Ahora que toda una nueva generación de princesas de la generación Z comienzan a tomar el relevo ante los focos, tenemos que reconocer lo inevitable: el cambio de siglo y el encaje de las monarquías en el nuevo mundo de la transparencia y las redes sociales ha transformado la manera en la que vemos a las familias reales. Las princesas, irremediablemente, pierden el aura de misterio e idealidad y se acercan al mundo como las mujeres jóvenes que son. De hecho, puede que Carolina de Mónaco sea la última princesa con el gran carisma de la vieja aristocracia: bella, elegante, distante y con ese gesto inescrutable tras el que se esconde una biografía declaradamente trágica . La conocemos como la última gran anfitriona que tuvo el mítico Baile de la Rosa, musa de Chanel en la era Lagerfeld y protagonista de innumerables locuras de amor. Sin embargo, la infelicidad ha llamado, y mucho, a su puerta.
La primera tragedia a la que se enfrentó Carolina de Mónaco fue la muerte de su madre, la princesa Grace, tras un accidente de coche en el que también viajaba su hermana, la princesa Estefanía.
Carolina ya tenía 25 años, pero aún era demasiado joven para perder a su madre. De hecho, hasta entonces se había dedicado a experimentar con el amor en todas sus versiones: romances, noviazgos y un primer matrimonio fallido. La muerte de su madre lo cambió todo. "Sucedió el milagro", declaró entonces su padre, el también fallecido príncipe Rainiero. "Asumió el papel de su madre. Siempre ha tenido su mismo espíritu. La manera en la que desempeña las tareas que le he encomendado me da una gran satisfacción". Carolina se convirtió en la sustituta perfecta.
Años más tarde, Carolina de Mónaco confesaría la tragedia que había sufrido mucho antes de la muerte de su madre: "Hasta que tuve 14 años no pude sentarme a comer en la misma mesa que mis padres. De hecho, le tenía más cariño a mi niñera que a ellos. La relación con mi madre era distante". Grace Kelly, entonces ya princesa Grace, también confesó haber impuesto en su casa la misma disciplina dura que recibió de sus padres. "Cuando Carolina era pequeña, tenía que azotarla casi cada día", desvela que dijo uno de sus biógrafos, J. Randy Taraborrelli. " Alberto no eran tan rebelde. Una palabra dura era suficiente. A Estefanía tendría que haberla pegado como a un gong".
Carolina de Mónaco tuvo una vida sentimental muy agitada hasta que se casó con su segundo marido, el empresario Stefano Casiraghi. De los 17 a los 20 se sacó su diploma en Filosofía en la Sorbonne de París y salió con el cantante Philippe Lavil; Mark Shand, el hermano menor de Camilla, la duquesa de Cornwall; el tenista Guillermo Vilas; Henri Giscard d'Estaing, hijo del ex presidente de Francia Valéry Giscard d'Estaing, o Jonathan Guinness, hijo del millonario Jonathan Guinness. Estaba enamorada del amor. En 1978, en contra del criterio familiar, se casó con Philippe Junot, un play boy de oficio inversor industrial. La boda fue de cuento de hadas: asistieron 600 invitados, entre ellos Ava Gardner, Gregory Peck o Frank Sinatra. El matrimonio solo duro dos años: las peleas eran constantes.
Stefano Casiraghi, con el que se casó en 1983, fue el amor de su vida. Hombre de negocios y aficionado a la velocidad, pudo formar la familia con la que Carolina de Mónaco siempre había soñado. Tuvieron tres hijos: Andrea, Charlotte y Pierre. Su pasión fue la competición offshore, la Fórmula 1 del agua: suyo era el récord mundial de velocidad de la época, establecido en 1984: 278,5 kilómetros por hora. En 1989, se coronó como campeón. En 1990 perdió la vida revalidando el título en las aguas de Saint-Jean-Cap-Ferrat, la península privilegiada entre Cannes, Montecarlo y Niza. Tuvieron apenas una década de amor. Fue entonces, tras esta segunda muerte trágica, que comenzó a hablarse de que la maldición de los Grimaldi había recaído sobre Carolina.
La maldición se originó en el siglo XIII, cuando el príncipe Rainiero I secuestró y violó a una joven que, en venganza, lanzó el siguiente sortilegio: "Que ningún Grimaldi encuentre jamás la felicidad en el matrimonio". Ha sido así en la vida de Carolina de Mónaco. Su tercer matrimonio con Ernesto de Hannover, en 1999, fructificó en una nueva maternidad (de Alejandra) ese mismo año. Enseguida comenzaron los problemas. La dependencia del alcohol de Ernesto y su talante agresivo les llevó a separarse en 2009 pero no a divorciarse: Carolina sigue manteniendo el título de Su Alteza Real la princesa de Hannover. Este sigue acumulando arrestos, agresiones y borracheras en su curriculum. Recordemos: Carolina tuvo que asistir sola a la boda de Letizia y Felipe por la resaca de su aún marido. Si esto no es la maldición, es una mala suerte fatal.
20 de enero-18 de febrero
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