La primera vez que se vieron, Grace Kelly estaba encantada: el joven Ernesto de Hannover era precisamente el tipo de royal que la princesa de Mónaco deseaba para su hija mayor, Carolina de Mónaco (te presentamos, ya que estamos en este mood royal, a su prima favorita: Elizabeth-Ann de Massy). Pero a Carolina el Ernesto adolescente le pareció aburrido y el romance no cuajó. Tuvo que ser la vida y las grandes pérdidas familiares que sufrieron ambos las que unieran a una pareja que a primera vista parecía imposible. Cuando su amor se consolidó ella era viuda y tenía tres hijos, él estaba casado con Chantal Hochuli y tenía dos hijos, pero ambos ya soportaban el peso de la pérdida dramática de un ser querido. En el caso de Carolina los accidentes que segaron la vida primero de su madre y después de su esposo maracaron su existencia. En el caso del príncipe de Hannover la trágica y violenta desaparición de su hermano menor Ludwig Rudolph le marcó para siempre e inició una larga saga de batallas judiciales.
Puede parecernos imposible a día de hoy, pero de todos los hermanos Hannover Ernesto no fue ni de lejos, durante mucho tiempo, el más problemático de la familia. El príncipe Ludwig Rudolph Georg Wilhelm Philipp Friedrich Wolrad Maximilian de Hannover se llevaba la palma. El pequeño de los hermanos Hannover estudió derecho y se formó para ser banquero, pero fue en Los Angeles donde realmente encontró su vocación: ser productor de música.
Retrato del hermano de Ernesto de Hannover. /
Para conseguir su sueño el hermano de Ernesto de Hannover se formó en Estados Unidos y Londres y durante años se volcó en intentar que el talento de jóvenes músicos llegara a lo más alto. Desgraciadamente el mundo de la música le puso en bandeja otro tipo de cosas mucho menos recomendables, como el contacto con el mundo de las drogas.
En 1987, el príncipe Ludwig pareció encontrar la horma de su zapato, una joven condesa llamada Isabelle de Thurn y Valsassina-Como-Vercelli. Protagonizaron la boda del año con 700 invitados, vestido inmaculado y nombres ilustres aplaudiendo a su paso; una ceremonia en la que sonó más música rock que valses y en la que la novia tuvo que ser atendida por los servicios sanitarios. Tras el enlace la pareja se instaló en una villa en Gmunden, Austria. Un año más tarde la casa ya contaba con la presencia de un bebé, el príncipe Otto, pero la alegría, si es que alguna vez la hubo, no duró en la pareja.
El comunicado oficial al que el propio Ernesto de Hannover tuvo que dar el visto bueno hablaba de que murieron por una ingesta accidental de sustancias. El retrato que dejaron los medios alemanes de la tragedia que se vivió en aquella villa austriaca el 28 de noviembre de 1988 no fue tan correcto.
Imagen de la boda de Ludwig de Hannover e Isabelle /
Isabelle fue la primera en morir, al parecer, de una sobredosis. En la crónica del Der Spiegel de la época se afirman que ambos, tanto Ludwig de Hannover como la princesa Isabelle eran grandes consumidores tanto de heroína como de cocaína. El forense al cargo de la autopsia, Johann Haberl, describió en su informe que los dos mostraban «numerosos pinchazos en el hueco del brazo» y que la princesa había fallecido tras una sobredosis de cocaína que la hizo desmayarse y, después, ahogarse.
Ludwig no falleció por la ingesta de drogas. Según la reconstrucción de los hechos descubrió a su mujer sin vida horas después de la sobredosis, cuando ya no podía hacer nada por ella. Aún así llamó a los servicios de emergencia para avisar de que Isabelle había tomado drogas la noche anterior y que no respiraba. Y a continuación llamó a su hermano Ernesto de Hannover a Londres para pedirle que cuidara de su bebé de nueve meses. Por último se fue al pabellón de caza y se suicidó de un disparo. Tres días antes de que muriera la pareja tendrían que haber acudido a un juicio por consumo de drogas.
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Desaparecido Ludwig, duque de Brunswick y Lüneburg y, especialmente, hermano pequeño, Ernesto de Hannover como jefe de su casa se volcó en intentar cumplir la promesa que le había hecho: hacerse cargo de su hijo Otto. Pero ni su conversación telefónica logró hacer entrar en razón a su hermano ni sus esfuerzos por conseguir la custodia de Otto surtieron efecto. Tras la muerte de la paeja los abuelos maternos fueron a juicio dispuestos de hacerse cargo del niño... y la justicia les dio la razón. Sin duda un doble pérdida a la altura de las tristezas que también había sufrido en su vida Carolina de Mónaco cuando volvieron a coincidir.