Por qué Eugenia Martínez de Irujo es la última aristócrata española de la era pop: ya no quedan duquesas rebeldes enamoradas de los toreros y de Ibiza

Eugenia Martínez de Irujo es la última duquesa de la era dorada de la prensa del corazón y la crónica rosa. Sus portadas en bikini ibicenco o con toreros guapísimos eran mejor que las docuseries plastificadas que Netflix nos vende hoy.

Francisco Rivera Ordóñez y Eugenia Martínez de Irujo, en los años felices de su noviazgo. Si quieres ver cómo viste la que será la nueva duquesa de Alba, Sofía Palazuelo, pincha en la imagen./gtres

Francisco Rivera Ordóñez y Eugenia Martínez de Irujo, en los años felices de su noviazgo. Si quieres ver cómo viste la que será la nueva duquesa de Alba, Sofía Palazuelo, pincha en la imagen. / gtres

Elena de los Ríos
Elena de los Ríos

No es nostalgia, es una constatación: Eugenia Martínez de Irujo (54 años) es la última duquesa rebelde de nuestra aristocracia, ya plenamente consciente de que cualquier aparición pública debe estar controlada tan milimétricamente como cualquier selfie. Las sucesoras de Eugenia en la actual crónica social ya no hacen vida normal ante las cámaras, sino que optan por la invisibilidad selectiva. Podemos admirarlas, perfectamente vestidas, en bodas, portadas y bautizos, pero ya no observarlas en su normalidad. Es la generación que posa, frente a toda una era de famosas que se limitaban a hacer su vida con paparazzi o sin ellos. Era era termina un poco con la duquesa de Montoro, digna sucesora de su madre, la libérrima Cayetana, duquesa de Alba . «Me aburre la alta sociedad», declaró Eugenia en una de sus célebres entrevistas. Seguro que ninguna de las marquesas y duquesas actuales diría lo mismo.

En los años 90, no había semana en la que las revistas de la crónica social no nos informaran de la vida de Eugenia, la hija pequeña de Cayetana de Alba y, de alguna manera, heredera de su espíritu y maneras de vivir. En sus memorias De Cayetana a Cayetano, Cayetano de Alba confesó que la niña era la favorita de su madre y que volcó en ella un cariño que el resto de los hermanos echaron de menos. Sin embargo, la duquesa de Montoro confesó en el programa Planeta Calleja que también tuvo que echarla de menos, sobre todo tras su matrimonio con Jesús Aguirre. Sea como fuere, su modelo de mujer fue una aristócrata que no vivió sus títulos de manera limitante sino liberadora: más que amoldarse al cliché de gran dama de la nobleza española, Cayetana quiso ser moderna, en ocasiones transgresora y, sobre todo, amante de lo popular. Probablemente le pesó la responsabilidad, pero parecía que hacía lo que le daba la gana. Cayetana de Alba fue hippy. Eugenia, su hija, fue bohemia. Sin estudios universitarios ni vocación productiva, la vida se le iba en el amor.

Cuándo se casó Eugenia Martínez de Irujo

La pasión por todo lo popular (los toros, la feria, el cante y el baile) de Cayetana se plasmó en el universo sentimental de Eugenia, enamorada de la leyenda romántica y palpitante del toreo desde muy joven. En las portadas de los 90, la vida amorosa de la duquesa de Montoro se vivió como una fiesta nacional. Su primer novio formal, el sevillano Luis González Conde, la acompañó en sus primeras fiestas de la jet set justo a finales de los 80. Le duró dos años. Con el inicio de la década de los 90 comienza decididamente el paseíllo. Eugenia se enamoró primeramente de Julio Aparicio, aunque en aquel momento negó la relación. Sintomáticamente, el matador y Francisco Rivera Ordóñez, el siguiente novio torero de Eugenia, se convirtieron en enemigos íntimos, e incluso llegaron a las manos en alguna ocasión. Poco después fotografiaron a la duquesita, como la bautizaron en las revistas, con el estudiante de empresariales Sergio Baigorri, pero el romance tampoco prosperó.

Fue en 1992 cuando Eugenia Martínez de Irujo inició el romance que la convirtió en la estrella de todas las portadas, precisamente con otro heredero de leyenda: Francisco Rivera, hijo de Paquirri. La prensa les siguió a todas partes durante los dos primeros años de su noviazgo. Todo se rompió en 1995 por motivos desconocidos pero, para sorpresa de España, Eugenia comenzó a salir inmediatamente con Miguel Báez Litri, otro guapísimo torero que más tarde se casó con Adriana Carolina Herrera. En 1996 se les rompió el amor (dicen que lo dejó él), y Eugenia se reencontró con Rivera. En 1997 pidieron permiso al rey Juan Carlos para casarse, confirmando con una boda televisada desde la catedral de Sevilla que el amor entre una aristócrata y un torero podía ser real. La ceremonia causó tanta expectación, que se instaló en el imaginario popular como el enlace de una tercera infanta de España. Un año después, en 1999, llegó al mundo su única hija, Cayetana.

Los novios no toreros de Eugenia, duquesa de Montoro

La sombra de latin lover del torero era alargada, y los rumores de infidelidad que llegaban desde su gira en América Latina hicieron mella en Eugenia Martínez de Irujo, que dejó la casa familiar en la finca que les regaló su madre, la Pizana, para instalarse en el Palacio de Dueñas. Firmaron el divorcio en 2002, pero litigaron varios años por la custodia de la niña (al final se la quedó ella). Eugenia tenía solo 34 años, y volvió al ruedo sentimental ya curada de espantos toreros. Sus siguientes novios fueron también mediáticos, pero más seductores que matadores. Además, el declinar del mundo fotográfico del corazón fue relegando a un segundo plano a toda una generación de famosas, la última que se dejó capturar por los paparzzi.

La duquesa de Montoro salió con Nicolás Vallejo-Nájera antes de que este cayera en las redes de Paulina Rubio y, entre 2005 y 2009, con Gonzalo Miró (doce años menor que ella), ya disfrutando de un discreto segundo plano. Tuvo, a continuación, novietes varios: Enrique López (ex cuñado de Inés Sastre), Ignacio Ventosa Albert (director artístico), José Coronado, Vicente Dalmau, marqués de Murrieta… Hasta que, en 2017, conoció a Narcís Rebollo, presidente de Universal Music para España y Portugal.

«Siempre he sido una mujer a la que le ha gustado lo difícil, que nunca se ha interesado por la gente fácil y eso supone relaciones que, lo quiera o no, son muy tormentosas, del altos y bajos», ha confesado Eugenia sobre su relación con el amor. Esta apasionante trayectoria amorosa, esa es la fantasía, se ha desplegado ante nuestros ojos en las revistas y los programas de la crónica social. Toda una docuserie romántica protagonizada por una aristócrata rebelde con un guión más real que la vida misma. Hoy sería impensable disfrutar de una manera tal real de los avatares sentimentales de cualquier duquesa de nuevo cuño, ni siquiera de una aristócrata tan popular y heterodoxa como Tamara Falcó, la marquesa de la televisión.

Hoy, las mujeres de la nueva nobleza no posan en biquini, no viven romances apasionados y no se casan en Las Vegas vestidas de Marilyn, como ya ha hecho Eugenia. Se desposan con nobles condecorados, posan con vestidos levemente folclóricos y tienen varios hijos, mientras disfrutan en la intimidad del lujo adquirido por matrimonio o testamento. Son perfectas pero nada excitantes. Todo lo contrario que Cayetana y Eugenia: imperfectas y escandalosamente interesantes.

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