Amiga íntima y confidente de los secretos de doña Sofía, así era Ana Medina, la cuñada de Naty Abascal que apoyó a la reina cuando llegó a España

Ahora son su hermana Irene de Grecía y su prima Tatiana Radziwill las que acompañan a la reina Sofía a todas partes. Pero cuando llegó a España, su amiga más íntima (y confidente de todos sus secretos) fue Ana de Medina, marquesa de Navahermosa y primogénita de la Casa de los Medinaceli. Así fue su profunda amistad, que terminó trágicamente en 2012.

Siempre se ha dicho que el círculo íntimo de doña Sofía se ha reducido a su hermana Irene de Greciay a su prima Tatiana Radziwill, que forman una especie de «guardia de corps» de la reina emérita. Pero, desde su llegada a España, recién casada con el entonces príncipe Juan Carlos, doña Sofía trabó una íntima amistad con una importante noble española, que la ayudó a integrarse en la cerrada sociedad española de la época. Se trataba de Ana de Medina Fernández de Córdoba, primogénita de la polémica Casa de los Medinaceli (y abuela de la actual heredera de lo títulos, Victoria de Hohelnlohe-Langeburg.

Ana de Medina, condesa de Ofalia y marquesa de Navahermosa, era hija de Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, XVIII duquesa de Medinaceli, una de las nobles más importantes de España. Ana era la mayor de los cuatros hijos de la duquesa y, por tanto, la heredera de sus títulos. Falleció a los 71 años, el 7 de marzo de 2012, en Madrid, ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida, aunque había nacido en Sevilla, en el Palacio familiar Casa de Pilatos.

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Ana de Medina fue una mujer de gran discreción y, sin que se sepa demasiado, jugó un papel fundamental en la vida de una persona que la sigue echando mucho de menos: la reina Sofía. Ana fue la primera amiga española a la que conoció cuando llegó a España, recién casada con el entonces Príncipe de España, don Juan Carlos, a comienzos de los años sesenta, cuando doña Sofía se sentía ignorada, porque era «extranjera» y mostraba una mentalidad demasiado «abierta» para la España de la época. Ana de Medina y doña Sofía compartían gustos y aficiones, una de ellas el amor por los animales. Ana se había educado en Inglaterra, en el colegio St Mary's Shaftesbury, y en Lausana, Suiza. Esta educación internacional le había proporcionado un aire distinto, más cosmopolita, y esto la acercó a con la joven Sofía.

La condesa de Ofalia se convirtió en confidente de la reina emérita y en su apoyo y se cuenta la anécdota de que fue ella quien la ayudó a enfrentar las incertidumbres en los primeros momentos como madre, cuando nació la infanta Elena. Juntas compartían paseos por Madrid, tardes de compras, largas conversaciones y reuniones en salones de la Alta Sociedad. Hacían la vida normal de dos amigas, en una época en la que doña Sofía era poco conocida y podía moverse con mayor libertad.

Flavia de Hohenlohe-Langeburg, hija menor de la Condesa de Ofalia, reveló, al fallecer su madre, cómo había sido esta amistad y la intimidad que había alcanzado. Doña Sofía guardaba a Ana un gran agradecimiento, porque, en una época en la que no conocía a nadie, Ana Medina hizo de puente con muchos círculos y le presentó a buen número de nobles y de otras personas relevantes de la sociedad española. La condesa hablaba francés e inglés a la perfección, un hecho que también la unió a doña Sofía, que al principio hablaba muy poco castellano.

Ana de Medina fue una mujer de gran discreción y lealtad, que siempre procuraba pasar desapercibida en los múltiples eventos sociales a los que asistía y nunca presumió de su íntima relación con la reina emérita, una amistad que muchos desconocían. Con los años, la agenda de la reina Sofía fue haciendo más difícil que se vieran, pero hablaban mucho por teléfono.

Cuando Ana de Medina enfermó de cáncer, Doña Sofía estuvo pendiente en todo momento de su salud. La llamó en cuanto lo supo y fue una de las últimas personas en visitar a Ana de Medina en el hospital donde estaba ingresada, en Madrid, pocos días antes de morir, aunque no asistió a su funeral.

Ana se había casado en la Catedral de Sevilla, en 1961, con el príncipe Maximiliano von Hohenlohe-Langeburg, hijo del príncipe Max Egon Hohenlohe y de María de la Piedad Iturbe y Scholtz,y hermano de Alfonso de Hohenlohe-Langeburg, fundador de Marbella. Su boda fue uno de los acontecimientos sociales de aquel año. Pero el divorcio llegó en 1985. Tuvieron tres hijos: Marco, XIX Duque de Medinaceli y padre de la actual Duquesa, Victoria de Hohenlohe-Langeburg, fallecido en 2017, Pablo y Flavia. Hoy tiene siete nietos.

La Condesa de Ofalia se volvió a casar con Jaime de Urzaiz y Fernández del Castillo, que falleció en 2003, y con quien no tuvo hijos. Ana Medina falleció antes que su madre, la XVIII duquesa de Medinaceli, como pasó con sus hermanos Rafael, duque de Feria, fallecido en 2001, y Luis, marqués de Santisteban del Puerto, en 2011. El único que sobrevive a Victoria Eugenia Fernández de Córdoba es su hijo menor, el duque de Segorbe, Ignacio de Medina, que actualmente mantiene un litigio en los tribunales por varios títulos y parte de la herencia de la Duquesa Victoria Eugenia con varios sobrinos, entre ellos la actual titular, Victoria de Hohenlohe-Langeburg. El cuerpo de Ana de Medina reposa, en la cripta del Hospital de Tavera, en Toledo, el panteón de la Casa Ducal de Medinaceli.