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Llantwit Major, Gales (Reino Unido). Una fresca noche de abril de 1985, el príncipe vuelve con el paso titubeante a su cuarto en el internado. Viene de celebrar el cumpleaños de un amigo y la cerveza ha corrido a mares. Nada extraño en la escena: Guillermo se ha ganado el apodo Prins Pils –algo así como el príncipe de la cerveza rubia–. Esta anécdota real vivida en el Atlantic College (AC) donde Guillermo de Holanda cursó el segundo tramo de sus estudios, recoge quizá lo más gamberro de una juventud considerablemente modélica. Pero comencemos por el principio.
Guillermo, primogénito la reina Beatriz y el príncipe Claus, nació en el Centro Médico Universitario de Utrecht. Su nacimiento trajo un motivo extra de celebración consigo: el niño sería el primer rey desde que Guillermo III, en 1851, subiera al trono. Hoy no tiene importancia, pero en 1967 no era cuestión baladí.
Damos un salto y pasamos de una tierna y anodina infancia al AC, donde el príncipe se une al servicio de bote salvavidas Royal National Lifeboat Institution, juega de squash y se granjea cierta fama de ligón. De hecho, varias conquistas entre adineradas jóvenes latinoamericanas entre una población estudiantil cuya inmensa mayoría procede de Europa del norte, señalaba cuál sería su destino conyugal.
Terminada la secundaria en el AC, Guillermo cumplió con el servicio militar de dos años en la Marina Real Holandesa y, en 1987, entró en la Universidad de Leiden. Se tituló en Historia en 1993 y volvió al Ejército para obtener el título de piloto militar. Con ambos diplomas colgados de la pared, entró en el Consejo de Estado y comenzó con las funciones representativas que le encomendaba palacio. Su formación como futuro rey marchaba satisfactoriamente, si bien le restaba salir al extranjero. Cuando lo hizo, no se trajo especias consigo, sino una joya del otro lado del Atlántico.
Antes de recordar cómo se conocieron Máxima y el rey, conviene echar un somero vistazo sobre su currículo sentimental. La primera novia de la que tenemos noticia es una amiga de la infancia, Paulete Schröder, hija del pionero de la aviación y propietario de Martinair, Martin Schröder. Después estuvo con Laurentien Brinkhorst, hija de un político y hoy casada con su hermano Constantino.
También se encuentran en esa lista Yolande Adriaansens, entonces estudiante de Comunicación, la modelo Frederique van der Wal, la hija de un elaborador de ginebra Barbara Boomsma y la patinadora olímpica y triple medallista Yvonne van Gennip. Y, en 1994, llegó Emily Bremers. Hacemos un inciso porque, hasta conocer a Máxima, Bremers fue la que más cerca estuvo de llegar al compromiso con el príncipe. De no ser por su padre: cometió fraude fiscal y marchó a Bélgica. La relación se rompió en 1998.
Como es sabido, Guillermo conoció a Máxima Zorreguieta en España, durante la Feria de Abril de 1999. En ese momento, Máxima era vicepresidenta de Mercados Emergentes en el Dresdner Kleinwort Benson de Nueva York y venía de ser bróker en el banco HSBC de la misma ciudad; licenciada en Económicas y habiendo estudiado en la Northlands School de Buenos Aires, era una mujer llamada a triunfar en el extranjero.
Cuando conoció a Guillermo, tenía novio. Pero su amiga Cynthia Kaufmann arregló una cita entre ellos. El sonrosado holandés baila peor que ella, pero la semilla está plantada. En las semanas siguientes, el hoy rey la corteja: la llama hasta cuatro veces al día e, incluso, viaja a Nueva York para verla de nuevo. El flechazo debió existir, porque en marzo de 2001 la reina Beatriz anunció el compromiso oficial.
Y no fue fácil para los Orange introducir a Máxima en la sociedad holandesa a causa de los orígenes de la joven: hija del secretario de Agricultura y Ganadería del dictador argentino Jorge Videla, no gozó en un principio de la simpatía del país de los tulipanes.
¿Qué hizo una muy enamorada Máxima? Sacrificar a su padre en la lista de invitados a la boda –celebrada en febrero de 2002–, aprender holandés en tiempo récord, embarcarse en toda suerte de causas solidarias y salir a la calle a estrechar manos como un político en campaña electoral. Y lo consiguió. Si el rey le había abierto su corazón, Holanda le abrió las puertas del país.
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