El paralelismo es inevitable, aunque en estos tiempos en los que las princesas se dan a la fuga con tanta facilidad probablemente pueda caer en un lugar común. Charlène de Mónaco continúa la saga de las princesas tristes que inauguró, para la reciente cultura pop, Diana de Gales, una mujer que tuvo la valentía de abandonar palacio pero terminó igualmente atropellada por su propia leyenda en 1997. Sus vidas están y han estado inmersas en la tragedia y las mentiras, calamidades que trascienden el oropel y el brillo de lo 'royal' para despeñarse por terrenos cercanos al culebrón. Su tremendo drama, de tan mediático, nos parece ficción, pero no se nos puede olvidar que tras los titulares que relatan cada infidelidad, cada humilación, existen mujeres de carne y hueso, aunque para la foto insistan en posar como si estuvieran hechas de acero y hormigón.
Un primer punto de contacto en la peripecia vital de Charlène de Mónaco y Diana de Gales es la inadecuación: ambas sufrieron críticas por no estar a la altura de su papel de princesas, más por parte de los Windsor y los Grimaldi que por las ciudadanías respectivas. La historia de desprecios a la princesa Diana es conocido: aunque partía como gran favorita para ser futura reina y poseía unos credenciales aristocráticos valiosos, no pudo soportar las exigencias que implica formar parte de la familia real británica: su carácter ingenuo y afable no pudo hacer frente a la presión de perfección y la frialdad personal de una familia educada en la distancia inmunitaria. Ningún miembro de la familia Windsor comprendía su sensibilidad: solo el personal de servicio y las recién aterrizadas como Sarah Fergusson empatizaban con ella.
Charlène de Mónaco ha tenido que encajar críticas a su inadecuación desde el minuto cero y, además, por su origen plebeyo. Los rumores en Mónaco apuntan a la princesa Carolina como la principal instigadora de los comentarios que la tachan de ordinaria, por proceder de una familia de clase media (su padre trabaja en ventas y su madre es profesora de natación). Además, los gemelos Jacques y Gabrielle terminaron definitivamente con las perspectivas de sus hijos para heredar el poder en el Principado: su hermano Alberto tardó tanto en casarse, que parece que su hermana mayor se había hecho a la idea de recoger el testigo de su poder a través de sus propios hijos. Con la distancia de los años, es imposible no conectar esos momentos de máxima tensión en los que tanto a Diana Spencer como a Charlène de Mónaco se les han escapado las lágrimas en público: lady Di desde su viaje oficial a Australia en 1983 y Charlène, desde el mismo día de su boda (no eran lágrimas de felicidad).
Otro punto de contacto entre las biografías de ambas es la humillación, en ambos casos provocada por las fallas de unas relaciones sentimentales que, aunque parecían de cuento de hadas, terminaron en película de terror. Carlos de Inglaterra jamás dejó atrás su romance con Camilla Parker Bowles, en cuyos brazos se arrojaba cada vez que la 'inadecuación' de Diana demandaba de él una calidez y compromiso que no era capaz de entregar. El príncipe Alberto ha ido un poco más allá, con la aparición de hijos ilegítimos que ya participan en la vida social 'royal' del Principado como el resto de las generaciones jóvenes de los Grimaldi. Además, planea como posible causa de divorcio una infidelidad con su respectiva paternidad después de su matrimonio con la princesa de Mónaco.
Por supuesto, todos estos sufrimientos pasan factura en la salud, tanto mental como física. De hecho, tanto Diana Spencer como Charlène de Mónaco vivieron de manera más o menos pública distintas afecciones que, sintomáticamente, tienen que ver con la alimentación. Es conocida la bulimia en la que lady Di echaba su ansiedad, un trastorno que le acompañó durante casi toda la etapa final de su matrimonio junto al alivio de la autolesión. La enfermedad de Charlène continúa rodeada de misterio, pese a las explicaciones oficiales, aunque ahora sabemos que esa infección otorrinolaringológica le ha impedido alimentarse adecuadamente, hasta el punto de hacerla caer en la debilidad Sin la intención de 'diagnosticar sin pruebas' resulta curioso que el psicoanálisis relacione tan estrechamente alimentos y afecto.
Otro paralelismo insoslayable tiene que ver con la incesante vigilancia de los medios de comunicación y, debido a las constantes noticias sobre los engaños, el bullying y el sufrimiento, la victimización de ambas princesas. Diana supo romper con esas narrativas paralizantes mediante una serie de declaraciones, en entrevista televisiva o biografía más o menos autorizada, que corregían y aumentaban la crudeza de la versión oficial. El divorcio terminó de cortar los lazos con una antigua vida que, desafortunadamente, jamás la abandonó del todo (por desgracia, los paparazzis que causaron el accidente en el que falleció en París no dejaron de perseguirla). Charlène, de momento, sigue más o menos cautiva de la maquinaria del poder del Principado, aunque más tarde o más temprano veremos cómo logra recobrar las riendas de su propia vida: volviendo a palacio con ilusiones rotas y lecciones aprendidas o con el punto y final de un divorcio anunciado.