El (posible) pacto secreto entre Isabel II y el príncipe Carlos que va a convertir a Camilla de Cornualles en reina consorte, a pesar de Diana de Gales y los escándalos de la familia

Isabel II ha desafiado el sentir popular y ha confirmado a Camilla Parker Bowles como la próxima reina consorte de la monarquía británica. Podríamos estar ante una operación de limpieza vital para la Corona británica.

Jamás hubo una declaración oficial de Buckingham Palace confirmando que, con la llegada del príncipe Carlos al trono, Camilla Parker Bowles sería nombrada únicamente princesa. Sin embargo, tal posición se instaló en el sentir popular como el silencioso homenaje que Isabel II podría hacerle a Diana de Gales, la añorada princesa del pueblo y madre del futuro rey Guillermo. Todo ha cambiado esta semana con el anuncio, esta vez sí de puño y letra de la reina, de que la duquesa de Cornualles será reina consorte al lado del rey Carlos. Será la primera monarca divorciada de la historia de la monarquía británica y, probablemente, una que jamás llegue a ser vista como tal por la ciudadanía. ¿Qué puede haber llevado a la reina a dar el arriesgado paso de proclamar a Camilla reina consorte?

Las teorías que tratan de explicar esta sorprendente decisión de Isabel II se multiplican, entre ellas el creciente disgusto de la reina ante la canonización simbólica de Diana Spencer en la ficción. Tanto la premiada serie The Crown como la (probablemente oscarizada) película de Alfonso Cuarón Spencer la retratan como una víctima de la monarquía, una institución esclerotizada y cruel incapaz de responder a su ingenua sensibilidad. Una Isabel II harta de esta narrativa podría querer borrar definitivamente del mapa a la madre de sus nietos mayores, quienes no estarían ahora mismo precisamente contentos con la decisión de su abuela. ¿Resulta creíble una reina que, a sus 95 años, puede dejarse llevar por sus emociones para tomar una decisión tan importante? Complicado.

Una alternativa plausible puede apuntar a un pacto para la protección futura de la monarquía que comprometa tanto a Isabel II como al príncipe Carlos. Aquí todo es muy hipotético, pero encajaría mucho mejor en la gran obsesión de la reina a lo largo de todo su reinado: proteger a toda costa la institución. En este supuesto pacto, la longeva monarca británica habría llegado a un acuerdo con el príncipe de Gales en los siguientes términos: Isabel II accedería a designar a Camilla Parker Bowles como reina consorte, siempre que su hijo y próximo monarca aceptara abdicar en su hijo en un tiempo prudencial, que no condenara a la monarquía británica a coronar inevitablemente a reyes septuagenarios. Además, Carlos de Gales tendría encomendada la misión más complicada a la que se va a enfrentar a Corona desde la abdicación de Eduardo VIII.

Carlos de Gales se va a convertir en el rey más viejo que accede a un trono europeo: tendrá seguramente más de 75 años cuando consiga ser coronado, una edad más que avanzada para resolver cuestiones de Estados, labores de representación y mantener en funcionamiento la maquinaria de la monarquía más poderosa del planeta. Su papel, sin embargo, va a ser clave, pues inevitablemente le va a tocar lidiar con dos cuestiones familiares muy sensibles. Por un lado, deberá buscarle una salida digna a la situación de su hermano Andrés, sea cual sea el dictamen de los juicios al respecto de las acusaciones de abuso sexual a menores que debe enfrentar en 2022. Por otro, tendrá que estabilizar la otra relación problemática de los Windsor, esta vez con su hijo pequeño Enrique y su mujer, Meghan Markle.

De tener éxito, la labor de fontanería interna del príncipe Carlos y su cómplice Camilla Parker Bowles podría dejar el camino despejado para que los duques de Cambridge, los adorados Guillermo y Kate, accedieran al trono sin nubes negras a la vista. Y, sobre todo, todavía suficientemente jóvenes como para hacer de la monarquía británica un activo atractivo para una ciudadanía cada vez más incrédula. Su futuro depende de ello: las nuevas generaciones no terminan de entender, en ninguna monarquía parlamentaria, el papel de los reyes. El 43% de los jóvenes británicos de entre 18 y 24 años opina que el jefe del Estado debe decidirse en unas elecciones.