Si eres fan de Netflix y The Crown ya lo sabrás: en 1968 la familia real británica dio su consentimiento para que las cámaras de la BBC entraran en palacio durante 18 meses y grabaran su vida cotidiana. Fue un intento breve de acercar la monarquía a sus súbditos y, de hecho, lo consiguieron: se calcula que cerca de 30 millones de personas vieron ese documental de la realeza británica pasándose las tostadas en la mesa del desayuno en 1972. Pero tan pronto como decidió compartir su día a día con su pueblo, la reina Isabel II se arrepintió de su decisión, y tras un primer visionado del resultado final el documental fue sepultado en los archivos a instancias de Buckingham para no volver a ver la luz jamás… hasta que misteriosamente se coló en Youtube en enero de este año. ¿Qué se ve en ese documental para que la reina decidiera “prohibirlo” (o al menos archivarlo discretamente)?
Pues el documental, en realidad, no cuenta nada que no sepamos aparte de que los royals, como el resto de los mortales, comen hamburguesas y se aburren en sus reuniones familiares. Se ve a la reina Isabel II rebuscando en el bolso para comprarle caramelos a su hijo (vaya hombre, ¿no era que nunca llevaba dinero encima?) y llevando a sus hijos en el coche sin el cinturón puesto (eran otros tiempos) para ver la nueva camada de cachorritos de labrador que había nacido en palacio. Aunque también había otros episodios más criticables, como cuando aparece la reina Isabel II en shock por el físico del embajador estadounidense.
Tras su emisión en 1972 la película documental de 110 minutos de duración fue retirada de la circulación: la reina pidió que quedara archivada en las colecciones reales, lo que suponía de facto prohibirla porque implica que solo podía salir de ese archivo con el consentimiento expreso de la propia reina. Pero como tantas otras cosas que aparecen y desaparecen en palacio (como las cartas de amor del amante y ahora marido de la princesa Ana), la película se filtró a principios de año en Youtube y tuvo que ser retirada apresuradamente por la plataforma porque infringía los derechos de autor.
¿Por qué tanto secretismo por un documental tan soso? Cuando la reina decidió dejar que filmaran la vida cotidiana de su familia se enfrentaba a una nueva generación de ciudadanos británicos que percibía a Isabel II y su entorno como un capricho muy caro de mantener. El objetivo era demostrar que la reina era “uno más” con su pueblo, y lo consiguió, las encuestas sobre la popularidad de la familia real mostraron un mayor apoyo a la misma tras su exhibición.
Solo había un par de problemas: su propia familia odiaba el documental. La princesa Ana confesó en una entrevista que ya era suficientemente estresante ser princesa como para tener que compartir tu día a día con las cámaras. La reina madre, por su parte, advirtió a su hija de que la base de la monarquía estaba en mantener el misterio, que el pueblo no les percibiera, precisamente, como “uno más”. En definitiva, muchos miembros de la familia real consideraban esta iniciativa como una amenaza: si se exponían demasiado a menudo a los medios de esta forma ¿dónde quedaría el misterio que envuelve a la realeza y que tanto adoran sus partidiarios?
Los historiadores oficiales también consideraron este documental un riesgo. El biógrafo Hugo Vickers explicó que muchos de los que apoyaban a la familia real pensaban que al abrir las puertas de palacio se corría el riesgo de que la gente quisiera más y más de su privacidad y que era una vía de entrada del sensacionalismo. Entre las opiniones de unos y otros el documental quedó enterrado en el sótano del castillo de Windsor durante décadas... hasta que alguien lo desenterró para el jubileo de la reina y decidió colgarlo en Youtube sin su consentimiento. Lo que no se quedó fuera de palacio fue la prensa amarilla que, efectivamente, descubrió que la familia real era un buen objetivo.
20 de enero-18 de febrero
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