Su vida de película no es aún argumento de Netflix porque tiene que ver con un país oriental, Irán, pero posee ingredientes para ser tanto o más fascinante que lo que vemos en The Crown. Ni siquiera habría que pensar en los relatos de marketing, pues ya en vida a Farah Diba , la última emperatriz iraní, se la calificó como la María Antonieta oriental o una nueva Jackie Kennedy. ¿Puede subrayarse mejor la fascinación que suscitó esta bellísima mujer en su país y en toda Europa? Pocas encarnaron de una manera tan perfecta la opulencia de un viejo imperio y la sofisticación del nuevo mundo. Fue precisamente el deseo de absorber los avances occidentales los que, en 1979, arrancaron al shah de Irán Mohammad Reza Pahlevi y a su esposa, Farah Diba, del trono. La revolución islámica les condenó a vivir en el exilio , de país en país (Egipto, Estados Unidos, México, Panamá), hasta la muerte del shah en 1980. Farah Pahlevi (83 años), residente en París, acaba de restablecerse después de una hospitalización.
Farah Diva (Teherán, 1938), hija única de un capitán del ejército iraní, se educó en colegios franceses y estudió arquitectura en la a École Spéciale d'Architecture en París, donde fue alumna de Albert Besson. A los 21 años conoció a Mohammed Reza Pahlevi y rápidamente anunciaron su compromiso. Fue la tercera boda del Pahlevi, tras casarse con la princesa Fawzia de Egipto y la princesa Soraya, y tuvo lugar en el Palacio de Mármol el 20 de diciembre de 1959. Farah llevó un vestido diseñado por Yves Saint Laurent y la tiara de diamantes Noor-ol-Ain, compuesta por 324 diamantes, entre ellos uno de los diamantes rosas más grandes del mundo (pesaba dos kilos). El traje pesaba quince kilos, estaba realizado en satén blanco y organdí, casi cuarenta metros de telas bordadas con motivos persas en perlas, piedras preciosas e hilos de plata.
La boda entre Farah Diba y Mohammed Reza Pahlevi. /
En 1967, Mohammed Reza Pahlevi fue coronado como sha de Persia en una ceremonia que enmudeció al mundo occidental. Sentado en un trono de veintisiete mil piedras preciosas engarzadas en oro besó el Corán. Luego le concedió a su esposa el título de Shahbanou, emperatriz de Persia, creado especialmente para ella. No era un simple trámite y mucho menos un título rimbombante, sino la concesión de un verdadero poder político a su esposa que le permitía, en caso de la muerte del Sha, ocupar el trono antes de la mayoría de edad del heredero. Imitando a Napoleón al coronar a Josefina, el Sha le colocó a su esposa una corona con mil quinientos diamantes, treinta y seis esmeraldas y treinta y cuatro rubíes. En las mezquitas los imanes elevaban sus plegarias a un sha que aseguraba: «Llevaré a mi pueblo a ser la nación más avanzada del mundo».
Farah Diba hizo de la moda un estandarte: llevó a los mejores diseñadores de la época. Los que la admiraban la llamaban la Jackie Kennedy de Oriente, mientras que sus críticos la acusaban de ser una especie de María Antonieta. Lo cierto es que lucia tanto Chanel o Dior como vestidos tradicionales, bordados con piedras preciosas, hilo de oro y brocados. Lucía con la misma elegancia un kimono japonés o un sari indio, pero también podía pasar por una moderna fan del estilo de Audrey Hepburn. Donde no había duda del gusto del matrimonio imperial por el lujo occidental era en la residencia oficial: recibían en el Palacio de Miavaran donde sus invitados se asombraban con las fuentes de plata, la vajilla de oro, las obras de arte de autores occidentales y persas, vitrinas ribeteadas en plata y pintadas a mano.
Una foto de familia de Farah Diba y el sha Pahlevi, con sus dos hijos mayores. /
En octubre de 1971, el sha de Persia celebró la fiesta más desmesurada de la historia: trasladó en avión 18 toneladas de comida para celebrar el 2.500 aniversario de su imperio. Emperadores, reyes, presidentes y jeques de todo el mundo acudieron a su llamada y festejaron rodeados de lujos y durante tres días en Persepolis la emblemática fecha. Arquitectos e interioristas franceses diseñaron y decoraron 50 tiendas de lujo (con dos habitaciones, dos años y un salón para 12 personas) para que los invitados se alojaran en las inmediaciones de la tumba de Ciro I. Tardaron doce meses en construir esta pequeña ciudad, para la que se usaron 37 kilómetros de seda. Se importaron de Europa 50.000 pájaros cantores (que murieron a los tres días por las altas temperaturas) y se plantó un bosque para que el paisaje fuera más acogedor.
Uno de los retratos oficiales como emperadora de Irán de Farah Diba. /
Por supuesto, estos gastos suntuarios provocaron muchísimas críticas que fueron aprovechadas por las facciones tradicionalistas del islamismo y el líder religioso Jomeini para alimentar la posterior revolución. No solo eran los intentes gastos, sufragados por el petróleo iraní, sino la manera en la que la familia imperial se inclinaba por el estilo de vida europeo: casi todos los proveedores de la gran fiesta del sha fueron franceses, suizos e italianos. De hecho, fue criticadísima la afición de Farah Diba a coleccionar arte occidental, más de 200 pinturas y esculturas modernistas e impresionistas valoradas en más de tres billones de euros. Escondidas durante mucho tiempo por la República Islámica, hoy se pueden ver en el Museo de Arte Contemporáneo de Teherán, que se construyó como otros centros de arte de la ciudad bajo el impulso de la entonces emperatriz. Su entrega a las artes ha tenido premio: en Francia, Farah Diba ocupa la 15ª silla de la Academia de Bellas Artes, reservada a un miembro extranjero.