Hassan II con la reina de Inglaterra, Isabel II. /
El periplo vital de Farida Cherkaoui, la concubina preferida de Hassan II, es un ejemplo de cómo a las mujeres de la corte marroquí que caen en desgracia les espera la desaparición y el olvido. Así fue en los tiempos de Hassan II, cuando todavía existía el harén real, y así se reprodujo en el caso de Lalla Salma, a pesar de ser la única esposa de Mohamed VI y la madre del próximo rey, Moulay Hassan.
Farida llegó al harén, como tantas otras en aquel momento, con otro nombre y a temprana edad. En el libro El último rey: crepúsculo de una dinastía, el periodista francés Jean Pierre Tuquoi describe cómo fue «descubierta» por Hassan en casa de su amigo Abdelkrim Lahlou. En aquel momento Farida era una adolescente, sobrina del mejor amigo del futuro rey y respondía al nombre de Hayat.
Ante la perspectiva de que su familia prosperara aún más gracias a este encaprichamiento, los adultos no dudaron en enviar a la jovencísima Hayat al palacio de Mohammed V con la promesa de que allí la permitirían estudiar. Y así lo hicieron, pero ya nunca más volvería a abandonar aquellos muros.
Hayat se convertiría en Farida, «la única» y junto a la actriz Etchika Choureau tuvo el «honor» de ser una de las escasas concubinas que realmente ocupaban un lugar en el corazón del rey. De ella se sabe poco, apenas que era hermosa, una excelente nadadora y estaba formada por las mujeres de la corte y sus profesores particulares en poesía, literatura e idiomas. Sus múltiples talentos le sirvieron para convertirse en la más poderosa de las mujeres del harén y secretaria personal del propio rey.
Aunque Hassan II siguió engrosando su harén durante décadas (no se sabe a ciencia cierta cuántas mujeres pasaron por él, la escritora marroquí Malika Ufqir habla de hasta 40 esposas) la posición de Farida siempre pareció estar asegurada.
Era la única que veía al rey diez veces al día, la única con permiso para hablar con un hombre que no fuera el rey e incluso la mujer que acompañaba al monarca en sus viajes al extranjero. Y aunque fuera de los muros de palacio nadie era consciente de ello, también era Farida quién poseía la llave de las cámaras acorazadas del palacio real de Rabat donde se guardaban los archivos confidenciales y los grandes depósitos de divisas extranjeras.
El rey Mohamed VI de Marruecos. /
La confianza del rey en ella estaba justificada con sus actos. La favorita del monarca fue la mujer encargada de proteger los documentos secretos de estado durante el golpe de estado de Sjirat aun poniendo en peligro su vida. Pero el destino de Farida se torció cuando se empeñó en proteger e introducir en la corte a un joven llamado Hicham Mandari, el mismo que moriría asesinado un 4 de agosto de 2004 en un aparcamiento de Málaga.
Tras huir de su país, Hicham Mandari concedió múltiples entrevistas explicando sus orígenes y el motivo de la persecución que según él sufría por parte de la corte de Mohamed VI . Justo después de su muerte, el diario El Mundo publicó la última de de estas declaraciones, en la que aclaraba el vínculo que le unía a la favorita del rey y la familia real.
«Lo que Hassan II siempre quiso es que una sola de sus mujeres fuese la madre de sus hijos. Todas las demás debían abortar. Mi madre, Farida, no podía abortar por problemas cardíacos, y desde mi nacimiento fui confiado a la familia Mandari. Todos los problemas actuales se originan en historias de celos entre mujeres, entre la madre del actual rey y la mía, pero también entre Mohamed VI y yo, como hermanastros que somos. Nunca nos entendimos bien». ¿Lo perdió todo Farida por proteger a un hijo que nunca reconoció en público?
El fin de la favorita, como relata en su libro Jean Pierre Tuquoi, llegó en 1998. Antes de esa fecha ya se había encargado de introducir en la corte a Hicham Mandari. Criado en Suiza, gracias al apoyo de la concubina, el joven consiguió trabajar para el hombre más poderoso de palacio, el jefe de seguridad Mohamed Médiouri. ¿Pero qué sucedió en 1998 que hizo que la idílica existencia de ambos acabara en tragedia?
La «traición» se gestó en la primavera de 1998, cuando Hassan II regresó de una visita oficial a Egipto. Siguiendo el procedimiento habitual, el monarca había abandonado el país con una maleta que contenía varios millones de francos en efectivo. Farida era la encargada de pedir el dinero de los viajes del rey al secretario privado de Hassan II, contarlo y darle el maletín y también la responsable de entregarle, a la vuelta del viaje, el sobrante y las facturas de gastos al secretario.
El rey Hassan II de Marruecos, en una imagen de archivo. /
Pero algo se torció en aquella ocasión. Tras recibir al monarca, Farida dejó el maletín en su habitación y el maletín desapareció. ¿Quién se lo llevó? Nunca se sabrá, como tampoco se conocerá qué pasó por la cabeza de Farida para no confesar el robo inmediatamente al rey. En vez de eso tomó una decisión insólita: reponer el dinero robado de su propio bolsillo, pero obviamente no tenía suficiente.
El libro de sJean Pierre Tuquoi señala que el rastro de Farida se pierde a partir de ese momento en el que, se supone, que intentó conseguir el dinero que le faltaba no se sabe bien por qué medios. Como en tantas otras ocasiones los muros y el silencio de palacio engulleron a la mujer. Perdió sus departamentos cerca del rey y fue relegada a las estancias donde vivían las viejas concubinas de Mohamed V.
Para cuando Mohamed VI anunció al mundo que los tiempos del harén habían terminado y que las concubinas habían sido desalojadas de palacio con una pensión vitalicia, ya nadie se acordaba de Farida. Su supuesto hijo había huido de Marruecos, amenazado a la familia real y finalmente fue asesinado. Algunos funcionarios de palacio aseguraron en 2001 que la preferida de Hassan II había regresado al palacio. Pero nadie pudo comprobar si era cierto.