, pasando por las condiciones de las prisiones o la persecución de la evasión de impuestos, hasta su papel en la ley que prohibía beber alcohol.

Justo un año antes de su acceso al poder se había aprobado la Decimoctava Enmienda de la Constitución de Estados Unidos. Conocida como la Ley seca, lo que impedía el texto era el consumo de alcohol absoluto. Aunque contraria a la norma, Mabel nunca consumió ningún tipo de bebida espirituosa mientras estaba en vigor, y luchó por hacerla cumplir a rajatabla, pues era su trabajo. Ganándose numerosos detractores por el camino, naturalmente. 

Aunque no todo fueron opositores: quienes apoyaban el texto la apodaron 'la primera dama de la ley', un título nada injusto. Su trabajo se hizo tan famoso que la revista Colliers publicó un perfil sobre ella que empezaba con un chascarrillo: «Conozco la forma de hacer que un contrabandista 'sabio' de Estados Unidos se muera de miedo. ¿Cómo? ¡Fácil! Basta con ponerse detrás de él y susurrar, 'la señora Willebrandt le persigue'».

La también conocida como Ley Voldstad era tan solo una de sus atribuciones, pues Willebrandt tenía además como asignación el control de las prisiones federales de la nación y la persecución de los evasores de impuestos. Si la primera no era suficiente para disuadir a otros candidatos de aceptar el puesto, la combinación de las tres era un auténtico repelente para el puesto que la mayoría de hombres rechazaba, pero que ella se atrevió a asumir. 

Se esmeró tanto en sus quehaceres que, aunque empezó trabajando con un equipo de tres personas, con el tiempo se convirtió en uno de 100, en el que había más de 40 abogados. Su trabajo en las prisiones federales se concentró en crear instalaciones de reinserción para hombres y mujeres jóvenes, y ganó un premio por ello en 1925. Pero su trabajo más famoso es el que involucra a Al Capone.

En su lucha por conseguir una verdadera justicia, Mabel Willebrandt llevó ante el Tribunal Supremo una petición muy particular: el dinero obtenido de forma ilegal también debía verse afectado por los impuestos. Un caso que afectaba a gángsters y capos de la mafia como Al Capone. Aunque ella no pudo incriminarlo personalmente por contrabando de bebidas, en 1931 y gracias a la ley que ella hizo entrar en vigor, fue condenado a pagar 80.000 dólares y a 11 años de prisión por el delito de evasión fiscal. Todo con la controversia causada por los sobornos y tretas que empleó para librarse de su inevitable destino.

En 1929 y dada su mala fama, el presidente Herbert Hoover no quiso renovarle su puesto y Mabel pasó a la vida discreta, llevando un perfil bajo hasta su fallecimiento en 1963. Aunque nunca dejó de ostentar cargos importantes, de defender a grandes entidades ni de entrar en polémicas; aunque no intencionadamente ni de forma tan pública desde entonces.

«Si Mabel hubiera llevado pantalones, habría podido ser presidenta», aseguró John Sirica en los 70, el juez federal que destapó las grabaciones de Nixon durante el escándalo Watergate, sobre su asombroso talento y tesón a la hora de llevar a cabo su trabajo. Su legado ahora se puede recordar gracias a la serie que HBO produjo entre 2010 y 2014, Boardwalk Empire.