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Cuando una persona es famosa por nacimiento, la condena al prejuicio resulta prácticamente insoslayable. "No soy una princesa", decía en Vogue arruinándonos un fabuloso titular. "Mi madre lo es. Yo soy la sobrina de un jefe de Estado y tengo algunas funciones de representación, pocas y excepcionales".
Cierto es que existen incontables escenarios más incómodos para salir adelante en la vida, pero ahora no hablamos sobre eso. Hoy, 3 de agosto Carlota Casiraghi cumple 30 años, analizamos la trayectoria de una joven que ha prefirido romper esquemas y parecerse muy poco a otras de su condición y su clase.
Carlota Casiraghi posee una pequeña cuadra de caballos. Su preferido es Tintero, de color gris. Después están Monster, el negro, y Lolita, de color avellana. La hija mayor de Carolina comenzó a montar con apenas cuatro años, más o menos cuando su padre perdió la vida. Stéfano Casiraghi, el marido que ansió el príncipe Rainiero para su hasta entonces errática hija mayor, se mató durante una prueba deportiva acuática.
Era 1990. Una devastada Carolina decidió llevarse a sus tres hijos –Andrea, Carlota y Pierre– a la localidad francesa de Saint-Rémy-de-Provence, entre Marsella y Niza, para protegerlos de la exposición mediática. Allí Carolina guardó luto durante seis años y su hija enjugó su dolor con la equinoterapia, antes siquiera de que tal disciplina tuviera nombre. "Los caballos me dieron la energía para seguir adelante, la capacidad de luchar, confianza, fuerza y un gran valor", decía Carlota en una entrevista. Tras asistir a la escuela pública en primaria, Carlota continuó sus estudios en el Lycée François Couperin de Fontainebleau y en 2003 pasó al Lycée Fénelon de París. Ya por entonces leía más y más profundamente que la mayoría de su generación.
Cuando cumplió cinco años, sus abuelos paternos, Giancarlo y Fernanda Casiraghi, le regalaron una pequeña isla de Cerdeña. Convencidos de que el lector enarcará la ceja al leer este dato, permítannos que lo contrastemos con estos otros: acostumbrada a escuchar cómo su madre le leía cada noche, supo ver que en la literatura primero y en el ensayo después, está la ventana al pensamiento con mayúsculas.
Siendo adolescente, Carlota descubrió la poesía de mano de simbolistas y autores malditos. Así se explicaba en una de las pocas entrevistas que ha concedido: "Mientras mis amigos adoraban a Kurt Cobain, yo prefería a Baudelaire, Rimbaud o Víctor Hugo. Recuerdo el impacto sufrido por el buceo en Las flores del mal de Baudelaire y la intensidad de Rojo y negro, de Stendhal. Sentí un verdadero shock leyendo Viaje al fin de la noche, de Céline, y luego, por supuesto, con El hombre rebelde de Albert Camus". Por supuesto. Con 17 o 18 años. Podría parecer un alarde de esnobismo pero era sincera. Su trayectoria la avala. Tras graduarse en Filosofía por la Sorbona, en 2007, realiza prácticas en la editorial Pierre Laffont y en el diario inglés The Independent.
Solo dos años después, se atrevía a participar en dos proyectos editoriales: se convertía en editora de Above Magazine y, con Alexia Niedzielski y Elizabeth von Guttman, lanzó la propuesta digital Ever Manifesto, un 'think thank' de sostenibilidad y conciencia social.
En esos momentos, Carlota estaba subyugada por la ecología y la bioética, frecuentaba a la diseñadora Stella McCartney y procuraba dar ejemplo deslizando en alguna entrevista sobre moda las bondades de la ropa de algodón orgánico sin productos tóxicos. Su perla en esa época fue la siguiente frase: "La moda es, por supuesto, para que las mujeres sean atractivas pero también tiene otros valores: debe estar diseñada para salvar el ecosistema".
Insistimos: Carlota no va de farol. Sin duda disfruta de una vida regalada merced a su privilegiado origen pero sabe combinar lo superficial, por sofisticado que sea, con lo más elevado para el espíritu. Su último hito es haber cofundado el proyecto intelectual Encuentros Filosóficos de Mónaco. Comenzaron en octubre pasado, se desarrollan los segundos jueves de cada mes y tienen como objetivo promover la filosofía en el principado.
Carlota es la heredera directa de la belleza de su abuela Grace Kelly y del glamur de su madre. Aunque aun son muy jóvenes, su hermana Alejandra, hija de Carolina y Ernesto de Hannover, y sus primas Pauline Ducruet y Camille Gottlieb, hijas de Estefanía, están a años luz de su estilo.
Ya en 2006, con solo 20 años, Carlota se coló en la lista de celebridades mejor vestidas que cada año elabora Vanity Fair. Aun así, no concedió su primera entrevista hasta agosto de 2009. Para entonces, había sido protagonista involuntaria de incontables portadas sin posar para ninguna de ellas. El momento de hacerlo llegó de la mano de la edición francesa de 'Vogue'. Nada menos que 24 páginas adornada por Cartier, Dior, Chanel, Louboutin… Fue para el número de septiembre de 2011 y con el sello infalible del Mario Testino.
No repitió hasta 2015. Entró en el mundo de la moda cuando lo juzgó oportuno y por motivos muy distintos al ego o la ambición. Carlota se convirtió en embajadora de Gucci a causa de los caballos. Conoció a Frida Giannini, directora creativa de la firma, en un certamen ecuestre y salió la idea de patrocinarla en las competiciones hípicas. Mover por el mundo caballos de competición resulta muy caro incluso para un Grimaldi y que el fundador de la firma, Guccio Gucci, comenzase elaborando equipamiento de cuero para caballerías, hizo el resto. Carlota se estrenó con Gucci en 2012, presentando un mocasín emblemático, y fue un bombazo.
En enero de 2015 la firma Montblanc la presentó como su nueva Embajadora Internacional y en abril de este año fue la más deseada en los fastos del 110 aniversario de la marca, celebrado en Nueva York. Comiéndose la Gran Manzana, la vimos un mes después en la esplendorosa gala anual del Metropolitan, donde se midió con profesionales de la alfombra roja de la talla de Olivia Palermo y Rania de Jordania.
Hasta conocer al padre de su hijo, Carlota ha experimentado como cualquier joven de su edad, si bien no se le conocen muchas parejas. En su primera juventud, allá por los 18 o 20 años, se dejaba ver con el aristócrata Hubertus Herring-Frankensdorf. Juntos asistieron en 2001 al Gran Premio de Montecarlo de Fórmula 1 y vacacionaron el año siguiente en la estación de esquí de Zurs (Austria). Más adelante, frecuentó a Félix Winckler, hijo de un reputado abogado con despacho en Bruselas y que ha mantenido amistad con los Casiraghi, como prueba el haber sido invitado a la boda de su hermano Pierre.
Su primer novio formal fue Alex Dellal: desde muy joven en el negocio de las galerías de arte, hijo del magnate inmobiliario Guy Dellal y la modelo brasileña Andrea Magalhaes. Comenzaron en 2007 y durante un tiempo jugó a las dobles parejas con su hermano Pierre, ennoviado con Alice, hermana menor de Alex. Mientras que con Alice, niña mimada de Karl Lagerfeld e íntima de mamá Carolina, no mantiene relación, sí es amiga de la hermana mayor, Olympia Dellal. Carlota y Alex rompieron a finales de 2011 y no debió de ser muy traumático, a juzgar por la presencia del joven inglés en las bodas de Andrea y Pierre.
En enero de 2012, Carlota fue vista saliendo de casa del actor francés de origen marroquí Gad Elmaleh. La prensa francesa llevó la noticia a portada y ella interpuso una demanda que incluyó a la respetada Paris Match. La noticia, sin embargo, era muy cierta. La pareja se tomó más de un año para oficializar la relación. Sabían que el escrutinio sería inmisericorde. El ejemplo de su tía Estefanía, que pasó de un guardaespaldas a otro y de ahí, a un trapecista, sigue muy vivo entre los Grimaldi.
También contaba una diferencia de 15 años entre el actor –padre de un hijo de 12 años en ese momento– y la niña bonita de Mónaco. Sin embargo, tenían mucho más en común de lo que parecía: un intelecto despierto, experiencia en viajes –aunque la marca de la maleta fuese distinta–, antepasados actores y pasión por la vida, según reconoció Carlota. Resistieron, alimentaron su amor mutuamente y el reconocimiento público llegó por fin en marzo de 2013, en el Baile de la Rosa.
Su amor fraguó en Raphael, un hijo que nació a finales de ese año y fue bautizado, siguiendo la tradición de los Grimaldi. Durante meses, se especuló con la fecha de la boda. Parecía que la estabilidad que habían logrado sus hermanos había llegado a Carlota. Sin embargo, fue un espejismo. No se conocen los motivos, pero a finales de 2015 la pareja rompió tras pasar unos meses distanciados. Su última foto juntos fue en la boda de Pierre y Beatrice. No acabaron bien.
Carlota tiene la custodia del pequeño y, según publicaba la revista Voici, el actor solo puede ver a su hijo bajo el ojo avizor de una carabina. Tampoco puede sacarlo de Mónaco. Poco ha durado soltera Carlota. De nuevo, doblando el año actual, comenzó a vérsela en compañía de otro artista, el director de cine italiano Lamberto Sanfelice. Coincidieron en el festival norteamericano de Sundance y debió de prender la llama tan rápido, que hace unas semanas la joven se trasladó a la casa del cineasta, en Roma. Una nueva vida en una ciudad eterna.