La última vez que se asomó a la popularidad fue justo hace un año, cuando fue invitada al programa El desafío, de Antena 3, para tratar de hacer girar seis platos sobre sus respectivos palillos. Un reto sorprendente y, a la vez, amable, que poco tiene que ver con sus intervenciones como columnista o comentarista de tertulia, tan amargas que dejan un poso agrio de desaliento al espectador despistado. Marina Castaño (65 años) aprendió a vivir la fama desde el bando contrario, como un reflejo de Camilo José Cela, el Nobel que gustaba de tirarse pedos y eructar para provocar a sus interlocutores.
La pareja se relacionaba en una longitud de onda sin competencia, con lo que se aseguró la atención de portadas y columnas de prensa. Que hablen aunque sea mal era su lema, y Marina Castaño aceptó jugar el papel de mala desde el minuto cero de su romance con el escritor. Era rubia, joven (27 años) y ambiciosa cuando se casó con el autor de La colmena, que entonces tenía ya 68. Sabía que la tacharían de cazafortunas, así que no se molestó en llevarle a nadie la contraria. Ni ya de viuda .
Marina Castaño conoció a Camilo José Cela en un congreso en Santiago de Compostela, en 1985. Ella trabajaba de periodista, aunque no había realizado estudios de ningún tipo. Estaba divorciada de un capitán de la marina mercante (se casó a los 18), tenía una hija y aspiraba al «equilibrio emocional». «Es algo parecido a la felicidad», contaba de su relación con el escritor, quien en un principio la presentaba como su secretaria. «Yo vivía divinamente antes de irme a vivir con Camilo José. Tenía dos casas, un coche, un trabajo magnífico y estaba muy bien considerada. Y todo, todo, lo he dejado por él. Me he convertido en su niñera, y es un placer», aseguraba.
Por si no quedaba clara la naturaleza de la relación, en aquellos primeros años de flechazo Marina Castaño llegó a declarar: «Los grandes hombres siempre han necesitado sangre joven a su lado para seguir ellos siendo jóvenes». Para Camilo José Cela, Marina fue su primer amor. La única mujer de la que estuvo realmente enamorado, dijo, humillando definitivamente a su primera esposa, Rosario Conde Picavea.
Esta renunció a acompañarle a recoger su Nobel de Literatura a Estocolmo en 1989, dejando el camino expedito para Marina. En 1991, la joven rubia y el anciano escritor se casaron por lo civil con separación de bienes. Ella iba de Chanel de arriba abajo, con un traje que ya había estrenado en televisión, en el programa de Nieves Herrero. En 1998 llegó la boda por la iglesia, previa anulación vaticana de sus respectivas nupcias anteriores. Fue en el recién comprado chalet de Puerta de Hierro en el que aún vive Marina. Esta le llamaba «mi chico».
A partir de las bodas, Camilo José Cela y Marina Castaño se convierten en personajes habituales en la prensa del corazón y amigos de la jet set, como unos Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler avant la lettre. Este nuevo papel social del Nobel coincidió con la revolución de sus costumbres y un remozado de su círculo de amigos. Marina consiguió ponerle a dieta y perdió 30 kilos en Incosol, la entonces clínica de los famosos en Marbella.
Camilo José Cela Conde, hijo del escritor, comentó así cómo Marina vestía a su padre: «Le veía disfrazado con chaqueta cruzada azul marino con botones dorados, como si fuera carnaval y quisiera ir de almirante, o llevando unos bombachos color beige y calcetines a cuadros». A ella la crucificaron por querer llevar a un Nobel al territorio rosa, tachándola de ambiciosa. De hecho, la llamaban «Marina mercante» tanto a sus espaldas como en los comentarios irónico hirientes de los programas del corazón. Se publicó que el escritor comía a escondidas para evitar las reprimendas de Marina, quien imponía reglas estrictas, como hacer fotocopias a partir de las cinco de la tarde porque la electricidad era más barata.
A finales de 1998 a Marina Castaño también le echaron la culpa del plagio o apropiación indebida de un manuscrito ajeno, que terminó convertido en la novela La cruz de San Andrés, ganadora del Premio Planeta en 1994. El escándalo literario fue mayúsculo, y todo se achacó a un plan urdido entre la poderosa gente Carmen Balcells, Marina Castaño y la cúpula de la editorial barcelonesa. No ayudó que, en 2002, Castaño publicara en la misma editorial una novela, Toda la soledad, que pasó sin pena ni gloria. Camilo José Cela murió el 17 de enero de 2002, antes de que se resolviera judicialmente el caso, pero los escándalos de Marina siguieron in crescendo, ahora con un polémico enfrentamiento con Camilo Jose Cela Conde, hijo del escritor con su primera mujer.
Marina Castaño trató de impedir que este entrara en la iglesia en el entierro de su padre y, de hecho, envió a la jefa de protocolo para que le prohibiera, una vez dentro, sentarse en primera fila. A Cela Conde también intentaron pedirle que llevase el ataúd a hombros, cosa que sí terminó haciendo con la insólita ayuda de los ministros Federico Trillo, Mariano Rajoy y Álvarez Cascos. El testamento no rebajó la tensión entre Marina y la otra familia del Nobel, que dejó toda su fortuna a la Fundación Camilo José Cela y a su viuda. A su hijo solo le legó un cuadro de Miró valorado en 100.000 euros.
Tras la muerte de Camilo José Cela, Marina Castaño quiso que se la presentara como marquesa viuda de Iria Flavia, el título que el rey Juan Carlos le concedió al escritor en 1996 y que, tras su muerte, correspondía a su hijo. Este tipo de detalles y una presencia mediática más bien agria la volvieron un personaje difícil, a pesar de que sus amigas aseguraban que en la intimidad era sensible y afectuosa. No ayudó la decisión del Nobel de desheredar a su hijo ni las interminables polémicas por su gestión de la fundación, desde asuntos administrativos o la existencia de inundaciones en el edificio hasta asuntos económicos más serios que no llegaron a demostrarse.
Al final, la Xunta de Galicia tuvo que hacerse con el control de la institución y Marina Castaño quedó definitivamente desvinculada de la herencia intelectual del escritor. Además, el contencioso por su herencia llegó al Tribunal Supremo que, en 2014, dictaminó que Cela Conde tenía derecho a heredar dos terceras partes de su fortuna, o sea, 5,2 millones de euros que tuvieron que devolverle tanto Marina como la fundación.
Cela Conde, escritor como su padre, también acabó siendo el dueño de los derechos de autor de escritor, además de llevar el título de segundo marqués de Iria Flavia. Actualmente vive en Palma de Mallorca, es catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política en la Universidad de Baleares y columnista en el Diario de Mallorca. Marina Castaño se casó en 2013 con el cirujano Enrique Puras, justo 15 años después de su boda religiosa con su Cela. Dicen que disfruta de una vida tranquila, aunque trata de mantener vivo el personaje con el que hizo popular, como mala de la película en la prensa rosa.
En sus entrevistas recientes, Marina Castaño sigue ofreciéndose en esa fina línea que separa el drama de la polémica. «Cuando hablaba en público, sólo con mirarme sabía si lo que estaba haciendo iba en línea con lo que debía hacer. Yo le daba la pauta y él ya seguía», ha llegado a decir, marcando su influencia decisiva sobre el Nobel. «Le aconsejaba a Camilo José qué leer», insiste. En 2010, vecinos y partidos políticos de Padrón, la localidad sede de la fundación que custodia el legado del escritor, llegaron a manifestarse para que se desvinculada de la gestión de la memoria de Cela.
20 de enero-18 de febrero
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