La Vigie ha vuelto a las páginas de la prensa especializada en seguir el día a día de los Grimaldi por un buen motivo: ha sido el escenario donde Chanel ha presentado su colección crucero ante la atenta mirada de Carolina de Mónaco y su hija, Carlota Casiraghi. Ambas conocen bien los secretos de este palacete frente al mar que fue el refugio durante décadas del diseñador Karl Lagerfeld hasta que los Grimaldi «lo desalojaron» para dar espacio a una nueva pareja royal: la que formaban la embarazadísima Carolina de Mónaco y el príncipe Ernesto de Hannover tras su boda en 1995. Pero también es un lugar emblemático para la propia Carlota Casiraghi, allí celebró su boda civil con Dimitri Rassam.
Aunque ahora La Vigie es más conocida por ser el lugar de Montecarlo en la que las firmas de lujo montan sus desfiles, pasarelas y photocalls, durante años su fama fue otra. Construida en 1902 por un británico enamorado de la costa y las puestas de sol, la villa cayó en el olvido hasta que la década de los 50 la actriz reconvertida en princesa, Grace Kelly, decidió comprarla por un precio irrisorio aumentando así el patrimonio inmobiliario Grimaldi con un diamante en bruto pero en estado ruinoso.
No fue hasta los años 80, cuando el íntimo amigo de carolina de Monaco se enamoró de aquellos mismo atardeceres frente al mar que La Vigie no se convirtió en una de las joyas de la corona del patrimonio Grimaldi a la altura del resto de sus posesiones en el principado (ópera, casino y hoteles de lujo incluidos). Afirmaban sus allegados que Lagarfeld gastó hasta 14 millones de euros remodelando a su gusto y renovando por dentro y por fuera este palacio de 600 metros cuadrados, 600 metros cuadrados, tres plantas, seis habitaciones, piscina y jardín de olivos. A cambio de esta labor renovadora los Grimaldi le dejaron vivir en el principado más caro del mundo pagando un precio de alquiler irrisorio.
De la etapa de Lagerfeld en La Vigie se recuerda la fiesta con amigos que obligó a instalar 40 camas en el inmueble, pero especialmente la primera y única ocasión en la que el diseñador decidió abrir sus puertas a los no íntimos: cuando presentó en los años 90 su primer perfume. A la presentación le siguió la fiesta, corrió el champán, los 50 invitados intentaron abandonar la villa sin tambalearse demasiado y con más o menos pericia les pidieron a sus chóferes que les llevaran por la misma retorcida carretera en la que perdió la vida la princesa Grace hasta la siguiente parada de la juerga: un bar donde un traficante de armas financió las copas.
El palacete fue el refugio y fortaleza inexpugnable de Lagerfeld hasta que su propia amiga le «desalojó». En 1998 Carolina de Mónaco ya estaba viviendo su romance con Ernesto de Hannover y querían convertir al palacete al que no llegaban ni las cartas porque no tenía ni dirección en su refugio. Elegantemente Lagerfeld liquidó su contrato de arrendamiento con los Grimaldi en el año 2000, un año después de que Carolina, embarazada, se casara con Ernesto de Hannover.
Lagerfeld abandonó Mónaco pero no a Carolina que se refugió en su amistad cuando el matrimonio con el príncipe de Hannover hizo aguas. Tras la separación de los príncipes (y el divorcio que nunca llega), La Vigie se ha convertido en una residencia de lujo para todo aquel que tenga el capital suficiente para pagar el alquiler que exigen los Grimaldi. No se sabe a ciencia cierta cuanta cuesta disfrutar de ella, pero sí que si sus paredes hablaran merecería la pena pagarlo solo por escucharlas.