Si algo caracteriza a las nuevas generaciones de reyes y príncipes de todo el planeta es su defensa de la privacidad, un argumento que nunca habíamos oído esgrimir en público a las anteriores, aunque en la intimidad también tuvieran motivos para quejarse. El último lamento ha sido el del príncipe Enrique de Inglaterra, quien hace unos días pidió que se dejara de acosar a su novia, la actriz Meghan Markle, a la que considera víctima de hostigamiento sexista y racista por parte de determinada prensa y también de las redes sociales.
Al príncipe Enrique hay que escucharle con todo respeto y comprensión cuando se queja del acoso mediático, porque su madre, la princesa Diana de Gales, falleció en un accidente de tráfico en París mientras huía de los paparazzi a toda velocidad junto a su amante. Incluso, hay que reconocer que para cualquier persona resultaría muy complicado mantener en el tiempo una relación sentimental delante del objetivo permanente de las cámaras y del juicio superficial de la prensa. Además, en este caso, su relación con esta mujer separada, de 35 años, hija de madre afroamericana y de padre de origen holandés, va en serio, tal y como se deduce del comunicado que hizo público el palacio de Kensington en defensa de la joven y que dio carácter oficial al noviazgo.
Pero lo que parece una ingenuidad es que a un miembro de cualquier familia real, peor aun al hermano del futuro rey de Inglaterra, el príncipe Guillermo, le sorprenda que la mujer de la que se ha enamorado haya suscitado un interés desorbitado en los medios de comunicación y la opinión pública de todo el mundo.
Lo llamativo de Meghan Markle no es que sea una actriz más o menos conocida. También Grace Kelly lo era y en su caso nunca fue un inconveniente para que llevara con toda dignidad la corona del principado de Mónaco. Lo chocante de esta historia es que si finalmente la relación termina en boda, medio planeta habrá visto en internet a la futura nuera del príncipe de Gales interpretando escenas de alto contenido sexual. Y lo que puede ser normal en una actriz moderna no tiene por qué responder a lo que se espera de un miembro de una familia real.
De hecho, esas imágenes sexuales que se grabaron en 2013 pasaron inadvertidas durante tres años para casi todo el mundo y únicamente se convirtieron en un fenómeno viral hace unas semanas, cuando se empezó a conocer que iba en serio la relación de Meghan con el nieto de Isabel II de Inglaterra. Lo que todo el mundo se pregunta es qué pensará de ese noviazgo una reina cuya vida privada e institucional ha sido siempre intachable y que hasta ha llegado a recomendar en una ocasión a la cada vez más discreta duquesa de Cambridge que se alargara un poco las faldas porque enseñaba demasiado las piernas
20 de enero-18 de febrero
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