Las crónicas de la época y, todavía, las actuales, repiten el cuento del flechazo entre la rica y cosmopolita heredera y el chico humilde y de barrio. No se equivocan: Vicky Martín Berrocal se educó en los mejores colegios, incluidos internados suizos, mientras que Manuel Díaz el Cordobés pasó de mozo de gasolinera a matador de toros. Nos seducen las historias de los polos opuestos que se atraen, aunque en este caso tengan cierta trampa. No había tanta distancia entre la morena de la copla y el rubio madrileño, al menos no en algo muy sustancial: la ausencia del padre. Impresiona comprobar las vidas ciertamente paralelas de Victoria Martín Serrano, la madre de Vicky , y María Dolores Díaz González, la madre de Manuel. Las similitudes son enormes, aunque el final de sus respectivas historias de amor fueran, a la postre, bien distintos.
La niñez de Vicky Martín Berrocal y Manuel Díaz es una niñez con ausencia de padre. Ella aprendió a quererlo de visita en visita, pues su padre, José Luis MartínBerrocal, no decidió vivir con Victoria Martín Serrano hasta que dio a luz a su segunda hija, Rocío, nueve años después de tener a Vicky. Él apenas guardaba memorias del torero, aunque sí recodaba cómo una vez, de niño, Manuel Benítez el Cordobés le metió un puñado de billetes en el bolsillo. Vicky y Manuel fueron, por así decirlo, 'hijos del amor' o incluso 'bastardos', pues en los años 60 la crueldad con las madres solteras era terrible. Sus madres vivieron el desprecio de su entorno e incluso el rechazo de la familia por dos historias de amor que son, pese a su diferente destino, más parecidas de lo que puede parecer.
José Luis Martín Berrocal, ya millonario y treintañero, sedujo a la 'niña' más guapa de Huelva (tenía 16 años), aunque en Madrid le esperaba su familia 'titular'. Durante muchos años, alternó vida familia en dos casas en las que se repartían cinco hijos. Manuel Benítez el Cordobés también sedujo contra viento y marea a una joven que trabajaba en el servicio doméstico en una casa rica de la calle Alcalá de Madrid. María Dolores Díaz González era rubia, de ojos verdes y guapísima, tanto que el torero inició un cortejo intensivo, acoso y derribo, que hizo que ella dejara de servir en aquella casa y se empleara en una cafetería. Fue en vano; el la localizó, la engatusó con sus regalos y juergas y la dejó embarazada. Todo, a espaldas de la familia de María Dolores.
Manuel Benítez el Cordobés no se hizo cargo ni del niño ni de la madre, que tuvo que esconderse en pisos de amigas hasta que su madre la llevó a casa, donde su padre no se cansaba de pegarle. La situación empeoró con el nacimiento de Manuel en 1968 y María Dolores terminó yéndose a una habitación de alquiler, donde vivía a duras penas. Al final, su madre terminó llevándose el bebé a casa, donde la madre acudía en fin de semana para verlo . A los 15 meses, el torero apareció y se llevó a la madre y su hijo al hotel Wellington,y allí los dejó cuando inició una de sus giras por América. En la cafetería, María Dolores conoció a su primer amor, un delineante con el que tuvo cinco hijos y que se convirtió en el padre postizo de Manuel. María Dolores tenía solo 21 años.
Esta dura experiencia infantil, la de crecer en un hogar con un padre ausente o intermitente y una madre que tiene que cargar con el rechazo social y familiar, conecta de una manera profunda las biografías de Vicky Martín Berrocal y Manuel Díaz el Cordobés. De hecho, puede ser más definitiva que otras coincidencias llamativas, pero a la postre más banales, por ejemplo a la hora de subrayar el deseo de formar una familia tradicional, clásica y duradera. Vicky Martín Berrocal ha contado que, desde siempre, sentía adoración por su padre y quiso trabajar mano a mano con él en todo momento, convirtiéndose en su mano derecha en el negocio taurino. Manuel Díaz el Cordobés no tuvo la ocasión de estar junto a su padre, pero le dijo a su madre: «Mamá, yo sé quién es mi padre y quiero ser torero».
Muchas décadas más tarde, Manuel Díaz el Cordobés terminó de darle sentido al peso que la ausencia de su padre había tenido en su vida, en una entrevista en el mismo programa de televisión en el que Vicky Martín Berrocal hablaría también de las ausencias de su padre debido a su doble vida. «Yo me hice torero porque no me quedó más remedio en mi vida», confesó Manuel Díaz a Bertín Osborne. «Era mi única arma para intentar darle justicia a lo que mi madre estaba sufriendo. Vocación sí la he tenido después, pero lo que más me gustaba con 13 años era jugar con los niños y no ponerme a entrenar. Yo me hice torero por venganza, porque yo tenía que vengar a mi madre, buscar mis raíces, mi sangre».