La princesa heredera del trono belga, Isabel de Brabante, parece el paradigma de todo lo que una princesa actual debe ser: tan bella como elegante y discreta posee una educación exquisita (con formación militar incluida). Sin duda la hija mayor de Felipe y Matilde de Bélgica (y sobrina del polémico príncipe Lorenzo de Bélgica) que acaba de cumplir 20 años y ha celebrado su cumpleaños desde la prestigiosa Universidad de Oxford, es un espejo en el que las princesas europeas se miran, Leonor incluida. De hecho nuestra futura reina estudia en el mismo colegio por el que ya pasó la princesa Elisabeth belga.
Pero no todas las princesas belgas han seguido una senda tan recta como la que parece transitar Elisabeth, y si la futura reina rebusca en su árbol familia, encontrará buenos ejemplos de lo que no debería hacer si quiere llevar su futuro reinado con tranquilidad. Desde a su propia tía la princesa Astrid, que casi deja sordo al primer ministro belga al dar el pistoletazo de salido a una carrera popular, a la recién incorporada a la familia real, la princesa Delphine, en la historia de su dinastía hay ejemplos de princesas para todos los gustos y algunas historias que parecen estar hechas para contar una moraleja al final.
Por ejemplo, está la princesa Clara, que antes de emparentar con la nobleza belga era una rica heredera norteamericana acabó dando la campanada en el siglo XIX cuando abandonó a su maduro y aristocrático príncipe Caraman-Chimay por un violinista al que conoció mientras actuaba en una cena. Tras el divorcio la exprincesa decidió que podía vivir de su belleza y de sus posados fotográficos y retratos en el Moulin Rouge... aunque se dice que era tan hermosa que el mismísimo emperador prohibió la difusión de su imagen por ser excesivamente perturbadora.
Aunque si hay que hacer un recuento de las princesas belgas con más anecdotario sin duda hay que nombrar a las hijas del rey Leopoldo II de Bélgica. De todas ellas, Luisa, la mayor, es la que tiene la historia más polémica. La casaron con tan solo 17 años con un primo suyo 14 años mayor y consiguió escandalizar a la corte austriaca en la que vivía cuando su marido, el príncipe Felipe de Sajonia, se batió en duelo con su amante, un oficial croata.
La historia es aún peor de lo que parece si se tiene en cuenta que la princesa fue declarada loca por su marido antes del famoso duelo y que también se encarceló al oficial-amante de Luisa bajo acusaciones presumiblemente falsas. Pero cuando el oficial pudo librarse de la cárcel cuatro años después el amante rescató a la princesa del manicomio en la que su marido la había encerrado y la llevó ante los tribunales para demostrar que estaba cuerda. Tras el duelo y el juicio llegó el divorcio y, más tarde, la ruina: el padre de Luisa, su unica fuente de sustento, dejó toda la fortuna familiar en manos de su última amante, una prostituta francesa con la que se casó en su lecho de muerte.