En los paupérrimos años 60, aún con el Nodo en la televisión en blanco y negro, una frutera de Triana luchaba contra viento y marea por convertir a su hija, Isabel, en una estrella. Dicen que, con su muerte, se ha ido la última 'madre de artista', aunque el modelo de progenitor que traspasa a sus hijos una obsesión competitiva por el éxito y el dinero persiste, por ejemplo, en el deporte o en las redes sociales. Isabel Pantoja Martín, en casa Maribel, era solo una niña cuando se subió por primera vez a los escenarios, en un homenaje a Juanito Valderrama y Dolores Abril: tenía 7 años y hacía realidad un sueño que no era solo suyo, sino también de su madre.
Isabel, hija de Juan Pantoja 'Chiquetete', letrista de fandangos perteneciente al trío Los Gaditanos, tuvo la vida que le hubiera gustado vivir a su madre, la bailaora Ana Martín. Ana, doña Ana, dejó la compañía de Juanita Reina para casarse con Juan, hijo del cantaor Antonio Pantoja Jiménez, apodado primero 'el Pipono de Jerez' y luego, 'Chiquetete padre'. Pasó de artista a contestar cuando en el barrio la llamaban 'la Melones': los vendía en el puesto del mercado de su padre, 'el Lechuga'.
«Mi madre vio mis cualidades cuando yo tenía dos años. No hay nada más importante, mientras no tienes hijos, que una madre», aseguró Isabel Pantoja en el programa 'Idol Kids'. Sin duda, los escenarios eran una de las pocas vías de ascenso social en los barrios humildes de Sevilla y la conexión artística de la familia Pantoja podía servir de lanzadera para una niña sobrada de gracia y talento. « Doña Ana la preparó, la llevó a su primera academia, le compraba discos… Sin ella no hubiese sido la Isabel Pantoja que conocemos«, ha explicado el fotógrafo Alfredo Sánchez, autor de la biografía 'Superviviente Pantoja'. Isabel comenzó a trabajar profesionalmente (o sea, cobrando) a los 14 años y, hasta los 17, se fogueó por todo tipo de escenarios, algunos tan importantes como El embrujo de Sevilla, gracias a la incesante actividad como manager de su madre. Cuando muere de cáncer Juan Pantoja, las dos mujeres quedan al frente de la casa y despega definitivamente la carrera de una adolescente Isabel, que se convierte en sostén económico.
Dispuesta a convertir a su hija en rica y famosa, doña Ana hizo las maletas, cogió a sus cuatro hijos y se trasladó a Madrid, a probar fortuna en los tablaos. Logró un contrato para Isabel en El corral de la morería justo enfrente de su pequeño piso de alquiler. Durante el día, la niña trabajaba como dependienta en una tienda para estirar las mil pesetas del sueldo de artista. Su valedor en Madrid fue Baldomero Negrón, propietario de un restaurante de Castilleja de la Cuesta (Sevilla), que la había contratado para su sala de espectáculos a principios de los 70.
Negrón, casado con la excelente cantaora Mercedes Cubero, se enamoró de Isabel, hasta el punto de conseguir (previo pago) que el gran poeta de la copla Rafael de León y el maestro Juan Solano le dieran clases en su escuela de Madrid. Ahí comenzó doña Ana a ejercer no solo de manager de su hija, sino de protectora frente a un creciente número de hombres que deseaban 'protegerla'. La oferta era grande, pero la madre de Isabel Pantoja siempre tuvo claro qué tipo de hombre quería para su hija: un hombre soltero y rico.
En 'La Pantoja', la biografía de Sol Alonso, se cuenta cómo la matriarca de los Pantoja no se separaba ni a sol ni a sombra de su hija. Presente a pie de escenario y en el camerino, autorizaba (o no) qué personas podían acercarse a Isabel, controlando cada paso que daba para que no se alejara ni un milímetro del objetivo de lograr el éxito. Antonio, un músico que trabajó con doña Ana e Isabel Pantoja en aquellos tiempos, recuerda que «su madre mantenía cerrado el camerino para las personas que no le interesaban, era un filtro perfecto, nadie se escapaba de sus ojos, y allí no entraba quien ella prohibía. Isabel le obedecía en todo, nunca le daba un no por respuesta. La venera y todo lo que doña Ana dice es palabra de ley para ella».
Años más tarde, la cantaora reconocía el papel que la voluntad de hierro de su madre jugó en su éxito. «Todo ha sido gracias a ella, que me ha inculcado la esperanza del triunfo desde pequeñita. Por eso la tengo como una reina y la voy a cuidar siempre, hasta el fin, y aun así no podré pagarle ni la centésima parte de lo que ella ha hecho por mí».
Gracias a Rafael de León y a Juan Solano la carrera de Isabel Pantoja no tardó en despegar, siempre controlada milimétricamente por su madre. Doña Ana fue siempre el cerebro de esta 'operación triunfo' coplera, y de hecho se achaca a su enfermedad los garrafales errores que la cantante ha cometido en los últimos años. «Era un mujer muy lista, demasiado, y nunca dejaba un cabo suelto», ha recordado en estos días un amigo de la familia. Además de vigilar cada paso de su irresistible ascenso en las listas de éxitos, la madre de la Pantoja siempre tuvo claro, muy claro, que su hija debía casarse virgen y que ningún hombre sin intenciones de pasar por el altar podría 'sacarla a bailar'.
Cuando en 1979, ya con tres discos en el mercado, Isabel se enamoró del futbolista sevillano Pablo Blanco, fue doña Ana la que la disuadió del matrimonio por dudar de que un deportista pudiera darle las comodidades que Isabel deseaba. A Máximo Valverde, el galán de la época, no le dejó franquear ni la puerta del camerino. La solvencia económica del candidato debía estar contrastada, ya que Isabel llevaba al matrimonio lo más preciado para la matriarca: su virginidad. Francisco Rivera 'Paquirri' cumplía todas sus condiciones, excepto la de la soltería. En 1983 sumó a su divorcio y la nulidad de su matrimonio con Carmen Ordoñez y se casó con Isabel Pantoja.
Lo que sucedió a continuación es, ya, leyenda. Fue doña Ana la que volvió a impulsar la carrera de su hija, acompañándola en conciertos, actuaciones televisivas y giras, esas en las que cimentó su estatus de 'viuda de España'. Solo se distanció de la cantante en la época de su relación con la todopoderosa locutora de radio Encarna Sánchez y, sobre todo, a raíz de su entrañable amistad con la cantante María del Monte. Dicen que fue esta la que animó a Isabel a adoptar una niña en Perú y que, por este motivo, doña Ana jamás aceptó como nieta a Isabel hija, por entonces Chabelita.
Lo que jamás imaginó doña Ana, que su hija entrara en la cárcel, fue un mazazo para ella. Y, de hecho, desde noviembre de 2014 ya nada fue igual en Cantora. A falta de una doña Ana en plenitud de facultades, la carrera como cantante de Isabel se fue ralentizando, prueba de que los escenarios no fueron tanto una vocación como un imperativo de supervivencia en la que se proyectó la ambición artística de la madre y el deseo de abundancia económica de la hija.
Paquirri, Isabel Pantoja y doña Ana, el día de la boda de su hija. /
Una anécdota contada por Pilar Eyre aclara muchísimo este aspecto clave de la relación entre madre e hija. La periodista acudió al primer piso que la cantante se había comprado en Sevilla por 17 millones de pesetas (un dineral en la época). Isabel tenía 26 años y ya estaba de novia de Paquirri, aunque aún no se habían casado. Cuenta Eyre: «Isabel me contó que, cuando se casara, se retiraría de cantar, porque una mujer tenía que estar en casa cuidando al marido y a los dos hijos que pensaban tener. 'Al niño lo llamaremos Francisco José'. Y aquí miró a su madre tiernamente. 'Y a la niña, Ana Isabel'. Luego explicó: 'Porque se lo merece'. A la madre, que no lo sabía, se le llenaron los ojos de lágrimas de sorpresa, pero aun así dijo con la voz rota: '¡Qué pedazo de artista se perderá el mundo!'. Y la hija abrazó a la madre y la madre a la hija, mientras Paquirri meneaba la cabeza y abría cómicamente los brazos».