Gabrielle y Jacques, los hijos mellizos de Charlène de Mónaco cumplen 7 años: por qué la verdadera maldición en Mónaco son las infancias infelices

Expectación máxima en el Principado de Mónaco: ¿podrán Gabrielle y Jacques encontrarse con su madre, la princesa Charlène, en el día de su séptimo cumpleaños?

Si quieres ver los mejores looks de la princesa Charlène, pincha en la imagen./d.r.

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Elena de los Ríos
Elena de los Ríos

La expectación es máxima en el Principado: todo el mundo espera que la princesa Charlène pueda visitar a sus mellizos, Gabrielle y Jacques, en su séptimo cumpleaños, una fecha señalada en la que siempre ha estado presente. Este no ha sido, desafortunadamente, un año como los demás. Su larga ausencia de Mónaco debido a una compleja (y a ratos misteriosa) enfermedad se ha complicado con un ingreso en una clínica privada que nadie esperaba.

Ahora mismo, Charlène está en paradero desconocido para casi todos: solo el príncipe Alberto ofrece explicaciones que justifican el exilio médico de la primera dama a un estado de agotamiento físico y mental. En la versión oficial todo se achaca a la salud, pero los rumores no dejan de hablar de problemas de pareja y divorcio. Un nuevo ataque de la legendaria maldición de los Grimaldi que eclipsa a los que, probablemente, más sufren esta situación en palacio: los mellizos.

La vida de Gabrielle y Jacques no ha sido fácil, no al menos en este último año en el que han tenido que seguir cumpliendo con compromisos de la agenda oficial del príncipe Alberto, sin la compañía de su madre. De hecho, en los siete meses en los que madre e hijos estuvieron separados solo pudieron comunicarse por medios digitales y solo viajaron a Sudáfrica para visitar a su madre enferma en dos ocasiones. Con el nuevo ingreso de la princesa Charlène en una clínica, el estado emocional de los mellizos parece haberse resentido aún más. En unas recientes declaraciones a la revista francesa 'Paris Match' Alberto de Mónaco anunció que ha decidido sacar a sus hijos del colegio y escolarizarlos en palacio hasta que la situación familiar sea más estable. El príncipe monegasco reconoce que los niños echan tanto de menos a su madre que prefiere que no vayan, de momento, a la escuela. «Hemos montado una mini clase en casa», ha explicado el preocupado padre. « No están solos, porque cuatro amigos, dos niños y dos niñas, se les han unido y, además, tienen los mismos profesores que en el colegio».

Que Gabrielle y Jacques echan de menos a su madre no es ninguna sorpresa: en la pasada celebración del Día Nacional de Mónaco, los mellizos aparecieron en el balcón de palacio con dos pequeñas pancartas en las que había escrito 'te queremos mamá' y 'te echamos de menos'. No se puede decir que los niños estén viviendo una infancia exactamente feliz y ni mucho menos ideal. Y, desafortunadamente, no parece que una niñez de este tipo sea exactamente una excepción en el Principado de Mónaco. Puede que la legendaria maldición que se atribuye a los Grimaldi, esa que les condena a no encontrar la felicidad en sus relaciones sentimentales, conlleve como daño colateral la desgracia de los niños. De hecho, Carolina de Mónaco ha reconocido en un reciente libro de memorias que su infancia y la de sus hermanos no fue tan de color de rosa como cabía esperar en una familia principesca. Su padre, el príncipe Rainiero , tampoco lo pasó nada bien en su niñez.

El libro 'Alberto de Mónaco, el hombre y el príncipe', publicado con motivo del 60 cumpleaños del heredero de los Grimaldi, recoge un relato de la infancia de los hijos de los príncipes Rainiero y Grace bastante triste. Es Carolina de Mónaco la que desvela que no compartieron mesa y mantel con sus padres hasta que ella cumplió 14 años. La persona que les entregaba el cariño y el afecto era su niñera, Maureen Wood. «Fue la figura clave de nuestra vida. Cuando éramos pequeños, probablemente estábamos más cerca de nuestra niñera que de nuestros padres», confesaba Carolina. Su madre, por cierto, no animaba a sus hijas a estudiar: creía que ir a la escuela no era necesario para las mujeres. Además, sus padres les expusieron a una tremenda presión mediática para cultivar la imagen de familia unida y feliz que tanto hizo por lavar la imagen del Principado de Mónaco.

«Teníamos que estar siempre listos, seguir las órdenes. Éramos demasiado jóvenes. A los 12 años yo estaba exasperada, no quería tener nada que ver con todo esto», reconoce Carolina en el revelador libro. Puede que su padre, el príncipe Rainiero, no supiera cómo hacerlo mejor. Él mismo careció del calor de una familia al uso, pues sus padres, Pierre Melchior, conde de Polignac, y de la princesa Carlota Luisa Grimaldi de Mónaco, duquesa de Valentinois, le recluyeron desde los 10 años en dos estrictos internados ingleses. A más de 2.000 kilómetros del palacio.

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