Alice Keppel, la excepcional bisabuela de Camila de Cornualles: fue amante del rey Eduardo VII, amiga de la reina y acabó con una enorme fortuna

Es probablemente una de las amantes reales más famosas. Alice Keppel estuvo al lado de Eduardo VII doce años, le hizo feliz, influyó en sus decisiones políticas y se enriqueció. Hoy sería impensable, pero entonces, hasta la reina Alexandra la apreciaba.

Pincha para ver los famosos infieles que fueron pillados./getty images

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Elena Castelló
Elena Castelló

El rey Eduardo VII, heredero de la reina Victoria de Inglaterra , fue conocido por sus numerosas amantes, y nunca ocultó a sus, al menos seis hijos, ilegítimos. Su promiscuidad era legendaria. Le llegaron incluso a citar como testigo en un caso de divorcio. Se acostaba con las madres y con las hijas, que a menudo eran las suyas propias. Pero fue la aristócrata Alice Keppel, entre todas sus historias amorosas, su favorita, hasta el punto de que incluso le acompañó en su lecho de muerte. Alice Keppel era una reconocida anfitriona de la alta sociedad londinense. Conoció a Eduardo en 1898, cuando todavía era Príncipe de Gales . Ella tenía 29 años y él 56. A pesar de la diferencia de edad, casi inmediatamente se convirtieron en pareja, y el marido de Alice abandonaba oportunamente el domicilio conyugal para que Alice recibiera a Eduardo «de visita».

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La relación de Alice con el Rey le posibilitó conseguir trabajos mejor pagados para su esposo y un puesto en la corte para su hermano Archie. Alice era una de las confidentes más íntimas del rey y le daba su opinión sobre sus ministros, que, a menudo, acudían a ella para pedirle ayuda. Al mismo tiempo, su habilidad como anfitriona le permitía difundir los puntos de vista del Rey a figuras influyentes de la sociedad. La historia se ha repetido un poco, ochenta años después: Camilla, actual duquesa de Cornualles, es bisnieta de Alice Keppel y, se convirtió en la más firme confidente de Carlos de Inglaterra y en su amante mientras él estuvo casado con Diana, la princesa de Gales.

El conflictivo triángulo amoroso de Carlos, Diana y Camilla es solo un ejemplo de cómo los gobernantes reales nunca fueron fieles y mostraron incluso sus relaciones abiertamente. La diferencia es que la propia reina Alexandra llegó a apreciar a la amante de su marido, porque la consideraba discreta en comparación con muchas de sus amantes anteriores y porque le ponía de buen humor. Eduardotenía accesos de furia frecuentes.

Alice Frederica Edmonstone, conocida con el sobrenombre de Freddie (o «Freddie la coqueta») nació en una familia de la aristocracia en 1868: su padre era baronet y almirante de la Royal Navy. Creció en el castillo de Duntreath, en Escocia, y se casó con el teniente coronel George Keppel, un oficial real británico, séptimo Conde de Albemarle, a los 23 años. Alice era una belleza reconocida en su tiempo, con cabello castaño, tez pálida, grandes ojos azules, cintura estrecha y pecho grande. Y no muy alta. Y con gran ingenio y sentido del humor. Todas ellas características muy apreciadas a finales de la era victoriana, cuando la infidelidad entre los hombres ricos y las mujeres casadas de la sociedad era un apreciado pasatiempo. Alice también era excepcionalmente amable, incluso con sus enemigos. «Era luminosa, resplandeciente ... No solo apreciaba su felicidad, sino que destacaba por tratar de hacer felices siempre a los demás. Parecía un árbol de Navidad cargado de regalos para todos», escribió su hija la escritora Violet Trefussis, amante de la aristócrata Vita Sackville-West, que tuvo una relación, a su vez, con la novelista Virginia Woolf. Alice sabía recibir. No escatimaba el champagne en sus recepciones, y tardaba horas en vestirse y adornarse con diamantes, para estar perfecta.

Se le atribuía un deseo sexual voraz y siempre esperaba regalos por sus favores. «El amor está muy bien», decía, «pero el dinero está mejor». Antes del rey, la lista de amantes ricos de Alice era de lo más nutrida. Pero su objetivo fundamental era ser rica y casi desde el primer día de su matrimonio, tras descubrir que su marido no era todo lo acaudalado que había creído, Alice buscó la forma de remediarlo. Y la manera a su alcance era intercambiar favores por dinero. Ninguna de sus hijas eran de su marido. Violet lo era del banquero Ernest Beckett, y Sonia era, con toda certeza, hija del rey. Se decía incluso que Alice y su marido nunca habían consumado el matrimonio y que George tenía preferencia por los jovencitos.

El dinero y las conexiones le permitieron prosperar como anfitriona, y es así como conoció al príncipe Eduardo en 1895, en la residencia de su familia, Quidenham Hall, en Norfolk. Pero fue más tarde, en casa de lady Howe, hija del Duque de Marlborough, en 1898, cuando el rey se fijó en ella. Ella era su tipo y lo que estaba buscando, sobre todo, un alma gemela, algo que Alexandra no era. Le pidió desde el principio que convirtiera a su esposo en miembro del Club Malrborough. Y casi inmediatamente el rey cayó a sus pies. El rey era bastante gordo y adicto a la nicotina que le había desteñido la barba. Permanecieron juntos durante doce años, más allá de la coronación como rey de Eduardo VII, hasta su muerte en 1910.

Al contrario de lo que pudiera pensarse, Alice y George Keppel tuvieron un matrimonio feliz, aunque evidentemente poco convencional para los estándares de hoy. Criaron juntos a sus hijas, Violet y Sonia (Sonia Keppel es la bisabuela de Camilla), que siempre describieron el matrimonio de sus padres como lleno de amor y complicidad. George también tuvo varios asuntos amorosos por su lado y cuando se le preguntaba por su esposa, siempre respondía: «No me importa lo que haga, siempre y cuando vuelva a mí». George salió bien beneficiado de la historia entre su esposa y Eduardo VII, porque el monarca le regaló a Alice acciones de una empresa de caucho por valor de siete millones de libras de hoy y creó una red de donaciones para ella a través de sus amigos.

Lo excepcional de la situación se muestra en que la reina Alejandra siempre consideró que Alice era útil y la prefería a la anterior amante del rey, Daisy Warwick. Alice fue siempre discreta sobre su relación y siempre destacó por apaciguar el comportamiento en ocasiones errático del monarca. Se sabe que ayudaba incluso al rey a encargar regalos para Alexandra, como una colección de figuras de animales de Fabergé. Tenía un gran gusto a la hora de seleccionar obsequios bellos para la reina, que empezó detestándola y luego la apreció por su capacidad para evitar el malhumor del rey.

La influencia de Alice en política también fue destacada. Mantenía al rey de buen humor, lo que influía en una mejor manera de tomar decisiones. El apreciaba, sobre todo, su lealtad. El Virrey de la India la elogió diciendo: «Hubo una o dos ocasiones en las que el Rey estuvo en desacuerdo con el Ministro de Relaciones Exteriores y yo pude, a través de ella, asesorar al Rey para que la política del gobierno fuera aceptada. Era muy leal al Rey y muy patriota al mismo tiempo».

A pesar de las recomendaciones de Alice para que se cuidara mejor, el rey no gozaba de buena salud y murió el 6 de mayo de 1910. Alice estaba tan alterada en su lecho de muerte que tuvieron que sacarla de la habitación. Otras fuentes dicen que fue la reina la que pidió que se la llevaran. A pesar de su actitud permisiva, Alexandra, una vez viuda, no dejó lugar para Alice en la corte, y los Keppel pasaron varios años viajando. En 1925, George y Alice se instalaron en una villa, a las afueras de Florencia, en Italia, y continuaron recibiendo a miembros prominentes de la sociedad británica, incluido el Primer Ministro Winston Churchill.

Alice Keppel fue la última de una era en la que las amantes reales eran consideradas personajes aceptables en la corte. Se convirtió en una de las mujeres más ricas de Europa por su relación con algunos de los millonarios y aristócratas más influyentes de su tiempo. En 1936, cuando el nieto de Eduardo VII, Eduardo VIII, abdicó del trono para casarse con la divorciada norteamericana Wallis Simpson, se cuenta que Alice Keppel declaró: «Las cosas se hacían mejor en mi época». Keppel murió en 1947, seguida, dos meses y medio después, por su esposo George. Estuvieron 56 años casados, aunque el servicio contaba que nunca habían tenido relaciones sexuales. Tras su muerte, la familia real hizo todo lo que pudo para eliminar su rastro, quemando todo tipo de cartas y documentos.

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