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La increíble historia de cómo Felipe de Edimburgo logró aclarar el misterioso caso de la princesa Anastasia, hija del zar Nicolás II y la última de los Romanov

La leyenda que rodeó a la princesa Anastasia, la pequeña de las hijas del zar Nicolás II y la zarina Alejandra, inspiró varias películas con Oscar incluido y multitud de libros. El misterio de su muerte, y de la de toda la familia Romanov, fue aclarado por Felipe de Edimburgo. La historia es increíble.

Pincha en la foto para ver cómo ha sido la vida de Felipe de Edimburgo, de militar ejemplar y apoyo fiel a Isabel II hast el fin de sus días./gtres

Pincha en la foto para ver cómo ha sido la vida de Felipe de Edimburgo, de militar ejemplar y apoyo fiel a Isabel II hast el fin de sus días. / gtres

Elena de los Ríos
Elena de los Ríos

De todas las historias y anécdotas recordadas a raíz de la muerte de Felipe de Edimburgo a los 99 años el pasado 9 de abril, esta puede ser la más sorprendente e impresionante. Porque remite a ese hecho incontestable que afirma la increíble familiaridad entre las familias reales continentales (es cierto: hasta hace nada dejaron de casarse entre ellos para dar estabilidad a sus respectivos imperios). Y, sobre todo, porque tiene que ver con uno de los misterios más trágicos y que más leyendas han hecho circular, incluso en el cine, del pasado siglo.

Hablamos del asesinato a mano de los revolucionarios de 1917 de los últimos Romanov, el zar Nicolas II, la zarina Alejandra, sus hijas Olga, Tatiana, María y Anastasia y su hijo, Alexei. Si no conoces la historia, te va a fascinar.

La dinastía Romanov gobernó “todas las Rusias” durante más de 300 años (de 1613 a 1917). En su momento más álgido, el imperio ruso llegó a ocupar ocupar un sexto de la superficie de la Tierra. Fueron unos gobernantes despiadados: no dudaron en torturar o matar a sus propios hijos, cónyuges o padres en medio de sus constantes luchas de poder. Ninguno de sus 20 monarcas pudo dormir tranquilo y fueron pocos los que murieron por causas naturales.

La Revolución Rusa interrumpió su gobierno autocrático, aún basado en un arcaico absolutismo místico, y llevó al Zar, la Zarina y sus hijos al confinamiento, primero en Tobolsk, un lejano paraje de Siberia, y luego en una casa Ipátiev, en las afueras de Ekaterimburgo. El 18 de julio de 1918, todos fueron fusilados por un pelotón de bolcheviques por orden de Vladimir Lenin.

Una turba de bolcheviques encabezada por Yákov Yurovski, un marxista ferviente y torpe, masacró a tiros y bayonetazos a la familia imperial y sus sirvientes en una habitación de 3x4 metros situada en el sótano de la casa. Yurovski y sus seguidores más fieles hicieron desaparecer los cuerpos del zar Nicolás II, su esposa Alejandra, sus cinco hijos y sirvientes como pudieron. Los cargaron en un camión y fueron dejándolos como pudieron, dos en un bosque, otros nueve en una fosa cercana, tras ser empapados con ácido y quemados. En 1938, Stalin prohibió cualquier debate sobre el destino de la familia, y la casa Ipatiev fue demolida en 1977 para que no se convirtiera en lugar de peregrinación de nostálgicos del imperio. En 2003, sin embargo, se erigió en el solar la iglesia de la Sangre Derramada.

En 1979, un geólogo descubrió los primeros huesos en las afueras de la casa Ipátiev en Ekaterimburgo, pero por temor a represalias comunistas volvió a enterrarlos. En 1991, cuando el final del régimen soviético se aceleraba, se exhumaron los restos de nueve personas, que después se identificaron como Nicolás, Alejandra, Olga, Tatiana, Anastasia y sus cuatro sirvientes. En 2007 se identificaron dos cuerpos más, los de Alexei y María. Hasta entonces hubo tiempo, claro está, de que cientos de impostores se hicieran pasar por hijos de los zares, aprovechando el misterio que rodeó su muerte. La más famosa fue Franziska Schanzkowska, una obrera polaca que hasta su muerte en 1984 aseguró que era Anastasia Romanov, y relató una historia detallada sobre cómo había conseguido escapar de la matanza.

La mujer declaró que sobrevivió el ataque bolchevique y fue escondida por un soldado, con el que posteriormente se casó. Lo más raro es que fue reconocida por algunos parientes y por la viuda del doctor Botkin, quien también fue asesinado por los bolcheviques en las afueras de Ekaterimburgo. En aquellos años aparecieron más de 30 mujeres que afirmaron ser la gran duquesa Anastasia, y la leyenda sobre la supervivencia de la joven alimentó todo tipo de ficciones, no solo libros sino también cinematográficas. En 1928, una década después del asesinato, se rodaron dos películas sobre la leyenda, una por el director estadounidense Tom Terriss que se inspiró en la figura de Schanzkowska. En su filme, esta termina en Hollywood interpretando el papel de, precisamente, Anastasia Romanov.

Una de las películas más populares fue protagonizada por Ingrid Bergman en 1956: la actriz se llevó un Oscar y un Globo de Oro por su actuación. En 1986 se estrenó una serie de la NBC basada en la vida real de la famosa impostora y los esfuerzos que tuvo que hacer a lo largo de toda su vida para probar, en vano, que efectivamente era Anastasia. En 1997, 20th Century Fox produjo la versión animada de la historia: fue tan popular que hasta se lanzó un videojuego y la banda sonora estuvo nominada a los Oscar. En esa fecha ya se había confirmado el fallecimiento de Anastasia Romanov a los 17 años y pocos años después se cerraría definitivamente el caso, gracias a la colaboración de Felipe de Edimburgo. Fue él quien hizo posible que un análisis de ADN determinara que, efectivamente, los restos hallados pertenecían a los Romanov.

Felipe de Edimburgo, pariente de los Romanov, cedió su ADN para que pudieran identificar a la familia asesinada del zar Nicolas II. / gtres

Felipe de Edimburgo era sobrino nieto de la zarina Alejandra,: esta era la hermana de Victoria de Hesse, la abuela del noble inglés. De hecho, la madre del Duque de Edimburgo, Alicia de Battenberg, trató denodadamente de buscar la manera de salvar a la familia Romanov de los bolcheviques. Al investigar posibles parientes de Anastasia y el resto de los Romanov, el doctor Peter Gill, encargado de los estudios que debían de confirmar la identidad de la familia imperial, le solicitó al esposo de Isabel II una muestra de sangre que, a la postre, certificó las sospechas de todos.

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