Sin embargo, esta lucha por la perfección parece que ha pasado factura a Middleton. ¿Cómo es en la intimidad? Lo primero es que el nombre de Kate solo lo utilizan los más íntimos. Lo segundo es que todo lo que parece fácil en ella – trabajar sin cesar para la corona, ser madre de tres niños pequeños y mostrarse sonriente y natural en cada aparición pública – se debe a un férreo control de todos los capítulos de su vida. La revista Tatler afirmaba en un reportaje que publicó el pasado verano que Kate estaba extremadamente delgada porque estaba agotada y que una de las razones de su frustración, tras la marcha de Meghan y Enrique, era el aumento de los actos en su agenda. Guillermo y Kate lo desmintieron tajantemente y amenazaron con abogados. Pero la revista no se retractó. En el artículo, se afirmaba también que tanto Guillermo como Kate querían dedicar más tiempo a su familia y que por eso Kate se sentía “furiosa”. Sabe que siempre está vigilada y ha conectado muy bien con el afán de supervivencia de los Windsor, porque ella misma tiene un talento especial para sobrevivir. Sabe también que ser reina es un privilegio inmenso y que debe pagar un precio. Mantiene una disciplina férrea. Esa es la espera más importante de todas, pero a mucho más largo plazo. Isabel II es su modelo.
Sean o no ciertas las afirmaciones de Tatler, la realidad es que Kate Middleton, a sus 39 años y tras diez de matrimonio, maneja con absoluta soltura la divisa de la reina “Callar y aguantar”. Sabe que nunca podrá romper el silencio, y domina a la perfección los mensajes que lanza con su vestuario y sus joyas – para el funeral del Duque de Edimburgo, escogió el collar con cuatro hilos de perlas y un gran broche de diamantes que ya prestó la reina a Lady Di en su primer acto oficial– y ha aprendido, incluso, a sustraer a sus hijos de los “paparazzi” haciendo ella misma gran parte de las fotografías familiares. Con Guillermo y Enrique ha jugado un papel apaciguador, sus gestos a la salida del funeral tratando de unir a ambos hermanos no pasaron desapercibidos. Es la ocasión para un protagonismo conciliador, invisible pero decisivo, cuando toda Inglaterra ha sabido que hizo llorar a Meghan. La perfección, con la medida justa de distancia y cercanía, con la que realiza todos sus actos oficiales, tampoco ha pasado desapercibida. Se está convirtiendo en lo que fue el Duque de Edimburgo: una roca para la familia real.
Su estilo, con profusión de marcas asequibles –le encanta Zara– ha evolucionado de forma muy medida en estos últimos años hacia cortes más actuales, colores más vivos, escotes más arriesgados. Su entorno se dio cuenta de que necesitaba un cambio para llegar a más gente y puso su imagen en manos de Natasha Archer, desde 2007 su asistente personal. El resultado ha sido perfecto incluidos sus guiños a Lady Di y sus elecciones más adultas con “looks” de Gucci o de Vampire’s wife –que entusiasma a toda la elite “grunge” británica–.
Hoy ya nadie pone en duda que es una mujer de su tiempo y una gran trabajadora, como lo mostraron sus incansables llamadas y videollamadas durante la pandemia. Callar y trabajar. Kate ha sabido mostrar la lealtad a la familia real que se exige de una consorte. Un club del que no se puede salir una vez admitido. Su comportamiento es irreprochable, ejemplar. Los escándalos y las reivindicaciones son para otros.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?