A menudo, las aportaciones científicas de las mujeres a lo largo de la historia se han menospreciado y olvidado con el paso del tiempo, fruto del machismo institucional que siempre ha reinado en la sociedad. No es menor el caso de la marquesa de Châtelet, una mujer de las altas esferas del siglo XVIII que desde niña mostró un interés y una inteligencia inauditas. Gracias a que sus cualidades no fueron frenadas por sus padres, consiguió traducir a Newton y divulgar su ciencia por Europa justo antes de morir. Por el camino, escribió varias obras pioneras por su didactismo y tuvo un romance con Voltaire que duró años. Con él, vivió en uno de los castillos de su marido, por cierto, y convirtió la construcción en un punto de referencia para los intelectuales europeos del momento. Desempolvamos la historia de esta fascinante mujer.
Nacida bajo el nombre de Gabrielle Émilie de Breteuil en 1706, su familia, los Breteuil, labró su fortuna en el mundo de las finanzas francesas durante el siglo XV. Su padre, el barón de Preuilly, se casó a los 49 años con su madre, Gabrielle Anne de Froulay, convirtiéndose en diplomático consejero del rey Luis XIV, quien le otorgó el honor gracias a la familia de su esposa.
Desde niña mostró inquietudes científicas, que sus padres no dudaron en satisfacer con los mejores medios: cuando rondaba los diez años ya hablaba varios idiomas y había estudiado metafísica, matemáticas y leído a autores como Cicerón. También recibió clases de equitación y gimnasia –inusual en su época–, además de aprender a tocar el clavecín. Pero las matemáticas eran su disciplina favorita.
Aficionada a las grandes fiestas de Versalles desde los 16 años, cuando fue presentada en sociedad, las dejó de lado durante un tiempo cuando se convirtió en marquesa de Chastellet –sí, originalmente Chastellet, no Châtelet, con el apellido modificado firmó sus obras más tarde, fruto de su romance con Voltaire–, a la edad de 19 años. De su matrimonio con el marqués de Chastellet-Lomont, Florent Claude, nacieron tres hijos, de los que vivieron dos. Pero por ellos nunca dejó de lado sus estudios científicos.
Después de dar a luz a su tercer hijo retomó su vida intelectual al más alto nivel. Gracias a esa posición social y a sus buenas relaciones, consiguió clases con los mejores profesores de la época, como el matemático Maupertuis –que demostró que la Tierra se achataba en los polos mediante una expedición–, Clairaut, Koeing, Wolff o Richelieu. Por lo que la formación de la joven era más que completa: una intelectual interesada en literatura, teatro y filosofía, pero su mayor contribución fue la de divulgar la obra de Newton por toda Europa, sacándola de Inglaterra.
Su encuentro más notable y documentado con un intelectual fue con Voltaire, con quien tuvo una relación que parecía fruto del destino. Cuando el filósofo tuvo que alejarse de París para huir de la justicia, en 1734, se refugió en una de las propiedades del marqués de Chastellet, el castillo de Cirey-Blaise. Cuando se enteró, Émilie se sintió enormemente atraída hacia el lugar y decidió mudarse con el filósofo lo que en principio sería una temporada. Durante el tiempo que pasaron juntos se convirtieron en una pareja unida no solo por su pasión académica, sino también por la que se profesaban entre ellos.
El apellido de nuestra marquesa mudó entonces de Chastellet a Châtelet, a instancias de Voltaire, quien insistía que firmar con el nuevo sus obras publicadas era la mejor idea. Así es como ha trascendido a la historia. Tal era su enamoramiento que vivieron juntos hasta la muerte de la marquesa, convirtiendo el mencionado castillo en un centro de atracción cultural para grandes intelectuales de toda Europa. En sus salones celebraban reuniones con las personalidades del momento y estudiaron y ampliaron la obra del filósofo.
Aunque, desafortunadamente, el nombre de Émilie se perdió de su obra y dejó de trascender su aportación. Mantuvieron correspondencia con todos los grandes matemáticos y formaron una biblioteca que superaba las de muchas grandes universidades, con más de 10 mil volúmenes.
Cuando en 1748 Émilie supo que estaba embarazada, ella misma supo que esa era su sentencia de muerte. Poco antes había empezado a traducir la obra más importante de Newton, Principia, del latín al francés. Y se esmeró en hacerlo antes de dar a luz, puesto que además de distraerla de sus pensamientos, el trabajo iba a ser su catapulta a la fama. Y lo consiguió. Su aportación fue más allá de la traducción, con una serie de comentarios explicativos de su autoría que facilitaban mucho la comprensión de un texto bastante 'enigmático' en aquel momento.
Así fue como los descubrimientos en mecánica y cálculos matemáticos de Newton se divulgaron por Europa, pero por el camino hizo mucho más que todo eso. Aunque la historia haya querido olvidarla. A propósito de la predicción de su propia muerte, su vida terminó, efectivamente, cuando dio a luz en 1749 al hijo ilegítimo que tuvo con Voltaire. Sucedió 8 días después de que naciera la criatura, a causa de una embolia pulmonar y con tan solo 42 años.
Émilie de Châtelet amaba la ciencia y se basaba en la razón para sus estudios, y también adoraba a Descartes, lo que le hacía comprender la relación entre diferentes disciplinas. Su libro más importante, Las instituciones de la física, fue publicado en 1740 y consta de 3 volúmenes. Tenía como intención explicar la materia de forma instructiva, para que sus hijos pudieran comprenderla. Era algo inaudito en Europa: el primer libro en francés sobre física escrito con esas intenciones.
Consistía en un compendio de los conocimientos de Newton, Descartes y Leibniz, todo desde el razonamiento cartesiano. De nuevo una pionera por no posicionarse solo en una corriente intelectual. Ella intentaba unir lo mejor de cada una y crear una teoría común, mientras la mayoría de intelectuales de la época se empeñaban en defender una sola a capa y espada.
Pero esas no fueron las únicas aportaciones de Émilie que la historia olvidó, pues la tendencia se repitió una y otra vez. La primera obra que publicó fue una Disertación sobre la propagación del fuego, en 1744. La hizo para enfrentarse con Voltaire en un concurso en el que en principio iban a participar juntos, pero no pudieron ponerse de acuerdo. A pesar de que ninguno de los dos ganó, el de Châtelet se considera uno de los textos más avanzados del momento.
Revolucionaria cuanto menos, la marquesa de Châtelet apoyó a Newton y a su teoría de la gravitación en la Francia cartesiana. Toda una osadía. De la misma forma que lo era afirmar que la Tierra se achataba por los polos, en un contexto en que eso suponía contradecir a toda la intelectualidad del momento. Una metáfora de cómo fue la fascinante vida de la marquesa científica más rebelde de todas, traspasando siempre las fronteras de lo establecido.
20 de enero-18 de febrero
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