La primera sorpresa royal de enero llega cargada de polémica, aunque de puertas afuera la cortesía y fidelidad monárquica obligue a lo contrario. Hablamos, claro, de las fotos con las que Kate Middleton ha celebrado su 40 cumpleaños, una fecha marcada en rojo en cualquier calendario que anuncia oficialmente la entrada en la edad adulta. La futura reina de Inglaterra podría haber insistido en las reconfortantes imágenes familiares que suele lanzar Kensington Palace, siempre subrayando su papel de madre, esposa e icono del estilo británico de última generación. No ha sido así, y nos queda dilucidar por qué Middleton se ha descolgado con esta versión desconocida de sí misma, en la que los filtros no permiten reconocer a la que ya es la mujer más querida de la familia Windsor después de la reina Isabel II. ¿Acaso Kate Middleton reniega de sí misma?
El recuento de detalles no tiene pérdida: Kate Middleton ha elegido cuidadosamente sus referencias. Los vestidos son de Alexander McQueen, ergo de Sarah Burton, la diseñadora de su vestido de novia. Las joyas pertenecen a joyero de Diana de Gales, excepto los pendientes que luce con el vestido rojo, prestados por Isabel II. Y, sin embargo, el gran referente estético de estas polémicas fotografías no es contemporáneo, sino que se remonta a hace más de un siglo, a la mística de la época victoriana. La luz y el color de las fotografías del italiano Paolo Roversi no dejan lugar a dudas: el referente de esta Kate Middleton adulta es la reina Victoria, nada menos.
Hablamos de la mujer que instauró un tipo de moralidad intachable, ligada a la ascendiente burguesía que lideraba la revolución industrial. Gracias a su rígido código de comportamiento, logró restaurar el prestigio perdido de la corona y aplacar la cultura licenciosa de la aristocracia británica, hasta entonces protagonista de incesantes escándalos de todo tipo. Con ella, Reino Unido volvió a ser un respetado imperio industrial y financiero.
Este referente victoriano de las fotos de Kate Middleton no ha cogido por sorpresa a los amantes de la fotografía, pues Paolo Roversi es un amante confeso del estilo prerrafaelita que caracterizó la época. Imposible no ver la semejanza entre los retratos de Kate Middleton que propone Roversi y los de Julia Margaret Cameron, la fotógrafa que se hizo famosa por inmortalizar en 1872 a Alicia Liddlell, la niña que inspiró Alicia en la país de las maravillas.
Ahí están los vestidos vaporosos, las melenas al viento y las facciones limpias que remiten a la inocencia de la infancia y la juventud. Este subrayado de la inocencia que requiere un maquillaje mínimo es lo que más choca en las fotos de Kate Middleton. Sin su reconocible eyeliner negro, probablemente su seña de identidad más característica, su rostro aparece borrado. Los filtros no solo hace desaparecer las arrugas propias de su edad, sino hasta su boca, otro rasgo que el maquillaje se encarga de realzar habitualmente. Las fotos pretenden naturalidad, pero terminan convirtiendo a Kate Middleton en un fantasma.
El comentario general de las fotografías, más allá del natural halago en la prensa que se debe a la cortesía, acuerda que Kate Middleton está irreconocible. Ni rastro de la dorada celebrity ni de la chica de campo con botas y mejillas sonrosadas. Podría pensarse que la duquesa de Cambridge ha decidido ofrecer una imagen más real y transparente de sí misma, pero no hay ninguna admisión de realidad aquí. Lo que tenemos es un retrato altamente sofisticado y estetizado en el que la mujer se hace no ya hada, como gustaba Julia Margaret Cameron, sino casi espectro. Kate Middleton se propone como una reina fuera del tiempo, la que devolverá a la monarquía británica al deseado territorio de la eternidad.
Esta ha sido la gran batalla de Isabel II, aferrada durante todo su reinado a unas señas de identidad (el rígido bolso, los trajes de vivos colores, el sombrero a juego) inmóviles en medio de un siglo revolucionario. Kate Middleton parece proponer justo lo contrario: hacerse tan etérea y liviana que la ciudadanía no sienta el peso de los Windsor sobre sus hombros. Un peso que se puede dilucidar en la jurisdicción penal. El príncipe Andrés, hijo favorito de Isabel II, continúa luchando por desvincularse del escándalo del tráfico y abuso de menores de Jeffrey Epstein. Como para no querer desaparecer.