Todo cambió en septiembre de 1982 cuando, en una de las míticas curvas de las colinas de Mónaco, el coche en el que iban la princesa Grace de Mónaco y su hija pequeña, la princesa Estefanía, se salió de la escarpada carretera. Fuera como fuese, la relación entre la princesa Carolina de Mónaco , que aquel fatídico día dolo tenía 25 años, y su hermana Estefanía, de 17, jamás volvió a recuperarse. Sí lo hicieron las costillas rotas y la factura cervical de esta, quien además tuvo que cargar durante décadas con la sospecha de ser la conductora aquel día. Las hermanas, sin embargo, no volvieron a ser las mismas. Verlas juntas en cualquier acto oficial o reunión familiar se hizo raro. La desaparición de la madre y el nuevo rol de Primera Dama de Mónaco de Carolina lo cambió todo.
Mientras la princesa Grace vivió, Carolina pudo vivir una adolescencia y primera juventud dorada como la típica hermana mayor que solo puede inspirar admiración y envidia de su hermana pequeña. Con la mayoría de edad entró en la típica fase de rebeldía que vivó aceleradamente: a los 18 se fue a estudiar Psicología a París y, entre fiesta y fiesta, conoció a su primer gran amor, un playboy de 35 años llamado Philippe Junot. La princesa Grace debió llorar de la desilusión. Estefanía tenía solo 13 años cuando su hermana mayor aparecía en las portadas de todo el mundo vestida de novia, del brazo de Junot. Solo duraron dos años, claro.
Con 23 años y recién separada, la princesa Carolina alternó sus prácticas como princesa de Mónaco siempre acompañada de su madre, su ejemplo a seguir y máxima cómplice, con la vida loca. Antes de que Estefanía saliera del cascarón a lo grande, la rebelde era Carolina. Todavía no estaba divorciada, cuando comenzó a salir con el tenista argentino Guillermo Vilas y, a continuación, con Robertino Rossellini, el hijo del director de cine y de la actriz sueca Ingrid Bergman. Aunque formaban una pareja ideal, la muerte de su madre puso fin a la vida de fiesta de la princesa y a la relación con su nuevo amor. Tras esta relación, Rossellini llegó a convertirse en uno de sus mejores amigos.
Tras la muerte de Grace, la separación entre las hermanas se volvió insalvable. Carolina abandonó repentinamente su vida de juerga, se casó en 1983 con el pluscuamperfecto empresario Stéfano Casiraghi y se convirtió en la perfecta sustituya de su madre: quiso jugar su papel sin tacha ni rival. No contaba con que su hermana pequeña tendría su propia idea sobre cómo superar la muerte de su madre, bien distinta de la suya. Estefanía se entregó a una huida hacia adelante y vivió su juventud atope, aunque con el pesar del fallecimiento materno convertido en su sombra. Hizo de todo: estudió moda, debutó como top model, diseñó una colección de baño, sacó un disco superventas, hizo gira mundial… Se convirtió en la princesa pop.
Estefanía se convirtió en la nueva princesa rebelde y Carolina pasó a un segundo plano. Dejaron prácticamente de hablarse cuando Estefanía comenzó a no respetar las clasistas reglas del noviazgo en su altísima posición social. Bien que a los 16 saliera con Paul Belmondo, y que le siguieran Anthony Delon, Ron Lowe, Christopher Lambert o Jean Paul Van Damme, todos actores. No tan bien que se casara (en 1995) y tuviera dos hijos con su guardaespaldas, Daniel Ducruet, que tuviera a su tercera hija (1998) con otro guardaespaldas, Jean Raymond Gottlieb, o que se enamorara de un domador de circo, Franco Knie, y de un trapecista, Adam López Peres. Con Peres también se casó (2003).
Durante más de dos décadas, las hermana apenas han tenido no ya intimidad: conversación. Carolina ha querido mantenerse como el epítome de la elegancia hecha princesa y siempre ha pensado que la vida extravagante de su hermana la devalúa. Sin embargo, ahora que enfila la fase final de su vida el karma parece haberla alcanzado.
Mientras Estefanía disfruta al fin de una vida tranquila y feliz junto a sus hijos y satisfecha con su labor social con organizaciones sociales y animalistas, Carolina ha tenido que soportar una humillación infinitamente mayor que la que quiso ver en la libertad de su hermana. «He vivido varias vidas en una», admitió esta en una entrevista con motivo de su 50cumpleaños. «Me gusta la vida con todo lo que me aporta y aprovecho cada instante. Acabe bien o mal… Sin pesares».
Tras el trágico fallecimiento de Stéfano Casiraghi en 1990, Carolina no quiso rehacer su vida más allá de un affaire discreto con el actor Vincent Lindon. Solo quiso volver a casarse cuando se lo pidió el príncipe Ernesto de Hannover, cabeza de la familia con más rancio abolengo del continente. Si los Grimaldi son aristócratas siempre en la zona de mixta, los Hannover están en la línea de sucesión al trono de Isabel II.
Carolina se casó embarazada de su hija Alexandra en 1999, pero se casó. Y, a los diez años de relación, tuvo que poner cara de póker cuando la prensa internacional se hizo eco de las borracheras, los altercados, las peleas y las faltas de respeto del Príncipe, alcohólico redomado. Se separaron, pero no se han divorciado. La humillación continúa: lo último que sabemos de Ernesto es que tiene una relación con una Miss rumana de 27 años. Y que le encanta Ibiza.
20 de enero-18 de febrero
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