"No basta con estar; hay que hacer". Con esta frase, la Reina Sofía explicaba a los periodistas españoles que se desplazaron hasta Camboya su forma de entender su existencia. "Lo principal en nuestra vida es el otro –añadió–. Ese es el valor, no solo en la monarquía. Cualquier familia puede tener ese valor".
Después, bastaba con verla desenvolverse en los lugares más pobres del planeta, a donde la llevaban los viajes de cooperación, para comprender el alcance de su compromiso. No se trataba solo de dar visibilidad a los proyectos de cooperación y constatar que el dinero que enviaba España estaba bien empleado. Doña Sofía iba más allá: escuchaba, preguntaba, llevaba su consuelo, abrazaba, se emocionaba y servía de altavoz a los más necesitados.
Aquella misma mañana en Camboya, vestida con pantalones y alpargatas, sin apenas protocolo, doña Sofía se enfrentó a una de las situaciones más amargas de su vida de cooperante. Una niña de 12 años, con la voz entrecortada y los ojos inundados en lágrimas, expuso a la Reina en inglés el horror que le había tocado vivir, a ella y a las otras 200 niñas rescatadas de la esclavitud sexual que trataban de rehacer su vida en el centro Tom Dy de Phnom Penh.
"Quiero transmitir un mensaje a los hombres –añadió la niña–. Quiero decirles que por buscar cinco minutos de placer nos han destrozado la vida". Algunas de sus compañeras acunaban a sus bebés –fruto de las relaciones forzadas– y otras asumían que habían sido contagiadas con el virus del sida. Las habían vendido sus padres a las redes de prostitución. La menor tenía cinco años.
Una de ellas cantó una canción a la Reina inspirada en su experiencia: "Mi padre me vendió para poder comprar cerveza", decía. Y, al oír su triste canto, las demás empezaron a llorar. El nudo en la garganta era inevitable y todas las miradas se centraban en doña Sofía. ¿Qué podía hacer en aquella situación? La Reina sacó fuerzas e improvisó unas palabras de consuelo y de afecto, empezó a besar a las niñas y a abrazarlas, y les prometió que su centro de acogida seguiría recibiendo la ayuda española. Así, y con mucha ternura, consiguió que las niñas dejaran de llorar y empezaran a sonreír.
Escenas parecidas se repitieron en los 29 viajes de Cooperación que realizó entre 1996 y 2014, cuando se produjo el relevo en la Corona y pasó el testigo a doña Letizia. Esos viajes permitieron a la sociedad conocer la faceta más personal de doña Sofía, pero llevaba muchos años haciendo lo mismo en privado, a través de la Fundación Reina Sofía, que creó en 1977 con un pequeño capital aportado por ella misma. Al principio, se limitaba a atender las peticiones que llegaban a La Zarzuela: una mujer que pedía dinero para comprar una máquina de coser o pagar los estudios a un hijo. Pero, cuando se aprobó la ley de Fundaciones, se planteó metas más ambiciosas.
A diferencia de otras fundaciones, la de doña Sofía no desarrolla sus propios proyectos sino que ayuda a financiar los de otras ONG. De esta forma, todo lo recaudado se destina a donaciones, sin gastos de personal. Solo hay una excepción, el Proyecto Alzheimer. Doña Sofía conoció el rostro amargo de esta enfermedad cuando la princesa Eugenia de Grecia, madre de su prima y mejor amiga, Tatiana Radziwill, empezó a manifestar los primeros síntomas. A partir de ese momento, ideó construir un centro en el que se investigara sobre esta enfermedad, se formara a los profesionales sanitarios y se atendiera a los enfermos. El proyecto necesitaba un enorme respaldo financiero, pero doña Sofía "agitó las conciencias", "venció la indiferencia de la sociedad" y consiguió reunir los 34 millones de euros que costó el Centro Alzheimer de Vallecas, toda una referencia internacional.
El 17 de mayo la Fundación cumplirá 40 años y, con ese motivo, se están preparando varios actos e incluso una campaña publicitaria, a cuyo rodaje en Uclés (Cuenca) se acercó doña Sofía. Será el balance de toda una vida ayudando a aliviar el sufrimiento de miles de personas
20 de enero-18 de febrero
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