En el principio no fue Letizia, sino Máxima. La argentina fue la mujer que inició el camino para la renovación del papel de las reinas consortes en los tronos europeos, una apertura pionera tras la que van discurriendo otras plebeyas enfrentadas a la tarea de acompañar a un rey. En 2021 ha cumplido 50 años, fecha clave, y ahora celebra sus 20 años de matrimonio con Guillermo de Orange. Le toca hacer balance de unos años casi milagrosos que por poco echa a perder debido al pobre comportamiento de la familia durante los peores momentos de la pandemia. Los últimos meses han sido frenéticos para los Orange-Nassau, que han tenido que emplearse a fondo para reconquistar el favor de la ciudadanía. Hemos visto la implacable maquinaria de Máxima funcionando a todo lo que da su carismático motor.
Richard Reid, psicólogo para muy ricos que ha consultado a varias familias reales europeas, sostiene que el carisma es una cualidad obligada en cualquier miembro de una familia real hoy, pues nuestra sociedad valora enormemente la autenticidad. Reid describe el carisma como «ser quien eres y saber por qué luchas, sin dejar de tener en cuenta en todo momento cómo la propia energía permite la expansión a los demás». En su experiencia, casi todos los miembros de las familias reales tiene dificultades para desarrollar su carisma, pues su expresión corporal en público se perciben «mecánicas, como de madera». Son personas nacidas en la aristocracia a las que les han enseñado un papel según el cual comportarse en público, en vez de hacer «que lo aristocrático forme parte de manera natural de lo que uno es». Reid lo resume en una frase: «No son capaces de ser cálidos. Se esfuerzan demasiado en ser profesionales».
El activo que Máxima Zorreguieta, una vivaracha economista argentina, sumó a la monarquía holandesa ha apuntalado su supervivencia hasta extremos que los Orange jamás se atreverán a reconocer. Sin su increíble carisma, esa simpatía cálida propia de las culturas sureñas que tanto conquista en el norte, lo hubiera tenido muy difícil para llevar adelante una agenda revolucionaria. No solo se hizo perdonar su relación familiar con la dictadura de Jorge Videla (su padre fue secretario de Agricultura), sino que ha podido desarrollar una intensa carrera profesional vinculada siempre a lo económico, como embajadora de la ONU para la inclusión financiera. Con su inteligencia infinita, la reina Máxima ha logrado encarnar el deseo de sol de una sociedad fría como la holandesa (no es casualidad que se vista siempre de colores vivisimos) y su alma financiera y mercantil. Su jugada es maestra.
Guillermo de Orange, por su parte, fue un príncipe cuestionado. Aunque tenía mucho a su favor por ser el primer heredero al trono holandés en más de cien años (le precedieron tres reinas), echó a perder su credibilidad con una juventud salvaje de nuevo rico playboy. Su matrimonio con Máxima Zorreguieta lo cambió todo. El rey Guillermo se ha beneficiado infinitamente de la carismática presencia de la reina Máxima, responsable de la visibilidad mediática de una monarquía mucho menos abierta de lo que parece, en la que la privacidad del rey se protege con una escrupulosidad que se ha convertido en sospechosa. Las razones son históricas: tanto el príncipe Bernhard, consorte de la reina Juliana, como su padre, el diplomático alemán Claus von Amsberg, esposo de la reina Beatriz, fueron protagonistas de escándalos de corrupción.
El papel institucional del rey Guillermo es muy reducido (tanto, que el primer ministro Mark Rutte ha declarado en los últimos meses que le gustaría reconsiderarlo), pero su actividad financiera continúa siendo inexpugnable. De hecho, se ha publicado que apenas pagan impuestos por una fortuna calculada en 12 billones, con b, de euros.. La casa real holandesa hace esfuerzos ímprobos para que el estilo de vida a todo tren de los Orange no llegue a los periódicos. Esto, en la era de las redes sociales, es prácticamente imposible. Por mucho que el rey Guillermo trate de mostrarse como cualquier otro hijo de vecino, incluso abonando la imagen de la familia real que se mueve en bicicleta, hoy todo el mundo sabe de sus excesos: ya gastan más que los Windsor. En 2018 se hizo público su presupuesto anual: 350 millones de euros anuales, muy lejos de lo que las fuentes oficiales referían hasta ese momento, 60 millones de euros.
El año del coronavirus, el año 2020, fue especialmente peligroso para la monarquía holandesa, precisamente en términos de su visibilidad. Primero fueron unas vacaciones en Grecia, precisamente en el momento en el que el Gobierno pedía mesura en los viajes para evitar contagios. El escándalo fue mayúsculo, tanto que propulsó un descenso de su popularidad del que los Orange aún no se han recuperado. A continuación, se publicó en toda la prensa que el rey se había comprado un yate de dos millones de euros, otro escándalo similar al que se desató en 2008, cuando se supo que en plena crisis financiera mundial había comprado una villa de veraneo en Mozambique. «Nos empleamos a fondo en nuestra labor oficial», se ha justificado recientemente la reina Máxima, que recalca que esas compras pertenecen «a nuestra esfera privada».
La preocupación de la familia real holandesa por sus índices de popularidad ha sido evidente en los últimos meses, con una evidente maniobra mediática para desviar la atención hacia la heredera, la princesa Amalia. Desde hace unos meses, las noticias relacionadas con la princesa son incesantes: ha renunciado a su asignación anual de 300.000 euros anuales; podrá reinar su decide casarse con otra mujer; dice no estar preparada para ser reina; desvela datos íntimos, como que ha sufrido acoso escolar, en su primera biografía oficial. En estos momentos, es el miembro mejor valorado de la familia Orange-Nassau, mientras que sus padres, que llegaron a superar el 80% de aprobación de la ciudadanía holandesa, apenas llegan al 57%.